Para Juan Pablo II, la primera tarea de un papa era rezar

Habla el postulador de su causa de beatificación

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ROMA, lunes 28 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- El proceso de beatificación de Juan Pablo II ha sido “una confirmación de la transparencia total de su vida como hombre y sacerdote”, asegura monseñor Slawomir Oder, postulador de la causa de Karol Wojtyla, que será elevado a los altares el 1 de mayo.

Así lo explicó en la conferencia que pronunció el 25 de febrero en Roma, en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum de Roma, aclarando que “no había un Wojtyla público y uno privado: la opinión sobre él que el mundo maduró en sus más de 26 años de pontificado se ha demostrado verdadera”.

Por tanto, “su simpatía, el fervor de la oración, la espontaneidad al hablar de sí mismo, la capacidad para entablar relaciones, no eran simples atributos de una imagen mediática, sino que constituían la esencia de su persona”.

Más bien, el “verdadero tesoro” del proceso consiste en “la confiración de la fuente de su coherencia, energía, entusiasmo, profundidad y naturaleza”: “el encuentro con Dios, su enamoramiento de Cristo y saberse amado por Él”.

“Tratan de comprenderme desde afuera –decía en confidencia en una ocasión Woityla–, pero yo sólo puedo ser comprendido desde dentro”. De ahí “ese auténtico don y gusto y alegría de la oración”, al que Wojtyla “permaneció siempre fiel, hasta en la hora de su agonía”. Una oración que constituía “el aire que respiraba, el agua que bebía, el alimento que le nutría”. Como resulta de muchos testimonios, para Juan Pablo II “la primera tarea del Papa hacia la Iglesia y el mundo es la de rezar”.

“El recorrido místico de Wojtyla – explicó Oder – se perfiló como un progresivo hacer de sí mismo un anawim, el ‘pobre de Israel’ que no tiene otra esperanza y otro punto de referencia sino Dios”.

“Es desde la oración – añadió Oder – de donde nacía la fecundidad de su actuar”. No es casualidad, cuando a los colaboradores, a quienes pedía que le sugiriesen soluciones a problemas particulares, admitían no haberlas encontrado, les solía repetir: “se encontrarán cuando hayamos rezado más”.

De la oración nacía también “la capacidad de decir la verdad sin miedo, porque sólo quien está ante Dios no tiene miedo de los hombres”.

Una extraordinaria libertad interior que se expresaba, ante todo, en la relación con los bienes materiales. “También como Papa – afirmó Oder – él fue un hombre de pobreza radical”.

“Conmueve – contó el sacerdote polaco – el testimonio de las personas cercanas a él en Cracovia que para hacerle renovar el guardarropa debían recurrir a la estratagema de lavar la ropa nueva muchas veces para que pareciera usada, porque sabían que de lo contrario los habría dado en seguida a una persona necesitada”.

Con todo, uno de los aspectos más impactantes de su elección de la pobreza, según Oder, es “haber dejado la palabra poética para acoger al Verbo”, superando, con la elección del sacerdocio, “la atracción que ejercía sobre él otra vocación, la del teatro”.

La libertad interior se ejercitaba también hacia los demás, y aunque “sabía escuchar y aceptar la crítica, prefiriendo la colaboración”, con todo “no renunciaba a tomar posiciones difíciles e incómodas” por temor “de las reacciones de las autoridades hostiles a la Iglesia en los años en Polonia”, o por “la incomprensión de la opinión pública predominante en los años de su pontificado”.

Su objetivo, de hecho, no era “su propio éxito o su realización autonoma” sino “anunciar la verdad del Evangelio y defender la verdad sobre el hombre”. De esta libertad fundada sobre la relación con Dios “nace el grito ‘no tengáis miedo’, inicio y lema de su pontificado”.

Quizás precisamente la búsqueda de la cercanía a cada hombre “en el deseo de ser solidario con sus alegrías y sus dolores, de buscar y vivir la verdad del ser hombre” hizo a Wojtyla “tan querido y amado por el pueblo de Dios”. Se ha comprobado, según Oder, “un fenómeno singular: Wojtyla, que perdió muy pronto a su familia natural, tenía un fuerte sentido de la familia, sabía dar calor humano”.

Como atestiguan las cartas que siguen llegando a la oficina del postulador y que se refieren a Juan Pablo II como “nuestro Papa, Lolek, Karol, tío, abuelo, padre”. Un fenómeno que no se limita a los católicos: “en un encuentro ocasional – contó Oder – una mujer judía me dijo que había perdido a su padre dos veces; la primera cuando se le murió su padre natural, y la segunda con la muerte de Juan Pablo II”.

No debe olvidarse otro rasgo esencial de la personalidad de Wojtyla: “la presencia de la cruz en su vida, llevada con dignidad y, al final, en un silencio que hablaba más que la palabra” reivindicando “el derecho a la existencia que la sociedad de lo efímero esconde con vergüenza”.

“Millones de personas en el mundo – recordó Oder – conservan en la memoria la imagen transmitida por la TV, del Papa de espaldas en su capilla privada, abrazado a la cruz durante la celebración del Viernes santo”.

“Estoy convencido – afirmó Oder – de que celebrar el proceso ha sido útil”. Lejos de ser “un burocrátivo examen de una existencia”, permitió en cambio “restituir intensidad y vigor a los aspectos ya conocidos de las vicisitudes humanas del Papa Wojtyla, junto a los episodios inéditos ofrecidos al poner todo en común”.

Si “el objetivo de la Iglesia, como afirmaba Wojtyla, es llevar el mayor número de personas a la santidad”, el pueblo de los devotos “no tiene dudas – concluyó Oder – sobre la singularidad de su ejemplom llevado hasta el sacrificio extremo”.

Por Chiara Santomiero

 

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ZENIT Staff

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