«Amigo de Dios y profeta»: Carlo Liviero, obispo y fundador, a los altares

El cardenal Saraiva beatifica a quien fue pastor de Città di Castello (Italia)

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CITTÀ DI CASTELLO, lunes, 28 mayo 2007 (ZENIT.org).- El domingo de Pentecostés la Iglesia universal ha inscrito en el catálogo de beatos al obispo de Città di Castello, monseñor Carlo Liviero (1866-1932)., en una celebración en la plaza de la catedral de la diócesis italiana que pastoreó más de dos décadas.

Presidió el rito –ante una multitud de fieles- el prefecto de la Congregación vaticana para las Causas de los Santos, el cardenal José Saraiva Martins, quien en su homilía trazó los dos rasgos principales del nuevo beato: «Amigo de Dios y profeta».

«¿Qué son los santos más que amigos de Dios?», admitió el purpurado: «Amigos porque le conocen, le aman, le siguen, comparten con Él alegrías y esperanzas», y la amistad «requiere reciprocidad y repuesta», y todo esto lo vivió el nuevo beato.

Y éste es «profeta» porque «de esta experiencia con su Dios no quiso hacer un celoso tesoro para sí, sino que, obediente, se despojó de todo para enriquecer a muchos», sobre todo con «la mayor riqueza que un hombre pueda desear, el Espíritu Santo, que él comunicó en el anuncio evangélico incansable e incondicional», reconoció el cardenal Saraiva.

Carlo Liviero nació el 29 de mayo de 1866 en la provincia italiana de Vicenza, en una familia sencilla. Ordenado sacerdote a la edad de 22 años, tras un período de docencia fue párroco en su provincia natal y en la diócesis de Padua.

Volcó «todas sus fuerzas en el anuncio evangélico y en la santificación de los fieles, e infatigablemente trabajó por la promoción humana y el rescate social de los últimos y de los más pobres, necesitados y oprimidos», fundando asociaciones laicales, círculos juveniles, congregaciones de piedad y de fe para restaurar la verdadera devoción, la moralidad común y la espiritualidad en general, recordó el cardenal Saraiva en su homilía.

San Pío X le nombró obispo de Città di Castelo en 1910, «donde fue recibido por la frialdad de muchos y el calor de pocos» -apuntó-, cosa que había cambiado «al final de su misión, ocurrido repentinamente el 24 de junio de 1932 [gravemente herido en un accidente de coche], a los veintidós años».

«¡Todo Città di Castello -recalcó el purpurado portugués-, la diócesis y las tierras cercanas a las que habían llegado el eco y los frutos de su heroica labor, le despidieron con el llanto inconsolable de veinte mil personas!» el día de sus exequias. Tras una larga agonía, monseñor Liviero murió el 7 de julio de ese año.

El pasado 16 de diciembre, Benedicto XVI aprobó el Decreto por el que se reconoció el milagro atribuido a la intercesión del obispo Liviero. Al día siguiente, su sexto sucesor en la diócesis, monseñor Pellegrino Tomaso Ronchi, rindió homenaje al futuro beato en una carta a sus fieles.

Le describió como «modelo ideal de vida cristiana»; enamorado de Cristo Señor a quien siguió con total dedicación y sentido de alegría como cristiano, como sacerdote, como párroco y como obispo.

«En toda etapa de su vida la fe fue la característica principal y la fuente secreta de su amor extraordinario a Dios y a la humanidad», añadió.

El beato Carlo Liviero fue «padre de los pobres, de los huérfanos»; «a su poderosa acción religiosa y caritativa el nuevo beato siempre unió numerosas obras e iniciativas de carácter social, humanitario y cultural para socorrer todo tipo de miseria», reconoce el actual obispo de Città di Castello.

«Maestro de espiritualidad -sigue-, supo cultivar una vida interior de oración y de intimidad con Dios», y a la vez «desarrolló una formidable actividad»; de ahí la necesidad de sostener sus obras caritativas y formativas, por lo que fundó las Pequeñas Siervas del Sagrado Corazón (en 1915).

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ZENIT Staff

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