«La vida religiosa merece una crítica cariñosa y desde dentro»

Fray Alejandro Fernández comenta el declino en los números

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ROMA, lunes, 23 mayo 2005 (ZENIT.org).- Ante la crisis que atraviesan los religiosos, «necesitamos recostarnos serenamente en el diván del Evangelio e iluminar nuestras zonas oscuras para apasionarnos de nuevo con el Señor Jesús», afirma fray Alejandro Fernández Barrajón.

El superior provincial de la Orden de la Merced –Provincia Castilla– considera en declaraciones a Zenit que «nuestra mejor terapia es beber del agua viva de Jesucristo».

El «Anuario Estadístico de la Iglesia 2003» constata que los sacerdotes religiosos en 1978 eran 158.000, mientras que en 2003 descendieron hasta llegar a 137.000.

Los religiosos no sacerdotes, en 1978 eran en el mundo más de 75.000, mientras que en 2003 eran algo más de 54.000.

Las religiosas, que en 1978 eran algo menos de un millón, no superaban las 770.000 en 2003.

A pesar de estos datos, fray Fernández Barrajón asegura: «necesitamos de la vida religiosa más que nunca». Por eso, añade, «La vida religiosa merece una crítica cariñosa y desde dentro».

Es lo que hace en «Mecha y candil. Una mirada a la Vida religiosa», de las ediciones Paulinas, un libro en el que reflexiona sobre esta urgencia de recuperar el encanto de la vida consagrada, «aunque tengamos que abandonar nuestras despensas abarrotadas de seguridades».

Fray Fernández Barrajón, licenciado en Teología y en Psicología por la Universidad Pontificia de Salamanca, ha sido doce años formador de seminaristas mercedarios y profesor de Lengua Española y Literatura en el Seminario Diocesano de Valladolid.

«La pasión y la autoestima son hermanas gemelas. Si baja nuestra autoestima se desinfla nuestra pasión», afirma.

«Todos los días me encuentro cara a cara con la santidad en muchos de los hermanos y hermanas consagrados que son auténticas mechas quemándose e iluminado a los más desfavorecidos», constata.

«La obra social que cada día llevan adelante los consagrados es, sin duda, una de las páginas más gloriosas de la Iglesia, aunque sea desde el silencio de la falsa humildad», añade.

«¡Cuántos de nuestros hermanos y hermanas consagrados, algunos con muchos años y dispuestos a no jubilarse nunca, siguen en la brecha carismática amando sin condiciones a los que nadie ama!», exclama.

«Es verdad que hay una vida religiosa instalada y desencantada, más ceniza que mecha, pero el tiempo acabará cobrándoles el impuesto de la caducidad», reconoce.

«Hay muchas formas caducas en la vida consagrada de hoy, como hojas secas; pero la modernidad, como viento impetuoso, se está encargando felizmente de despojarnos de ellas. Tal vez nos venga encima un invierno estremecedor, pero sólo así podremos aspirar a una merecida primavera. Dios ama la vida religiosa y la seguirá cuidando como a las niñas de sus ojos», señala.

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ZENIT Staff

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