CIUDAD DEL VATICANO, 31 marzo 2002 (ZENIT.org).- Al final de la misa del domingo de Pascua, celebrada en la plaza de San Pedro del Vaticano, Juan Pablo II, pronunció su Mensaje pascual antes de impartir la bendición apostólica «Urbi et Orbi». Estas fueron sus palabras.

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1. "Venit Iesus... et dixit eis: ‘Pax vobis’".
"Se presentó Jesús... y les dijo: ‘La paz con vosotros’" (Jn 20,19).
Resuena hoy, en este día solemnísimo,
el augurio de Cristo: ¡La Paz con vosotros!
¡Paz a los hombres y mujeres de todo el mundo!
¡Cristo ha resucitado verdaderamente
y trae a todos la paz!

Esta es la "buena noticia" de la Pascua.
Hoy es el día nuevo "hecho por el Señor" (Sal 117, 24).
que en el cuerpo glorioso del Resucitado
devuelve al mundo, herido por el pecado,
su belleza inicial,
radiante de nuevo esplendor.

2. "Muerte y vida se han enfrentado
en un prodigioso duelo" (Secuencia)
Tras la durísima batalla, Cristo vuelve victorioso
y avanza en la escena de la historia
anunciando la Buena Noticia:

"Yo soy la resurrección y la vida" (Jn 11, 25),
"Yo soy la luz del mundo" (Jn 9, 5),
Su mensaje se resume en una palabra:
"Pax vobis – paz con vosotros".
Su paz es el fruto de la victoria,
lograda por Él a un precio muy alto,
sobre el pecado y la muerte.

3. "Os dejo la paz, mi paz os doy;
no os la doy como la da el mundo" (Jn 14, 27).

La paz "a la manera del mundo"
--lo demuestra la experiencia de todos los tiempos--
es con frecuencia un precario equilibrio de fuerzas,
que antes o después vuelven a hostigarse.

Sólo la paz, don de Cristo resucitado,
es profunda y completa, y puede reconciliar al hombre
con Dios, con sigo mismo y con la creación.
Muchas religiones proclaman
que la paz es un don de Dios.

Esta ha sido también la experiencia
del reciente encuentro de Asís.

Ojalá que todos lo creyentes del mundo
unan sus esfuerzos para construir
una humanidad más justa y fraterna;
ojalá actúen sin descanso
para que sus convicciones religiosas nunca sean
causa de división y de odio, sino sólo y siempre
fuente de fraternidad, de concordia, de amor.

4. Comunidades cristianas de todos los continentes,
os pido, con emoción y esperanza,
que deis testimonio de que Jesús ha resucitado verdaderamente,
y que trabajéis para que su paz
frene la dramática espiral de violencia y muerte,
que ensangrienta la Tierra Santa,
sumida de nuevo, en estos últimos días,
en el horror y la desesperación.

¡Parece como si se hubiese declarado la guerra a la paz!
Pero la guerra no resuelve nada,
acarrea solamente mayor sufrimiento y muerte,
ni sirven retorsiones o represalias.

La tragedia es verdaderamente grande.
¡Nadie puede quedar callado e inerte;
ningún responsable político o religioso!
A las denuncias sigan hechos concretos de solidaridad
que ayuden a todos a encontrar
el mutuo respeto y el tratado leal.

En aquella Tierra Cristo ha muerto y resucitado, y ha dejado
como silencioso pero elocuente testimonio la tumba vacía.
Destruyendo en sí mismo la enemistad,
muro de separación entre los hombres,
reconcilió a todos por medio de la Cruz (Cfr. Ef 2, 14-16),
y ahora nos compromete a nosotros, sus discípulos, a eliminar
cualquier causa de odio y venganza.

5. ¡Cuántos miembros de la familia humana
viven oprimidos aún por la miseria y la violencia!

En cuantos rincones de la tierra resuena el grito
que implora auxilio, porque se sufre y muere:
desde Afganistán, probado duramente en los últimos meses
y dañado ahora por un terremoto desastroso,
hasta tantos Países del Planeta,
donde desequilibrios sociales y ambiciones contrapuestas
golpean a innumerables hermanas y hermanos nuestros.

¡Hombres y mujeres del tercer milenio!
Dejadme que os repita:
¡abrid el corazón a Cristo crucificado y resucitado,
que viene ofreciendo la paz!
Donde entra Cristo resucitado,
con Él entra la verdadera paz.

Que entre ante todo en todo corazón humano,
abismo profundo, nada fácil de sanear (cf. Jer 17, 9).
Que impregne también las relaciones entre las clases sociales,
entre pueblos, lenguas y mentalidades diversas,
llevando a todo ello el fermento de la solidaridad y del amor.

6. ¡Y tú, Señor resucitado,
che has vencido la tribulación y la muerte,
danos tu paz!

Sabemos que esa se manifestará plenamente al final,
cuando vendrás en la gloria.
Paz que, no obstante, donde Tu estás presente,
está ya ahora actuando en el mundo.

Esta es nuestra certeza,
fundada en Ti, hoy resucitado de la muerte.
¡Cordero inmolado por nuestra salvación!

Tú nos pides que mantengamos viva en el mundo
la llama de la esperanza.
Con fe y con gozo, la Iglesia canta
en este día radiante:
"Surrexit Christus, spes mea!"

Sí, Cristo ha resucitado,
y con Él ha resucitado nuestra esperanza.
Aleluya.

[Traducción del original italiano distribuida por la Sala de Prensa de la Santa Sede]