ROMA, 15 marzo 2002 (ZENIT.org).- ¿Hacia dónde va la Iglesia católica? A esta pregunta están respondiendo dos congresos en Roma. El primero, «El Pontificado de Juan Pablo II: Logros y Perspectivas», se celebró del 21 al 22 de febrero en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum de Roma. El segundo se celebrará los días 18 y 19 de abril.

Entre los oradores y organizadores de los dos encuentros se encuentra George Weigel, autor de la biografía del Papa «Testigo de la Esperanza». En esta entrevista hace un primer balance de las conclusiones del primer encuentro.

--¿Cómo podríamos resumir el significado del pontificado de Juan Pablo II desde una perspectiva histórica?

--George Weigel: Algunos podrían decir que estamos viviendo el pontificado más influyente desde la Reforma. Otros podrían calificarlo como el pontificado más importante del segundo milenio cristiano. Sin embargo cuando se mide la magnitud de los logros de este Papa, parece claro que la Iglesia católica y el mundo vivirán los efectos intelectuales, espirituales y pastorales de su pontificado hasta bien entrado el tercer milenio de la historia de la Iglesia.

--¿Cómo ha implementado Juan Pablo II el Concilio Vaticano II?

--George Weigel: A diferencia de otros concilios ecuménicos, el Vaticano II no proporciona «claves» de sus enseñanzas en forma de credos, cánones o anatemas. Se ha dejado al pontificado de Juan Pablo II proporcionar una interpretación autorizada del Concilio. El Papa lo ha hecho con su proprio magisterio y con documentos magisteriales que reflejan las deliberaciones del Sínodo de los Obispos.

--¿Cómo ve el Papa el Vaticano II?

--George Weigel: Como el beato Juan XXIII, Juan Pablo II piensa en el Concilio Vaticano II como un nuevo Pentecostés, un momento privilegiado en el que el Espíritu Santo preparó a la Iglesia para una primavera de evangelización. Contrariamente a las lecturas convencionales del significado del Vaticano II, Juan Pablo II ha insistido en que el Concilio no tenía como tema principal la distribución de la autoridad y la jurisdicción dentro de la Iglesia.

Más bien, el concilio significó revivificar dentro de la Iglesia un profundo sentido de sí misma como sacramento para la salvación del mundo: la «communio» en la que experimentamos, aquí y ahora, un anticipo de lo que Dios quiere para la humanidad por toda la eternidad.

En la experiencia conciliar de Karol Wojtyla, que fue uno de sus padres más activos, y en su interpretación autorizada del Concilio como Papa, el Vaticano II fue una preparación a la Iglesia teológica y espiritualmente para redescubrirse a sí misma como un gran movimiento evangélico en la historia, proclamando al mundo la verdad sobre la persona humana, la comunidad humana, el origen humano y el destino humano.

--Usted mencionó en su intervención en el Congreso que el Iluminismo, que comenzó un proceso que buscaba crear un «hombre autónomo», independiente de Dios, está acabando en un sonoro fracaso. ¿Qué quería decir?

--George Weigel: Cuando el escepticismo metodológico que informa gran parte del pensamiento del Iluminismo se radicaliza hasta el punto de que se hace imposible conocer la verdad sobre cualquier cosa, cuando la auténtica noción de verdad se ridiculiza, podemos razonablemente estar seguros de que el proyecto intelectual que empezó con Descartes se está autodestruyendo.

Ahora bien, cuando el postmodernismo se desvanece en la tierra de las sombras, un profundo residuo cultural permanecerá. Los filósofos comprenderán así el desafío de la encíclica «Fides et Ratio» y podrán volver a dirigir sus energías hacia la verdad de las cosas.

--Varias generaciones de pueblos occidentales han sido educadas en una convicción: existe quizá «tu verdad» y «mi verdad», pero no puede existir «la verdad». Es difícil crear un diálogo en estas condiciones, ¿no cree?

--George Weigel: Los atentados del 11 de septiembre son reveladores. Una de las cosas que una persona moralmente seria debe reconocer al contemplar los escombros humeantes de Manhattan es la verdad de la enseñanza de la «Veritatis Splendor» sobre las normas morales. Algunas cosas son manifiesta e inequívocamente un mal.

Pero varias generaciones de pueblos occidentales han llegado a convencerse de que el relativismo moral es esencial para el pluralismo, la tolerancia y la democracia. Incluso quienes están dispuestos a decir que el asesinato en masa de inocentes con propósitos políticos es malvado, han olvidado cómo justificar tales juicios.

¿Cómo debe la Iglesia proclamar la verdad sobre el bien y el mal, que es una parte esencial de la proclamación del Evangelio, en estas circunstancias culturales?

--Mirando al desarrollo del catolicismo --no me refiero a los cardenales--, fuera de Europa Occidental, ¿cómo afecta este cambio a la perspectiva del futuro de la Iglesia?

--George Weigel: Si bien el catolicismo ha afirmado siempre la universalidad como signo distintivo, la Iglesia católica es ahora más «Iglesia mundial» que nunca. El centro demográfico de gravedad del catolicismo mundial se ha movido decididamente hacia el Nuevo Mundo, y quizá se puede decir también que el centro de la iniciativa intelectual y pastoral en la Iglesia mundial se está moviendo en esta dirección.

Por otro lado, algunas de las más vibrantes comunidades católicas del mundo están entre las comunidades más jóvenes del mundo, en Africa y Asia.

Mientras tanto, el catolicismo en su centro histórico, Europa occidental, está bajo respiración asistida, y de hecho Europa occidental atraviesa una profunda crisis demográfica y cultural. En el siglo XXI, China, hoy tierra de persecución, de iglesias clandestinas y mártires, podría convertirse en el mayor campo de misión cristiana desde el descubrimiento europeo de América.

Al mismo tiempo, están emergiendo nuevos desafíos para la teología e incluso para la ortodoxia cristiana desde las Iglesias del sur y del sudeste de Asia. Todo esto influye profundamente en la obra que Juan Pablo II nos ha dejado por hacer.

--¿Está el episcopado preparado para la nueva evangelización?

--George Weigel: Aunque se convierte cada vez más en una Iglesia mundial, la Iglesia católica sigue debatiéndose sobre su propia comprensión. Esto quedó muy claro en el Sínodo de los Obispos del pasado octubre, donde la discusión se dividió, no tanto entre progresistas y conservadores, como decía a menudo la prensa, sino más bien entre los que yo llamaría obispos institucionales y obispos evangélicos.

Los primeros está preocupados en primer lugar por el ejercicio de la autoridad y la jurisdicción en la institución; estos parecen subrayar la institución como un fin en sí misma. Los segundos están preocupados en primer lugar por la proclamación del Evangelio; tienden a subrayar la institución como un medio y no un fin.

La Iglesia es, por supuesto, un fin y un medio a la vez, pero quizá no es erróneo decir que los más preocupados por las cuestiones institucionales son a menudo aquellos obispos de Iglesias locales en las que la Iglesia ha dejado de ser un instrumento efectivo de proclamación y testimonio.

Luego, hay temas afines sobre la relación entre la Iglesia universal --y su centro de autoridad en la Sede de Pedro- y las Iglesias locales. Se ha dicho a veces que el siglo XX fue el siglo de la eclesiología. Parte de la obra que Juan Pablo II nos ha dejado por hacer consiste en resolver varias cuestiones decisivas que han quedado irresueltas por la agitación en la eclesiología, que empezó con el temprano movimiento litúrgico y la encíclica «Mystici Corporis», dando forma a la compleja enseñanza del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia, y que caracterizó gran parte del inquieto ambiente de l a recepción del Concilio.