Presencia y Fuerza

VI Domingo de Pascua

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Hechos de los Apóstoles 8, 5-8. 14-17: “Les impusieron las manos y recibieron al Espíritu Santo”.

Salmo 65: “Las obras del Señor son admirables. Aleluya”.

I Pedro 3, 15-18: “Murió en su cuerpo y resucitó glorificado”

San Juan 14, 15-21: “Yo rogaré al Padre y Él les dará otro Paráclito”

En estos días, en diferentes grupos y en diversos momentos, todos los obispos de México hemos estado con el Papa Francisco. Periódicamente se realiza la llamada “Visita ad límina Apostolorum”, que traducida literalmente sería: “Visita a los umbrales de los Apóstoles”, una peregrinación a las tumbas de San Pedro y San Pablo, y que además da la ocasión para manifestar la unión con el Papa e informar sobre la situación pastoral, social y espiritual de las diócesis. “¿Qué se siente estar con el Papa?”, es la pregunta más frecuente que nos hacen nuestros amigos y conocidos. Además del carisma personal del Papa Francisco, puedo responder con toda seguridad que se siente una presencia muy viva del Espíritu Santo que asiste a la Iglesia. Los gestos del Papa, sus palabras, sus acciones, parecerían ordinarias, pero están impregnadas de esa misericordia, de ese cariño, de esa fuerza, que sólo puede dar el Espíritu Santo. Estos días he sentido la presencia del Espíritu muy fuerte en medio de nosotros.

En los últimos momentos y en la intimidad de la última Cena, Jesús abre su corazón a los discípulos y les confía sus tesoros más valiosos y su testamento: “Si me aman, cumplirán mis mandamientos”. En pocas palabras, manifiesta lo más importante del discipulado de Jesús: amar. No les dice, si ustedes son muy valientes, si me obedecen o si no quieren ir al infierno. La razón fundamental del ser cristiano, la fuerza que lo mueve, el estilo propio de su conducta, es el amor. Quizás se podrían decir muchas otras motivaciones, pero si en la base no está el amor, es mentira que seamos cristianos. Como el Papa Francisco nos insiste, quizás hemos perdido mucho tiempo en busca de disciplina, doctrina u organización y hemos descuidado lo fundamental: el amor a Cristo y a los hermanos. Este es el mandamiento fundamental de Jesús. Él no busca soldados que lo defiendan, no exige científicos que demuestren su verdad. Jesús no llama legisladores que sostengan su ley, Jesús busca enamorados que vivan a plenitud su misma vida. Entonces sí, bienvenidos los evangelizadores, bienvenidos los soldados, bienvenidos los legisladores, porque si tienen en su corazón el amor sabrán proclamar su evangelio. Entonces podremos contagiar con “la Alegría del Evangelio”.

Más difícil que la soledad es el separarse de la persona amada pues “la soledad purifica pero la ausencia mata”. Jesús lo sabe y presiente las dificultades y tristezas que acompañarán a sus discípulos después de su partida. Por eso el pasaje de este domingo está envuelto en la atmósfera de despedida pero también de ánimo y fortaleza. Los discípulos empiezan a entrever el dolor de la ausencia, pero Jesús anuncia, promete y revela una nueva presencia. La presencia de Dios en la comunidad cristiana y en cada uno de ellos, así como la propone Jesús en este pasaje, cambia el antiguo concepto de Dios y la relación del hombre con Él. En el pueblo de Israel, y quizás en la mente y vivencia de muchos de nosotros, se tenía el concepto de un dios como realidad exterior al hombre y como distante de él. Se necesitaban mediaciones para llegar a él. Así surgen una serie de elementos para acercarse a Dios: el templo, la observancia de las leyes, los sacrificios, el sacerdote, los santos. Así, Dios quedaba fuera del mundo y nosotros a veces nos quedábamos anclados en los signos y no llegábamos a Dios. No es raro que termináramos dando más importancia al rito, a la ley, al signo mismo que a Dios.

Su confidencia: “No los dejaré desamparados”, encierra la promesa de una presencia efectiva y afectiva para quienes siguen sus pasos: una nueva presencia divina en nosotros, muy dentro en nuestro corazón, en nuestra vida diaria. Nos asegura tres diferentes maneras para sostener su comunidad: una presencia suya, nueva, en medio de nosotros; la donación del Espíritu Santo y, al darnos a conocer que “yo estoy en mi Padre, ustedes en mí y yo en ustedes”, nos descubre la presencia íntima de la Trinidad en el corazón de los creyentes. Con ello cambia radicalmente nuestra concepción de la relación entre Dios y nosotros. La comunidad y cada miembro se convierten en morada de la divinidad. Nos hacemos templo y santuario de Dios. Dios ya no está fuera de nosotros, sino en nosotros mismos y de ahí brotan un montón de consecuencias: la dignidad del hombre y la naturaleza, la exigencia del respeto al otro que también es santuario de Dios, la primacía del amor sobre los ritos y de la vida sobre la doctrina. Dios está vivo en medio de nosotros, no es doctrina, ni ley; sino vida, relación y amor.

El Papa Francisco ha destacado de manera primordial la misión misericordiosa de Jesús, el Consolador. Al marcharse Él, cuando parece que se agrieta y se desmorona el grupo ante la ausencia del Maestro, los discípulos reciben la promesa de esta nueva presencia que se hará realidad en la vida de la primera Iglesia, al recibir el Espíritu Santo y descubrir el dinamismo de la presencia y asistencia de este Nuevo Consolador en medio de todas las vicisitudes de una Iglesia que inicia sus caminos. A pesar de los riesgos que los apóstoles corrían cuando Jesús los dejó “solos”, siguieron conservando su identidad y su tarea porque contaban con la fuerza del Espíritu Santo. Cada paso, cada nueva crisis, siempre es resuelta con la presencia de Jesús y con la asistencia del Espíritu Santo. Pero es también todo un reto, porque están más propensos a construir su propia iglesia, su propio grupo y a olvidarse de la Iglesia de Jesús. Todo esto tiene una condición: “si me aman…”. Si no, todo está perdido.

Si el amor es el fundamento, ¿le hemos dado la suficiente importancia en nuestras comunidades y en nuestra vida? ¿No hemos perdido demasiado el tiempo en cosas secundarias y nos hemos olvidado de amar al estilo de nuestro Maestro y Pastor? ¿Somos dóciles al Espíritu o pretendemos manipular el Espíritu a nuestro gusto y antojo?

Gracias, Padre Bueno, por el regalo de la presencia y la fuerza de tu Espíritu. Concédenos vivir plenamente el mandamiento de amarte y amarnos unos a otros para ser dignos discípulos de tu Hijo, Jesús. Amén.

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Enrique Díaz Díaz

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