CIUDAD DEL VATICANO, 10 octubre 2002 (ZENIT.org).- La promoción integral de la persona humana que presenta el Catecismo de la Iglesia Católica es el motor de la labor de la Iglesia a favor de los niños de la calle en Brasil, afirma la encargada de la pastoral de estos pequeños en la arquidiócesis de Río de Janeiro.
Maria Christina Sa, quien es también consultora del Consejo Pontificio para la Familia, ofreció su testimonio este jueves al intervenir en el Congreso internacional organizado por el Vaticano al cumplirse los diez años de la publicación del Catecismo.
En Brasil hay más de 21 millones de adolescentes, entre los 12 y los 18 años, explicó la catequista. El 32,8% ha tenido relaciones sexuales y el 28,8% de las adolescentes que han quedado embarazadas ha abortado.
Las uniones de hecho han aumentado en un 10% en los últimos diez años. El 24% de los jóvenes que viven en las «favelas» no tiene trabajo y forma «un auténtico ejército al servicio de la ilegalidad y de la marginación», siguió ilustrando la catequista ante cardenales, obispos y teólogos de todo el mundo.
Si abandonamos a los niños de la calle, «que viven al límite de la supervivencia», sólo podrán escoger entre dos opciones: «ser asesinados por la violencia o la droga, o ser reclutados por las organizaciones criminales o por la prostitución».
¿Cómo es posible anunciar el Catechismo a estos muchachos? Según Maria Christina, el único proyecto eficaz es el que comienza por la promoción humana y pasa por la famiglia.
«La primera escuela de vida y de palabra es la famiglia», observó. Por ello, es necesrio hacer todo lo posible para que los «niños de la calle» puedan tener la posibilidad de ser acogidos por una familia o para que vuelvan al seno de su propia familia.
En un contexto de amor, el anuncio de la Palabra asume un valor muy diferente, y lleva a estos muchachos y muchachas a «un cambio radical de la propia vida y a una auténtica conversión», dijo Maria Christina.
Esta labor de catequesis, siguó explicando, requiere catequistas laicos, que hoy «son numerosos, pero están desperdigados».
«Tienen que asumir la conciencia de sus propias responsabilidades», añadió dirigiéndose a líderes católicos de los cinco continentes.
Pero «promover el laicado no significa «clericalizarlo»», concluyó, pues «los laicos no pueden sistituir a los sacerdotes en el ejercicio de funciones que son propias del ministerio del Orden».