CIUDAD DEL VATICANO, 1 diciembre 2002 (ZENIT.org).- Juan Pablo II pidió promover la reconciliación y el perdón para asentar la paz en los Balcanes al recibir este sábado al nuevo embajador de Bosnia-Herzegovina ante la Santa Sede.
Recordando la sangrienta primera mitad de los años noventa, en la que tuvo lugar la independencia de Bosnia-Herzegovina de Yugoslavia, gobernada entonces por Slobodan Milosevic, el obispo de Roma insistió en que «el círculo de «culpas» y de «castigos» no terminará nunca si en un determinado momento no se llega al perdón».
«¡Sí! –exclamó el Papa en el discurso dirigido al embajador Ivan Mišić (1941), periodista y hasta hace poco viceministro bosnio de Asuntos Exteriores–. No es fácil perdonar, pero es urgentemente necesario para el bien de todos».
«Es verdad que no se puede cancelar de la memoria lo que ha sucedido en el pasado –aclaró–, pero se puede y se debe liberar los corazones del rencor y de la venganza. La memoria de los errores y de las injusticias debe quedar como una advertencia exigente a no repetir ni los unos ni las otras, de modo que se eviten nuevas tragedias, quizá incluso más grandes».
Tras recordar los acuerdos de Dayton, firmados el 14 de diciembre de 1995, que pusieron fin a cuatro años de conflicto armado en la antigua Yugoslavia, el obispo de Roma constató que «ahora las armas callan».
En estos momentos, añadió, «son necesarios programas concretos, que se basen en la persona y en el respeto de su dignidad, que ofrezcan la posibilidad de trabajar y ganar los medios suficientes para la vida, que promuevan el diálogo y la colaboración entre los diferentes componentes de la sociedad civil, en el pleno respeto de la identidad de cada uno».
«Sólo así es posible dar vida a una auténtica democracia, fruto de la valoración y de las particularidades culturales, sociales, y religiosas de los diferentes componentes de Bosnia y Herzegovina, en el respeto de la equidad, de la justicia y de la verdad», afirmó.
El Papa denunció por último que, si bien la guerra ha concluido desde hace casi siete años, «no se ven todavía soluciones concretas para el drama de los numerosos refugiados y exiliados, que desean volver a sus casas».
«Estas poblaciones –aclaró–, al igual que los refugiados y los exiliados de otras zonas, ven cómo se les niega el derecho a vivir serenamente en el suelo en que nacieron». Para estas personas, el Papa exigió el respeto de su «incolumidad, así como la creación de condiciones políticas, sociales y económicas aceptables».
Asimismo, indicó, estas personas «exigen la restitución de bienes, de los que han sido privados con la violencia durante la guerra».
En su discurso, el embajador Mišić dio las gracias a Juan Pablo II por el compromiso que ha demostrado para ayudar a los pueblos de Bosnia-Herzegovina, país de menos de 4 millones de habitantes, en buena parte musulmanes.
Antes de despedirse, el diplomático le invitó a regresar a su país (el Papa ya había visitado Sarajevo en abril de 1997). «El regreso de Su santidad a Bosnia-Herzegovina –confesó–, sería un estímulo para cuantos están disponibles a construir una vida serena en su propia patria».