Solidaridad y ecología, dos caras de la misma moneda; según la Santa Sede

Documento vaticano para preparar la Cumbre Mundial de Johannesburgo

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CIUDAD DEL VATICANO, 13 junio 2002 (ZENIT.org).- Ecología y solidaridad son dos elementos inseparables, afirma la Santa Sede en un documento redactado en preparación de la próxima cumbre mundial sobre el ambiente en el que propone una «ecología humana».

Del 26 de agosto al 4 de septiembre se celebrará en Johannesburgo, Sudáfrica, la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Sostenible, diez años después de la Conferencia de Río de Janeiro.

Al reunirse el Comité Preparatorio en Bali, Indonesia, del 27 de mayo al 7 de junio, la Santa Sede presentó un documento a las delegaciones participantes con sus sugerencias para la Cumbre de Johannesburgo.

De acuerdo con el documento de cinco páginas, la ecología constituye un auténtico signo «de la solidaridad humana», que implica «obviamente la conservación y el cultivo de los recursos de la Tierra».

Tal desarrollo debe basarse en «sólidos valores éticos» como «la justicia, los derechos humanos, la paz y la libertad», sin los cuales «ningún progreso será sostenible».

«El concepto de desarrollo sostenible –subraya el documento de la Santa Sede– puede comprenderse sólo en la perspectiva de un desarrollo humano e integral».

El primer principio de la «Declaración de Río» afirma que «el ser humano está en el centro de todo lo relativo al desarrollo sostenible». Por eso, la Santa Sede pide que la Cumbre Mundial adopte el término de «ecología humana».

«Ecología humana», explica el texto, implica ante todo «asegurar y salvaguardar las condiciones morales en la acción de los seres humanos con el ambiente».

«La primera y fundamental estructura de la ecología humana es la familia –se lee en el documento–, lugar en el que el hombre recibe su primera formación y la idea de bondad y verdad. La familia es donde el individuo aprende a amar y a ser amado, y esto significa crecer como persona. En este contexto, debe prestarse especial atención a la función de ecología social representada por el trabajo».

En relación con la globalización, el documento de la Santa Sede explica que ésta «no es buena o mala a priori. Es necesario insistir en que la globalización, como cualquier otro sistema, debe estar al servicio de la persona humana, debe servir a la solidaridad y al bien común».

El documento de la Santa Sede subraya «la absoluta necesidad de erradicar la pobreza». Se necesita en este punto «la activa participación de los pobres», quienes desgraciadamente «en muchos proyectos en discusión son contemplados como un problema antes que como un potencial productivo y creativo».
Desde este punto de vista, la Santa Sede define como cruciales «la posibilidad de empleo y la difusión de sistemas educativos y sanitarios».

«Se deberían estudiar nuevas formas de consumo y producción –afirma el texto–, promovidas en acuerdo con los principios de la dignidad humana y de la solidaridad».

El documento de la Santa Sede subraya asimismo la necesidad de «facilitar el acceso a los servicios sociales a las personas que viven en las zonas rurales», así como solicita «un adecuado abastecimiento de agua potable y de los sistemas sanitarios para todo habitante de la Tierra».

Respecto a la relación entre los Estados, el documento pide «una verdadera solidaridad basada en cualidades espirituales como fundamento para abordar los problemas internacionales». En este contexto, propone una «gobernancia internacional» basada en el principio de subsidiariedad, según el cual «cuando una nación no consiga desarrollarse, las demás están obligadas a acudir en su ayuda».

El documento de la Santa Sede concluye explicando «la unicidad del ser humano frente a la creación. Un ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, pero que se realiza solamente en la donación de sí mismo a los demás. Es el don de sí mismo lo que garantiza el desarrollo de las futuras generaciones».

«En este contexto, los miembros de las futuras generaciones –dice el documento de la Santa Sede– dependen del don de sí mismo ejercido con plena responsabilidad. Los jóvenes refuerzan su educación sobre la base del generoso sacrificio de los adultos. El don de sí mismo es la forma más noble de libertad humana y es la base de todas las acciones que conducen a un desarrollo humano integral».

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ZENIT Staff

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