CIUDAD DEL VATICANO, 27 marzo 2002 (ZENIT.org).- Juan Pablo II invitó este miércoles a los católicos a revivir durante los tres días más importantes del año cristiano la pasión, muerte y resurrección de Cristo y así comprender mejor el drama del hombre contemporáneo, sediento de paz.
El Santo Padre dedicó la semanal audiencia general, en la que se encontró con varios miles de peregrinos en la Sala de Audiencias del Vaticano, a meditar en los acontecimientos culminantes de la vida de Jesús, vividos en el Triduo Pascual.
En estos tres días, explicó, «concentraremos la mirada de manera más intensa en el rostro de Cristo, rostro de sufrimiento y agonía, que nos permite comprender mejor el carácter dramático de los acontecimientos y de las situaciones que también en estos días afligen a la humanidad».
Jueves Santo
Comenzó recordando aquel jueves, en el que durante la Última Cena Jesús instituyó el sacerdocio, así como el mandamiento del amor, y dejó lo que sus discípulos consideraron como el regalo más grande: la Eucaristía, «haciéndose nuestro alimento de salvación».
Momentos después, cuando los cristianos revivan en ese día la oración de Getsemaní, siguió explicando el Papa Karol Wojtyla, se sentirán «en singular sintonía con quienes yacen bajo el peso de la angustia y de la soledad».
«Meditando el proceso al que fue sometido Jesús –añadió–, recordaremos a cuantos son perseguidos por su fe y a causa de la justicia».
Viernes Santo
Al día siguiente, el día de la pasión, los cristianos están llamados a acompañar a Cristo hasta la crucifixión, añadió el Papa.
«La adoración de la Cruz nos permitirá comprender más profundamente la infinita misericordia de Dios», que murió en la ignominia por salvar a los hombres. En ese momento, aclaró, «se elevará con confianza nuestra oración por quien se encuentra bajo el peso del mal y del pecado en su cuerpo y espíritu».
El sucesor de Pedro invitó a poner «con confianza a los pies de la cruz el anhelo que albergan todos los corazones: ¡el deseo de la paz!».
Sábado y Domingo de Pascua
El día que comienza con el cuerpo de Cristo en el sepulcro fue definido por el Papa como un Sábado «de recogimiento y silencio», en preparación de la Vigilia Pascual, que «desvelará el esplendor de nuestro destino: formar una humanidad nueva, redimida por Cristo, muerto y resucitado por nosotros».
En estos tres días santos «podremos comprender y amar hasta el fondo la Cruz de Cristo –aseguró Juan Pablo II–: ¡en ella, Cristo derrotó para siempre al pecado y a la muerte!».
Concluyó expresando su más sentido deseo para todo creyente: «¡que sea un Triduo verdaderamente santo para vivir una Pascua feliz y consoladora!».