Semillas mejoradas para África, ¿bendición o maldición?

Dos biólogos subrayan el deber moral de permitir los cultivos genéticamente modificados

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

Por Piero Morandini e Ingo Potrykus

ROMA, 21 de octubre de 2009 (ZENIT.org).- Hay un temor difundido en los medios de comunicación, en el público y también entre los obispos de que las nuevas variedades de semillas harán a los agricultores africanos económicamente dependientes de las empresas sementeras. Esta posibilidad se puede verifica con las semillas, pero también con muchos otros productos de las biotecnologías, así como para los de otras tecnologías diversas.

Muchos productos a día de hoy son como las “cajas negras”. La gente no consigue comprender qué sucede dentro (intentad pensar en los teléfonos móviles, la televisión, los motores, etc.) y por esto tienen poca o ninguna capacidad de repararlos o de cambiarlos de alguna forma. Para las tecnologías más antiguas el problema se siente menos. Tomad como ejemplo una bicicleta: uno consigue distinguir sus distintas partes, como los pedales, las ruedas y la cadena que hace de unión; se pueden desmontar fácilmente y volver a montar los frenos y las ruedas.

En una palabra, logramos entender y controlar mejor esta tecnología, aunque uno tiene que admitir que no sabemos crear sus productos por nosotros mismos. Cosas como los ordenadores o las semillas son mucho más complicados de entender, y en consecuencia somos menos capaces de crearlos o aun solo de alterarlos.

Esta aumentada dependencia de quien proporciona la tecnología podrá no gustar, pero es algo irreversible y generalizada. Y no debe ser considerada como negativa en sí misma, ya que permite obtener beneficio de tantas tecnologías, aunque tengamos poco control sobre ellas. Sería por tanto injusto expresar preocupación por la dependencia solo por cuando respecta a las semillas y en particular para las semillas producidas con los métodos de las modernas biotecnologías (comúnmente llamadas genéticamente modificadas o GM).

El problema de la esterilidad

Uno de los mitos que circulan desde hace más de diez años sobre estas semillas, se ha representado recientemente en un artículo en la edición inglesa de ZENIT firmado por Robert Moynihan [1]. El mito sostiene que las semillas producidas a través de las modernas tecnologías son estériles. Esto precisamente es un mito.

En primer lugar, todos los métodos de mejora genética crean y usan variabilidad genética para obtener cultivos con características mejoradas (por ejemplo, mayor resistencia a patógenos o insectos, resistencia a condiciones adversas como escasez o exceso de agua, o incluso resistencia a los herbicidas) y por esto todos los cultivos presentan profundas modificaciones genéticas. Las nuevas variedades mejoradas con las biotecnologías modernas se deben por tanto definir mejor como cultivos genéticamente ingenierizados ((GI o, en inglés, GE) porque las modificaciones genéticas son más precisas y predecibles que las que se hacían en el pasado.

Segundo y más importante punto, ningún cultivo GI comercial se ha hecho estéril para impedir a los agricultores reutilizar las semillas.

Tercero, muchos cultivos, especialmente en los países más desarrollados, han crecido a partir de semillas comerciales. Los agricultores compran las semillas por distintas y sencillas razones. En algunos casos es la biología misma de la planta la que determina la elección: muchos cultivos (como el maíz, la remolacha, el arroz, el girasol y la mayor parte de las hortalizas) son típicamente, o a menudo, según las especies, cultivadas como híbridos F1. Esto significa que las semillas usadas para la siembra son el resultado de un cruce entre dos progenitores que son parecidos (normalmente dos variedades de la misma especie) pero distintos por diversos caracteres, como por ejemplo la altura o el rendimiento [2].

El resultado del cruce es en general una planta vigorosa, a menudo mucho más vigorosa que ambos progenitores, y los rendimientos aumentan mucho.

El ejemplo más claro es el maíz, en que los rendimientos pueden aumentar incluso 2-3 veces respecto a los progenitores no híbridos. Por desgracia, el vigor del híbrido disminuye rápidamente en las generaciones sucesivas.

Por este motivo más del 99% del maíz cultivado en los países desarrollados es maíz híbrido cuya simiente los agricultores vuelven a comprar cada año. Podrían perfectamente usar parte de la cosecha para la siembra del año sucesivo, pero saben que esto comporta una bajada significativa del rendimiento.

Son por tanto capaces de calcular la diferencia entre las dos elecciones (replantar la semilla o volver a comprar nueva simiente) y la gran mayoría decide volver a comprarla. Para otros cultivos, la situación está mucho más diversificada: el arroz y la colza crecen sólo en parte como híbridos, mientras que para la soja y el trigo esto sucede muy raramente.

Incluso cuanto un cultivo no es híbrido, los agricultores a menudo compran la simiente porque saben que la calidad de la semilla es importante. Pero producir buena simiente es un trabajo duro. Las semillas deben ser puras (sin semillas de herbáceas, por ejemplo), deben germinar velozmente, de modo seguro y con una porcentaje alto. Deben además estar libres de enfermedades (virus, bacterias, hongos…) e insectos nocivos, tener un buen rendimiento y ser capaces de soportar bien condiciones no óptimas como poca lluvia o calor fuerte.

Si a una partida de semillas le falta una o varias de estas características, entonces la cosecha está en riesgo. Por esto hay empresas cuya tarea es la de producir semillas de alta calidad, de modo que tanto la empresa sementera como el agricultor puedan obtener beneficio.

