Intervención de la Santa Sede sobre la pobreza en ECOSOC

Santa Sede: para erradicar la pobreza, promover la familia

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NUEVA YORK, miércoles 16 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- Por su interés, ofrecemos la intervención realizada el pasado jueves 11 de febrero por monseñor Francis Chullikatt, obserbavor permanente de la Santa Sede ante las Naciones Unidas, en la 49ª sesión de la Comisión para el Desarrollo Social del Consejo Económico y Social de la ONU (ECOSOC), sobre el tema “Erradicación de la Pobreza”.

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Señor Presidente,

ante todo mi delegación le ofrece a usted y a la Oficina los mejores deseos para que esta sea una sesión productiva y de esperanza de un debate fructífero sobre el importante tema de la erradicación de la pobreza. Esta cuestión es de máxima importancia para la Santa Sede. Motivada por la “opción preferencial por los pobres” la Santa Sede está actuando hoy en día en todas las regiones del mundo para conseguir la erradicación de la pobreza para todos.

En las últimas décadas se ha asistido a continuos progresos para afrontar y reducir la pobreza global. Sin embargo, continúan siendo inconstantes, muchas regiones del mundo todavía no consiguen ver progresos concretos y más de un billón de personas que todavía experimentan la pobreza y el hambre extremas. Por ejemplo, más de mil quinientos millones de personas no tienen acceso a la electricidad y más de mil millones no tienen acceso al agua potable

Después de la Cumbre Mundial para el desarrollo social que se celebró en Copenhague el 12 de marzo de 1995, la comunidad global vio signos de esperanza y de optimismo en el ámbito del desarrollo social.

No obstante esto, con el panorama de la reciente crisis económica y financiera mundial, millones de nuestros hermanos y hermanas sufren cada día el hambre y luchan en medio de una pobreza creciente.

La comunidad internacional debe encontrar urgentemente propuestas para una solución sostenible y duradera a este problema. En la cumbre de Copenhague, la Santa Sede promovió una visión del desarrollo social “política, económica, ética y espiritual (…) en el pleno respeto de los valores religiosos y éticos y del patrimonio cultural de las personas”. Mi delegación continúa afirmando que esta visión heurística del desarrollo humano es necesaria; el desarrollo no puede ser medido sólo en términos de crecimiento económico y la erradicación de la pobreza no se puede fundamentar sobre un resultado económico ponderable. El desarrollo auténtico exige sobre todo la promoción del desarrollo de cada ser humano y de todo ser humano.

Sin la concomitante dimensión ética y espiritual, el desarrollo social carece de los cimientos necesarios sobre los que debe ser construido y que lo deben sostener. En el centro del desarrollo está el reconocimiento de la dignidad de la persona humana y la garantía de pleno respeto de la dignidad innata del hombre y de sus derechos fundamentales. Estos fundamentos éticos deben unir a los individuos, las familias, las generaciones y los pueblos, prescindiendo de las distinciones de clase, y de las basadas en la política, la condición económica o el estado social. Esto exige formas renovadas de cooperación y de un esfuerzo más decidido por parte de todos. En este sentido, el primer capital que hay que salvaguardar y proteger es la persona humana en su integridad: “El ser humano es la fuente, el centro y el objetivo de toda la vida económica y social”.

Mientras nos preparamos para el 20º aniversario del año Internacional de la Familia, en la preparación de un programa para el desarrollo social es necesario darle un debido reconocimiento a la institución social más básica, la familia humana, fundada sobre el matrimonio. La institución de la familia, que es “sine qua non” para preparar la generación futura , está siendo desafiada por numerosos elementos del mundo moderno y debe ser defendida y tutelada. Los niños no deben ser vistos como una carga sino como un don insustituible. Debemos también, admitir públicamente que ellos son los constructores de las generaciones futuras.

A menudo se pasa por alto la misión procreativa y educativa de los padres y el esfuerzo intergeneracional vivido de la mejor manera en las familias. Cuando a una sociedad se le priva de su unidad básica, la familia, y de las relaciones sociales que derivan de ella, pueden nacer grandes sufrimientos psicológicos y espirituales y también puede afectar al bienestar económico y social.

Como afirmó el Papa Benedicto XVI: “Se ha convertido en una necesidad social, y finalmente económica proponer a las nuevas generaciones la belleza del matrimonio y de la familia, y el hecho de que estas instituciones respondan a las exigencias más profundas del corazón y de la dignidad de la persona. Desde esta perspectiva, los Estados están llamados a ejercer políticas que promuevan la centralidad y la integridad de la familia, fundada sobre el matrimonio entre un hombre y una mujer, primera y vital célula de la sociedad, haciéndose cargo también de sus problemas económicos y fiscales, en el respeto de su naturaleza relacional.”

