El Papa: en Cuaresma, redescubrir el valor del Bautismo

Mensaje del Pontífice para la Cuaresma de 2011

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CIUDAD DEL VATICANO, martes 22 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- La Cuaresma es una ocasión preciosa para redescubrir el sentido y el valor del Bautismo, recordó el Papa Benedicto XVI en su mensaje para la Curesma de 2011, publicado por la Santa Sede el martes.

En el texto, con el tema “Con Cristo sois sepultados en el Bautismo, con él también habéis resucitado” (Col 2,12), el Pontífice nos invita a vivir la cuaresma con un “camino de purificación en el espíritu,para obtener con más abundancia del Misterio de la redención la vida nueva en Cristo Señor”.

“Esta misma vida ya se nos transmitió el día del Bautismo”, observó, destacando que el hecho de que en la mayor parte de los casos este sacramento sea recibido por los niños, “pone de relieve que se trata de un don de Dios: nadie merece la vida eterna con sus fuerzas”.

“La misericordia de Dios, que borra el pecado y permite vivir en la propia existencia los mismos sentimientos que Cristo Jesús, se comunica al hombre gratuitamente”.

El Pontífice explicó que “un nexo particular” vincula el Bautismo a la Cuaresma “como momento favorable para experimentar la Gracia que salva”.

En este sacramento, de hecho, “se realiza el gran misterio por el cual el hombre muere al pecado, participa de la vida nueva en Jesucristo Resucitado y recibe el mismo espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos”.

“Este don gratuito debe ser reavivado en cada uno de nosotros y la Cuaresma nos ofrece un recorrido análogo al catecumenado, que para los cristianos de la Iglesia antigua, así como para los catecúmenos de hoy, es una escuela insustituible de fe y de vida cristiana”.

Camino de virtud

“Nuestro sumergirnos en la muerte y resurrección de Cristo mediante el sacramento del Bautismo, nos impulsa cada día a liberar nuestro corazón del peso de las cosas materiales, de un vínculo egoísta con la ‘tierra’, que nos empobrece y nos impide estar disponibles y abiertos a Dios y al prójimo”.

A través de la práctica tradicional del ayuno, de la limosna y de la oración, “expresiones del compromiso de conversión”, la Cuaresma nos enseña “a vivir de modo cada vez más radical el amor de Cristo”.

El ayuno tiene para el cristiano “un significado profundamente religioso : haciendo más pobre nuestra mesa aprendemos a superar el egoísmo para vivir en la lógica del don y del amor; soportando la privación de alguna cosa —y no sólo de lo superfluo— aprendemos a apartar la mirada de nuestro ‘yo’, para descubrir a Alguien a nuestro lado y reconocer a Dios en los rostros de tantos de nuestros hermanos”.

“Para el cristiano el ayuno no tiene nada de intimista, sino que abre mayormente a Dios y a las necesidades de los hombres, y hace que el amor a Dios sea también amor al prójimo”.

Del mismo modo, se aprende a resistir “ante la tentación del tener, de la avidez de dinero, que insidia el primado de Dios en nuestra vida”.

“El afán de poseer provoca violencia, prevaricación y muerte; por esto la Iglesia, especialmente en el tiempo cuaresmal, recuerda la práctica de la limosna, es decir, la capacidad de compartir”.

“¿Cómo comprender la bondad paterna de Dios si el corazón está lleno de uno mismo y de los propios proyectos, con los cuales nos hacemos ilusiones de que podemos asegurar el futuro?”.

La práctica de la limosna, por tanto “nos recuerda el primado de Dios y la atención hacia los demás, para redescubrir a nuestro Padre bueno y recibir su misericordia”.

Escucha de la Palabra

“Para emprender seriamente el camino hacia la Pascua y prepararnos a celebrar la Resurrección del Señor —la fiesta más gozosa y solemne de todo el Año litúrgico—, ¿qué puede haber de más adecuado que dejarnos guiar por la Palabra de Dios?”, pide el Papa en su Mensaje.

Por esto, recordó, en los textos evangélicos de los domingos de Cuaresma, la Iglesia “nos guía a un encuentro especialmente intenso con el Señor, haciéndonos recorrer las etapas del camino de la iniciación cristiana: para los catecúmenos, en la perspectiva de recibir el Sacramento del renacimiento, y para quien está bautizado, con vistas a nuevos y decisivos pasos en el seguimiento de Cristo y en la entrega más plena a él”.

Meditando e interiorizando la Palabra de Dios para vivirla cotidianamente, se aprende “una forma preciosa e insustituible de oración, porque la escucha atenta de Dios, que sigue hablando a nuestro corazón, alimenta el camino de fe que iniciamos en el día del Bautismo”.

La oración permite también adquirir “una nueva concepción del tiempo”.

Esto último, de hecho, sin la perspectiva de la eternidad y de la trascendencia “simplemente marca nuestros pasos hacia un horizonte que no tiene futuro”, mientras que en la oración se encuentra “tiempo para Dios”, “para entrar en la íntima comunión con él que «nadie podrá quitarnos» (cf. Jn 16, 22) y que nos abre a la esperanza que no falla, a la vida eterna”.

En resumen, constata Benedicto XVI, el itinerario cuaresmal consiste en el “hacerme semejante a él en su muerte”, “para llevar a cabo una conversión profunda de nuestra vida”: “dejarnos transformar por la acción del Espíritu Santo, como san Pablo en el camino de Damasco; orientar con decisión nuestra existencia según la voluntad de Dios; liberarnos de nuestro egoísmo, superando el instinto de dominio sobre los demás y abriéndonos a la caridad de Cristo”.

“El período cuaresmal-concluye- es el momento favorable para reconocer nuestra debilidad, acoger, con una sincera revisión de vida, la Gracia renovadora del Sacramento de la Penitencia y caminar con decisión hacia Cristo”.

Por Roberta Sciamplicotti. Traducción del italiano por Carmen Álvarez

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ZENIT Staff

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