Producir estas semillas comporta gastos y por tanto las semillas no pueden ser simplemente regaladas, de lo contrario la empresa dejaría de existir. Es el agricultor quien debe decidir si las semillas valen verdaderamente el precio o si producen verdaderamente lo que cuestan. A menudo por tanto los agricultores hacen pequeñas pruebas sobre nuevas variedades en una o dos estaciones seguidas antes de comprar una gran cantidad para la siembra. Primero quieren verificar si la calidad superior anunciada por la empresa corresponde a la verdad.

Cuando una nueva variedad encuentra el favor de los agricultores, entonces podéis estar seguros de que es una buena variedad y de que el precio es razonable. Los agricultores – los compradores de semillas – son los que deciden si una semilla y la empresa que la produce tendrán éxito.

Seguridad

Otro mito es que no haya aún datos para decidir si los cultivos GI son seguros para el hombre o el medio ambiente.

Tras casi 15 años de cultivos con fines comerciales (y más de 25 años de investigaciones sobre los cultivos GI), con un número de plantas cultivadas que gura en torno a los 200 billones en una superficie de casi 1.000 millones de hectáreas, podemos decir que hasta hoy no ha habido daños mayores respecto a los causados por las variedades convencionales, y a menudo han sido menores.

Varias academias nacionales e internacionales (Estados Unidos, India, Brasil, Francia, Alemania, Inglaterra, Italia, China, México, la Pontificia Academia de las Ciencias y la Academia del Tercer Mundo) han hecho declaraciones a favor de esta tecnología.

Éstas han subrayado en particular los beneficios bien documentados y los potenciales para los agricultores pobres del mundo. También numerosas sociedades científicas y organizaciones internacionales (WHO, FAO) (véase [3] una lista larga pero incompleta) han examinado la cuestión y han llegado a la conclusión de que, sobre la base de la gran experiencia acumulada y de miles de publicaciones científicas, los cultivos GI no presentan nuevos o diferentes riesgos respecto a las variedades convencionales y pueden (y de hecho lo hacen) reducir o aliviar algunos de los impactos negativos de la agricultura convencional.

El hecho de que las plantas
GI no comporten nuevos riesgos está ilustrado con el siguiente ejemplo: hay diversas plantas tolerantes a los herbicidas que han sido desarrolladas con técnicas convencionales menos precisas y que han sido aprobadas para los cultivos sin el largo y costoso proceso requerido para las plantas GI (el proceso incluye una valoración del riesgo y un proceso de análisis bien regulado que dura entre 5 y 10 años con costes del orden de los más de 10 millones de dólares). Y bien, estas variedades convencionales (por ejemplo colza, girasol, arroz o trigo) cultivadas sobre millones de hectáreas presentan los mismos riesgo, y a veces, la misma modificación genética, que las plantas GI tolerantes a los herbicidas.

Beneficios

En suma, los datos muestran de modo evidente que las plantas GI ofrecen grandes beneficios. Los ofrecen hoy en todo el mundo y de modo particular para los millones de agricultores en los países en vías de desarrollo. De hecho la gran mayoría (el 90% de casi 13 millones) de los agricultores que usan plantas GI son campesinos pobres de los países en vías de desarrollo, algunos de los cuales en países africanos como Burkina Faso y Sudáfrica. [4]

Esto debería ser materia de reflexión para aquellos que esparcen falsedades entre los africanos sobre las opciones a su disposición para el desarrollo agrícola. Los lectores indecisos son invitados a leer el libro de Robert Paarlberg «Starved for Science«. [5]

A la luz de cuanto se ha dicho hasta ahora creemos firmemente que no solo es “una obligación moral permitir que estos países hagan su propia experimentación”, como sugería el padre Gonzalo Miranda, profesor de bioética en la Universidad Pontificia Regina Apostolorum, sino también que se les proporcionen instrumentos (la educación) para hacerlo.

Además consideramos un lujo inútil, y por ello mismo un pecado por parte de los países occidentales, requerir una regulación maníaca para esta tecnología cuando una agricultura africana en parte estancada significa muerte y malnutrición para muchos. La seguridad alimentaria para África comienza con producir más alimento. Ahora.

* * *

Piero Morandini es investigador de Fisiología Vegetal y profesor de Biotecnologías Vegetales Industriales en la Universidad de Milán.

Ingo Potrykus es presidente del comité “Humanitarian Golden Rice” y Profesor Emérito en Ciencias Vegetales del Instituto Suizo Federal de Tecnología.

— — —

[1] Robert Moynihan, «In Africa, will new seeds bring a better life?» (ZENIT Oct. 5, 2009). Versión española: http://www.zenit.org/article-32972?l=spanish

[2] http://www.isaaa.org/Kc/inforesources/publications/pocketk/Pocket_K_No._13.htm

[3] Lista de Academias/sociedades científicas/ organizaciones que apoyan el uso de plantas GI.

http://users.unimi.it/morandin/Sources-Academies-societies.doc

[4] http://www.isaaa.org/resources/publications/briefs/39/executivesummary/default.html

[5] Robert Paarlberg. «Starved for Science: How Biotechnology Is Being Kept Out of Africa«, Harvard University Press, March 2008.

 

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

ZENIT Staff

Apoye a ZENIT

Si este artículo le ha gustado puede apoyar a ZENIT con una donación