Escuchar a los profetas para profetizar

Comentario al evangelio del Domingo 14º del Tiempo Ordinario/B

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ROMA, viernes 6 julio 2012 (ZENIT.org).- Ofrecemos el comentario al evangelio dominical por nuestro colaborador Jesús Álvarez, sacerdote paulino.

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Jesús Álvarez SSP

“Al irse Jesús de la casa de Jairo, volvió a su tierra, Nazaret, y sus discípulos se fueron con él. Cuando llegó el sábado, se puso a enseñar en la sinagoga y mucha gente lo escuchaba con estupor. Se preguntaban: “¿De dónde le viene todo esto? ¿De dónde esta sabiduría, y cómo salen esos milagros de sus manos? Si no es más que el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y Simón. Y sus hermanas ¿no están aquí entre nosotros? Se extrañaban y no querían darle crédito. Jesús les dijo: “Un profeta no es despreciado sino en su tierra, entre su parentela y en su propia familia” (Marcos 6, 1-6).

Los habitantes de Nazaret creían conocer bien a Jesús, pues era un vecino más, un carpintero, sin estudios, de una humilde familia. Por eso no podían admitir que fuera un profeta, y mucho menos el Profeta-Mesías esperado, pues, según los estudiosos de las Escrituras, el Mesías debía aparecer con gran poder y majestad, para asumir portentosamente el poder político y religioso en el pueblo y librarlo de la opresión romana.

Profeta, en el lenguaje bíblico, no es tanto quien predice el futuro, sino quien ve y valora las cosas, los acontecimientos y a las personas con la mirada de Dios, y habla en su nombre. El verdadero profeta es consciente de que Dios lo ha elegido para una misión en medio del pueblo. El profeta ‘choca’ con quienes se han instalado en formas egoístas de religiosidad y de vida, cometen injusticias, e incluso asesinatos, como hicieron luego quienes crucificaron a Jesús, que sigue sufriendo y muriendo en sus hermanos, y recorriendo con ellos los nuevos caminos del Calvario y de la cruz.

No nos sumemos a quienes se creen “muy católicos” por el mero hecho de que tienen imágenes, comulgan, rezan, asisten a procesiones, reuniones, ocupan puestos eclesiales o sociales de privilegio…, pero no viven de fe, sino de apariencia; y si son señalados por el profeta, no tratarán de mejorar, sino que intentarán eliminarlo como sea: difamación, calumnia, cárcel, muerte… Mas Dios saldrá a favor de su profeta, devolviéndole la vida con la resurrección, mientras que a los verdugos les llegará la hora de la ruina total.

El profeta está en riesgo constante, pues debe denunciar a quienes manipulan, alienan y engañan a la gente limitada en recursos culturales y de autodefensa. Y animar a ese pueblo a luchar contra el engaño, por una vida y una sociedad más dignas, según los valores humanos y cristianos. Pero también hay falsos profetas. ¿Cómo reconocerlos? “Por sus obras los conocerán”, nos dice Jesús. No por sus solas palabras, ideas, ritos o apariencias.

Todo cristiano recibe en el bautismo la vocación de profeta, para realizarla con la vida, la palabra y las obras. La religión de sólo cumplimiento externo, es un escándalo y el mayor obstáculo para vivir la fe y contagiarla; así como para vivir la relación filial con Dios en comunicación salvífica con el prójimo. La vida de unión con Cristo es la voz más fuerte del profeta, pues en esa unión refleja al mismo Cristo que habla por él: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”. “Quien les escucha a ustedes, a mí me escucha”.

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ZENIT Staff

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