Joseph Ratzinger, «poeta, pastor y pensador», como san Agustín

Entrevista con el teólogo Pablo Blanco

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ROMA, jueves, 11 enero 2007 (ZENIT.org).- Un nuevo libro sobre Benedicto resalta su vertiente «agustiniana», es decir, sus semejanzas con Agustín de Hipona y su pasión por este santo.

«Joseph Ratzinger. Vida y Teología», editado en España por RIALP el año 2006 es una semblanza del teólogo que se convirtió en Papa.

El autor, Pablo Blanco, ha explicado a Zenit en qué consiste esta vertiente agustiniana del teólogo Ratzinger y revela los cuatro parámetros para entender el pensamiento de quien hoy es Benedicto XVI.

Blanco, doctor en teología y filosofía y profesor de la Universidad de Navarra, es autor, entre otros libros, de «Joseph Ratzinger. Una biografía» (Eunsa, 2004); «Joseph Ratzinger. Razón y cristianismo» (Rialp, 2005).

El nuevo trabajo de Blanco incluye una bibliografía sobre Ratzinger en español.

–«Para Ratzinger, todo empezó con san Agustín». ¿Qué quiere decir usted con esta frase de su libro?

–Blanco: Significa por un lado que su primer trabajo fue sobre el concepto de Iglesia en san Agustín, pero hay algo más.

Joseph Ratzinger es un agustiniano, en el sentido de que comparte con él –me parece a mí– esa triple dimensión de poeta, pastor y pensador.

Como el de Hipona, el teólogo alemán no solo se ha dedicado durante cincuenta años a la teología, sino que ha sido también obispo (de Múnich y Roma), además de tener un evidente talento poético, que se puede apreciar también en sus homilías y escritos.

Pero al mismo tiempo solía decir que había tres grandes maestros: Agustín, Buenaventura y Tomás de Aquino.

–El Papa Benedicto XVI: ¿es también el teólogo Ratzinger?

–Blanco: Pues –como siempre– sí y no. Sí, porque uno sigue siendo el que es, aun siendo Papa, y pienso que su larga carrera de teólogo es una de las mejores preparaciones para conocer la situación, los problemas y las grandes posibilidades de la Iglesia.

Y no, porque el Papa no gobierna solo, sino que tiene todo un «equipo» de colaboradores –en primer lugar, todos los demás obispos–, quienes le ayudan a llevar a cabo esa difícil labor de gobernar «en equipo» la Iglesia.

–Joseph Ratzinger firmó, en el emblemático año 1968, la Declaración de Nimega, firmada por 1360 teólogos y dirigida al antiguo Santo Oficio en la que se pide un mayor pluralismo religioso. ¿De qué trataba esa declaración?

–Blanco: Se pedía allí una mayor independencia para los teólogos respecto de Roma y los obispos, aunque Ratzinger no estaba del todo de acuerdo con esa declaración.

Ha escrito en efecto en numerosas ocasiones sobre el pluralismo teológico (lo intento explicar en mi libro), que sin embargo está muy lejos de la «dictadura del relativismo».

El primero busca la verdad y la libertad, mientras que el segundo somete toda verdad a cualquier libertad.

–Vida, amor, verdad y teología: son los parámetros para definir el pensamiento de Joseph Ratzinger, apunta usted. ¿Cree que el Papa estaría de acuerdo con esta selección?

–Blanco: Me gustaría preguntárselo a él, pero no lo sé. Pienso que su amor a la teología está fuera de dudas, tras una vida dedicada a ella.

El amor y la verdad son también para él instancias inseparables, y esto también se puede explicar por su propia biografía y sus obras.

En lo que se refiere a la vida, Joseph Ratzinger ha intentado siempre hacer una teología unida a la vida, y no algo artificial elaborado en un aula o un despacho.

La teología ha de estar unida también a la predicación, a la espiritualidad, a las necesidades del momento.

Tal vez pienso que Joseph Ratzinger añadiría un nuevo parámetro: la belleza, de la que hablo al final del libro.

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ZENIT Staff

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