Benedicto XVI: Pidamos a Dios que abra nuestro corazón al mundo y a la misión

El papa en la audiencia general comentó la Oración sacerdotal de Jesús

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CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 25 noviembre 2012 (ZENIT.org).- La audiencia general de este miércoles tuvo lugar a las 10,30 en el Aula Pablo VI, donde Benedicto XVI se encontró con grupos de fieles y peregrinos provenientes de Italia y del mundo. En su catequesis, el papa centró su meditación en la “Oración sacerdotal” de Jesús, en la Última Cena.

El papa recordó que la llamada “Oración sacerdotal” de Jesús, en la Última Cena, se entiende en su extrema riqueza, teniendo como telón de fondo la fiesta judía de la expiación, el Yom Kippur. Día de expiación para devolver al pueblo de Israel, después de los pecados de un año, la conciencia de la reconciliación con Dios.

La oración de Jesús, dijo Benedicto XVI está basada en la estructura de esta fiesta. “La oración que Jesús hace por sí mismo es la petición de su propia glorificación, de la propia ‘elevación’ en su ‘hora’. En realidad, es más una declaración de plena disposición a entrar, libre y generosamente, en el diseño de Dios Padre que se cumple al ser entregado, y en la muerte y resurrección”, afirmó.

El segundo momento de esta oración, añadió el papa, “es la intercesión que Jesús hace por los discípulos que estaban con Él. Son aquellos de los que Jesús puede decir al Padre: ‘He manifestado tu Nombre a los hombres que tú me has dado tomándolos del mundo. Tuyos eran y tú me los has dado; y han guardado tu palabra’”.

Explicó que «manifestar el nombre de Dios a los hombres» es el resultado de una nueva presencia del Padre en medio de la gente, de la humanidad. “En Jesús, Dios entra en la carne humana, se hace cercano en modo único y nuevo. Y esta presencia alcanza su cumbre en el sacrificio que Jesús hace en su Pascua de muerte y resurrección”.

“En el centro de esta oración de intercesión y de expiación a favor de los discípulos está la petición de consagración”, añadió. Y definió el término «consagrar» como “transferir una realidad –una persona o cosa–, a la propiedad de Dios”. Con dos aspectos complementarios: segregación para ser donados totalmente a Dios y “envío”, misión. “Precisamente porque entregada a Dios, la realidad, la persona consagrada existe ‘para’ los otros, es donada a los otros”.

El tercer acto de esta oración sacerdotal, dijo el santo padre, extiende la mirada al final de los tiempos. “En ella, Jesús se dirige al Padre para interceder a favor de todos aquellos que serán llevados a la fe mediante la misión inaugurada por los apóstoles, y continuada en la historia”.

Por ello, dijo el papa, “podemos decir que en la oración sacerdotal de Jesús se realiza la institución de la Iglesia… Propiamente aquí, en la última cena, Jesús crea la Iglesia”.

“La Iglesia se convierte entonces, en el lugar donde continúa la misión misma de Cristo: llevar al ‘mundo’ fuera de la alienación del hombre de Dios y de sí mismo, fuera del pecado, a fin de que vuelva a ser el mundo de Dios”, subrayó.

Se puede leer la catequesis completa del papa en este enlace: http://www.zenit.org/article-41358?l=spanish.

Después de la catequesis, Benedicto XVI resumió sus palabras en diversas lenguas y saludó a los diversos grupos lingüísticos presentes.

Dirigiéndose a los participantes y peregrinos de lengua española dijo: “La catequesis de hoy está dedicada a la oración sacerdotal que el Señor pronuncia antes de su Pasión. En ella, y evocando la fiesta judía del Yom kippùr, Jesús se presenta como Sumo Sacerdote que pide por sí mismo, por los sacerdotes y por el pueblo y, a la vez, como la víctima que se ofrece al Padre en expiación. En primer lugar, pide para Él la glorificación, invocando al Padre para que acepte su sacrificio. Después, intercede por los discípulos, consagrándolos enteramente a Dios para enviarlos a la misión que les confía. Por último, Jesús ora por todos aquellos que creerán mediante este envío, que se prolonga en la historia. Suplica para ellos la unidad, entendida como don de Dios que sólo puede tener lugar en la comunión trinitaria. De ese modo, inaugura la Iglesia que se define como pueblo enviado, consagrado, llamado al conocimiento de Dios y nacido en la cruz”.

Luego, saludó “a los peregrinos de lengua española, en particular, a los grupos provenientes de España, México, Chile y otros países latinoamericanos”.

Invitó a todos estos grupos “a orar como nos enseña Jesús, pidiendo a Dios que manifieste su voluntad en nuestras vidas, nos consagre y abra nuestro corazón al mundo y a la misión”.

Y concluyó deseando que “el don de la unidad que esta Semana hemos suplicado con insistencia nos ayude a dar razón de nuestra esperanza ante los que nos rodean”.

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ZENIT Staff

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