BUENOS AIRES, 29 septiembre 2002 (ZENIT.org).- Publicamos a continuación el texto completo del documento «La Nación que queremos», emitido tras la Asamblea Plenaria Extraordinaria que se desarrolló del 25 al 28 de setiembre, en la localidad bonaerense de Pilar.
LA NACIÓN QUE QUEREMOS
1.- Jesús, el Hijo de Dios, se identificó tanto con su pueblo que se dejó llamar “Jesús de Nazaret”. Y la triste situación de su patria, le arrancó lágrimas.
A nosotros, los cristianos argentinos, también nos duele la Argentina. Hoy está postrada, porque en vez de casa común a construir con el esfuerzo de todos, ha sido convertida en presa de rapiña para algunos.
2. Pero Dios, que nos habla desde sus maravillas, también nos habla desde nuestros fracasos y nos exhorta a volvernos a Él y convertirnos desde lo más hondo de nuestro corazón.
Este llamado a la conversión nos interpela a todos sin excepciones, particularmente a nosotros los obispos, porque nuestra misión nos exige una creciente identificación con Cristo y la constante purificación de nuestros pecados. No le tenemos miedo a la verdad. Le tememos a nuestra dureza de corazón.
3.- Con este espíritu, vista la gravedad de la crisis del país, nos hemos reunido en la presencia de Jesucristo, “Señor de la historia”, con “la necesidad de impulsar en el pueblo cristiano las actitudes propias de ciudadanos responsables” (132ª Comisión Permanente, 22/08/02).
Lo hacemos como servidores del Pueblo de Dios que queremos cumplir nuestra misión. Nuestras palabras y acciones no buscan reemplazar a ningún actor ni responsable social o político, a quienes respetamos en el ejercicio de su vocación al servicio del bien común.
4.- Debemos pasar del deseo de ser Nación a construir la Nación que queremos. Por eso es necesario buscar los medios para que todos los ciudadanos del país determinen por consenso qué Nación queremos ser. Esto exige realizar reformas fundamentales en muchos órdenes de la vida político-social. Si no se llevan adelante las reformas que pide la sociedad, estaremos amenazados de caer en peores frustraciones.
5. Sabemos que una Nación es una comunidad de personas que comparten muchos bienes, pero, sobre todo, una historia, una cultura y un destino común. Por ello debemos volver a la raíz del amor que teje la convivencia social, entendida como “un llamado de Dios” (Iglesia y Comunidad Nacional 63). Los argentinos, tanto los creyentes de diversos credos como todos los hombres de buena voluntad, hemos de interrogarnos: ¿Queremos elegir nuevamente ser argentinos? ¿Aceptamos asumir con responsabilidad nuestra parte en la reconstrucción de la Nación?
6.- Necesitamos recrear “una nación cuya identidad sea la pasión por la verdad y el compromiso por el bien común” (CEA, Oración por la Patria, 9/7/2001).
Tenemos que desarrollar algunos valores indispensables para la vida social:
Frente a la cultura de la dádiva, promover la cultura del trabajo, el espíritu de sacrificio, el empeño perseverante y la creatividad.
Frente a la corrupción y la mentira, promover el sentido de justicia, el respeto por la ley y la fidelidad a la palabra dada.
Frente a la fragmentación social, promover la reconciliación, el diálogo y la amistad social.
Sólo buenos ciudadanos, que obren con inteligencia, amor y responsabilidad, pueden edificar una sociedad y un Estado más justos y solidarios.
Queremos transmitir estos valores y actitudes mediante una acción pastoral renovada y actualizada, con una predicación y una catequesis que comprometan la vida entera.
7.- Debemos estimular el sentido del bien común para lograr el bien de todos. De un modo preferencial, el bien de las personas más pobres y empobrecidas, sobre todo de los desocupados, excluidos, indigentes y hambrientos. Para reencontrarnos como Nación debemos atender a los que más sufren: los mayores sin salud, los adultos sin trabajo, los jóvenes sin educación y sin futuro, y los niños sin alimento.
8.- Ni la llegada al país de nuevas sumas de dinero, ni las reformas de las instituciones, ni el recambio político, serán suficientes para construir una nueva Nación. Estas soluciones serán estériles sin una fuerte pasión por desarrollar en cada ciudadano las más valiosas actitudes sociales. Sólo así se podrá transformar la cultura nacional y entretejer un bien común cargado de bondad, verdad y justicia que nos devuelva el gusto de ser argentinos.
9.- Conocer los valores no es suficiente para reconstruir la Nación. De hecho, no siempre cumplen la ley los que mejor la conocen. Es más, quienes conocemos y predicamos los valores del Evangelio no siempre los encarnamos en nuestro compromiso social. Si la labor educativa de la sociedad y de la Iglesia no pudo hacer surgir una Patria más digna es porque no ha logrado que los valores se encarnen en compromisos cotidianos.
10.- En este momento de transformación nos alienta la esperanza, que es la virtud del peregrino. Las personas y los pueblos, por mal que estemos, siempre tenemos la oportunidad de estar mejor. Pero el futuro se construye con la ayuda de Dios y el esfuerzo arduo, frente al facilismo de propuestas demagógicas. Esta entrega es parte esencial de la espiritualidad cristiana. Precisamente es la conversión la que como principio de novedad genera la esperanza.
11.- Desde comienzos de año los obispos prestamos el ámbito espiritual para facilitar el diálogo entre toda la dirigencia argentina. Como resultado de esos encuentros se elaboró el documento Bases para las Reformas, aporte muy valioso que puede iluminar la voluntad de recrear las instituciones de nuestra democracia.
Ahora el diálogo entra en una etapa nueva y distinta, para que todos los ciudadanos, sin excepción, se sientan llamados a participar de manera entusiasta y decidida en la reconstrucción de nuestra sociedad.
12.- Nos comprometemos a ayudar a todos, a extender este diálogo a cada rincón del país. Los obispos queremos animar, alentar e iluminar este camino en el cual los laicos cumplirán el importante papel que les corresponde. Ellos han dado ya significativas pruebas de eficacia en el trabajo de las Mesas de Diálogo sectoriales, como asimismo en tantas iniciativas en el campo de la solidaridad a lo largo y ancho del país. Estamos convencidos que con iniciativa y creatividad, vinculándose con las diversas organizaciones que trabajan por el bien común, concretarán las acciones necesarias para hacer eficaz esta nueva etapa del diálogo que el país necesita.
13.- Ofrecemos humildemente estas reflexiones a nuestro pueblo. Sabemos que es el mismo Dios quien fortalece el empeño de todos los que trabajan para reconstruir la Patria: “Si el Señor no edifica la casa en vano trabajan los albañiles” (Salmo 127,1). María Santísima, Nuestra Señora de Luján, Madre de Dios y Madre nuestra, interceda por nosotros y por nuestra Patria.