La Santa Sede exige la eliminación de todas las minas antipersonales

Pide adoptar la Convención de Ottawa que prohíbe su producción

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GINEBRA, 19 septiembre 2002 (ZENIT.org).- La Santa Sede ha pedido a la comunidad internacional la eliminación y prohibición de las minas antipersonales, que todos los años provocan la muerte de veinte mil personas.

La petición ha sido presentada por el arzobispo Diarmuid Martin, observador permanente de la Santa Sede ante la Oficina de las Naciones Unidas en Ginebra, al intervenir en la cuarta reunión de los países que han ratificado la Convención de Ottawa (contra la producción, almacenamiento, y uso de estas minas).

El arzobispo irlandés pidió a todos los países que adopten esta Convención para eliminar los 230 millones de estas minas letales que todavía quedan diseminadas por el mundo y evitar que se sigan produciendo y utilizando otras más.

La reunión de Ginebra, que se celebra del 16 al 20 de septiembre, examina el estado en que se encuentra la Convención adoptada en Canadá hace cinco años. Hasta ahora, 144 países han adherido a ella, la han firmado o ratificado (el último ha sido Afganistán).

La mayor parte de las minas utilizadas en estos momentos, sin embargo, se encuentran en los países que no están cubiertos por la Convención.

El desafío de los promotores de la Convención –sobre la que Juan Pablo II se ha pronunciado favorablemente en numerosas ocasiones– es el de convencer a esos países, entre los que se encuentran algunos de los principales productores de armas. Entre ellos, Estados Unidos, Rusia, China, Pakistán, India y Cuba.

«Cualquier retraso o decaída de entusiasmo en la plena aplicación de la Convención de Ottawa sólo implicaría más pérdidas de vidas humanas, más víctimas», dijo monseñor Martin al intervenir en la reunión.

«En esta era de interdependencia –añadió–, no se puede seguir tolerando condenar, a través de la inacción, a poblaciones enteras a vivir en el miedo y la precariedad».

«Tenemos que repetir que las minas antipersonales no ofrecen un futuro de seguridad y paz –concluyó monseñor Martin–. Al contrario, perpetúan la inseguridad y retrasan la búsqueda de una paz justa entre las naciones y los pueblos».

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ZENIT Staff

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