Mientras los legisladores a menudo afirman que el crecimiento de la población es perjudicial para el progreso, la verdad es que allí donde se ha verificado un crecimiento económico, a menudo está acompañado por un aumento de la población. En las regiones desarrolladas se observan poblaciones en descenso y cada vez más envejecidas y muchas naciones se cansan manteniendo los servicios sociales y el crecimiento económico mientras la relación entre trabajador y no trabajador disminuye.

En las regiones en vía de desarrollo se observa una disminución sin precedentes en la relación entre fertilidad y natalidad, disminución promovida como el mejor instrumento para alcanzar el desarrollo. Sin embargo, muchas naciones del mundo en vía de desarrollo ahora están arriesgándose a “envejecer antes de enriquecerse”.

Las generaciones futuras de niños y de jóvenes son el mejor medio y único para superar los problemas económicos y sociales. La pobreza no está causada por un exceso de niños, sino por una inversión y un sostenimiento demasiado escaso para su desarrollo. La historia humana nos enseña que si se invierte suficientemente en los niños, estos crecen para restituir mucho más que lo que han consumido, elevando, de esta manera el modo de vida de todos. Serán sus fuertes manos y sus hábiles mentes los que alimentarán a los hambrientos, curarán a los enfermos, construirán casas a los sin techo. La sociedad y la humanidad misma tienen necesidad de apoyo y soporte interno para sobrevivir. Sin embargo, si este apoyo natural es amenazado, la cultura desaparecerá. En resumen, promover una cultura que se abra a la vida y se base en la familia es fundamental para comprender el pleno potencial y el desarrollo auténtico de la sociedad, para el presente y para el futuro.

Además, las políticas de integración social deben ser motivadas por el bien común, que va más allá del individual, y debe incluir a todos los miembros de la sociedad: individuos, familias y grupos intermedios que, todos juntos, constituyen la sociedad. Por tanto en la erradicación de la pobreza, también a nivel internacional debemos recordar el papel esencial de los grupos sociales más pequeños, comenzando por la familia. Los esfuerzos internacionales deben promover y mejorar, no reemplazar, la función legítima de los grupos intermedios a nivel local. El bien común pertenece a toda la comunidad social y a toda la familia humana.

En el esfuerzo particular de promover la integración social para toda la familia humana, la globalización ha ofrecido nuevos caminos para la cooperación económica y civil. Sin embargo “la sociedad volviéndose cada vez más globalizada, nos convierte en vecinos, pero no en hermanos y hermanas”. Un desarrollo social auténtico y duradero se puede obtener sólo a través de medidas e incentivos sociales auténticos que derivan
de la solidaridad y de la caridad fraterna.

Algunos de los retos más importantes de la integración y de la cohesión social son, en primer lugar, la desigualdad de la riqueza e ingresos así como en el capital humano y en la educación, y en segundo lugar, la falta de acceso a los sectores de la sociedad para todos, en particular para los pobres y para otros grupos olvidados, como las mujeres y los niños. Disparidad cada vez más grande en los sueldos y en el acceso al crecimiento económico han limitado la eficacia del desarrollo económico en la reducción de la pobreza.

Si bien, los mecanismos informales de tutela social han ejercido un papel vital en la promoción de un sistema civil y económico más justo, los esfuerzos para extender programas sociales a los campos de la educación, de la sanidad para los ancianos y para los discapacitados y a otros sectores necesitados de la sociedad, deben ser cumplidos para promocionar el derecho esencial a la vida y respetar la libertad de conciencia de los trabajadores que se ocupan de los necesitados. Además, los programas de protección social deben evitar crear dependencia. Sobre todo, deberían tratar de ofrecer la asistencia y los medios necesarios para provocar una renovación y un auto sostenimiento individual y comunitario.

En los mecanismos familiares y en otros mecanismos de protección social informales, las ONG y las organizaciones religiosas locales pueden ejercer un papel importante.

En conclusión, Presidente, mi delegación desea reclamar la atención sobre el drama de los emigrantes. En estos tiempos difíciles son necesarios ulteriores esfuerzos para defender sus derechos humanos y para respetar su inalienable dignidad humana. Los programas de integración social y de erradicación de la pobreza deben tener en consideración los millones de hermanos y de hermanas que son destinados a vivir fuera del propio país y marginados de la sociedad. El pleno respeto para sus derechos fundamentales, incluso derechos como trabajadores, deben ser debidamente garantizados por los países de paso y de destino.

La justicia social exige condiciones de trabajo favorables para estas personas, garantizando su estabilidad psicológica, evitando nuevas formas de marginación económica y asegurando su libertad y su creatividad individual.

Finalmente, hoy es necesario un apoyo estratégico para la erradicación de la pobreza, basada en la justicia social auténtica para contribuir a reducir el sufrimiento de millones de hermanas y hermanos nuestros. Políticas auténticas de desarrollo social deben afrontar no solo exigencias económicas y políticas, sino también la dimensión espiritual y ética de cada persona humana. De este modo, cada individuo de la sociedad puede ser libre de todas las formas de pobreza, sea materiales o espirituales.

[Traducción del italiano por Carmen Álvarez]

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ZENIT Staff

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