Ucrania: El viaje más difícil del Papa a la ex Unión Soviética

La caída del comunismo abrió heridas en el país con la Iglesia ortodoxa

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CIUDAD DEL VATICANO, 6 nov (ZENIT.org).- El viaje de Juan Pablo II a Ucrania, que tendrá lugar el próximo mes de junio, como anunció esta mañana el portavoz de la Santa Sede, Joaquín Navarro-Valls, será sin duda el más difícil de los que ha afrontado el pontífice al antiguo bloque comunista.

El anuncio del director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede ha sido precedido por un paciente trabajo para resanar las heridas que surgieron entre católicos y ortodoxos tras la caída del régimen comunista.

Un camino de reconciliación que tuvo una etapa importante en mayo de 1999, en Bucarest, cuando el abrazo entre el obispo de Roma y el patriarca Teoctist sirvió para superar malentendidos que también tienen lugar en Ucrania.

El patriarcado ortodoxo de Moscú ha acusado en los últimos años a la Santa Sede de expansionismo en estas tierras. En particular, niega el derecho de los católicos de rito bizantino, más conocidos como uniatas, a recuperar propiedades que les había arrebatado el comunismo.

Stalin, en 1946, decretó la eliminación de la Unión Soviética de la Iglesia católica de rito oriental, particularmente presente en Ucrania, que había nacido en 1550, gracias a la Unión de Brest. Cristianos ortodoxos, en aquella ocasión, reconocieron el primado del Papa de Roma. La Santa Sede les acogió en el seno de la Iglesia católica y al mismo tiempo les permitió celebrar la liturgia de rito oriental, como lo hacen los ortodoxos.

Algunos pastores ortodoxos, sobre todo tras la persecución comunista, ven esta presencia de católicos con su misma liturgia en sus mismas tierras como una especie de Caballo de Troya.

Los católicos uniatas pagaron muy cara su fidelidad a Roma. Las parroquias, por orden de Stalin, pasaron a formar parte de la Iglesia ortodoxa. Los obispos y sacerdotes que no quisieron entrar en la Ortodoxia sufrieron la persecución, la cárcel, el asesinato o la deportación a Siberia.

El símbolo del sufrimiento de los uniatas fue el cardenal Joseph Slipy, arzobispo de Lviv, quien cinco meses y medio después de su nombramiento, el 11 de abril de 1945, fue arrestado por la policía soviética. Fue sometido a torturas y terribles interrogatorios y condenado a trabajos forzados en Siberia. En 1963, Juan XXIII logró liberarlo dirigiéndose directamente a Nikita Jruchov, secretario en ese momento del Partido Comunista de la Unión Soviética.

De este modo, el cardenal hizo resonar en el Concilio Vaticano II el grito de los católicos de rito oriental perseguidos.

Mijail Gorbachov, ex presidente de la Unión Soviética, promulgó una ley que reparaba las injusticias sufridas por los católicos uniatas, que hoy son unos cinco millones, y, estableció el que pudieran recuperar los edificios eclesiásticos que les habían sido expropiados según un criterio democrático: la Iglesia (católica u ortodoxa) que tuviese el mayor número de fieles en el lugar tendría derecho a su uso.

Ahora bien, muchos fieles ortodoxos, por motivos varios, no se encontraban registrados como tales, de modo que se asignaron iglesias, monasterios y casas parroquiales a los católicos en una medida superior a la que los ortodoxos consideraban justa.

No sólo. Algunas familias de sacerdotes ortodoxos (casados) se encontraron en situaciones difíciles, pues la ley les pedía que abandonaran la casa parroquial en la que vivían desde hacía décadas. Todo esto, dio orígenes a conflictos entre comunidades locales.

Roma, a través del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, presidido por el cardenal australiano Edward I. Cassidy, ha tratado de colaborar en la resolución de estos conflictos (que también tuvieron lugar en Rumanía) ayudando a crear comisiones mixtas entre católicos y ortodoxos que analicen los problemas y promoviendo el diálogo y la reconciliación como única vía posible.

Esta política dio buenos resultados en el caso de Rumanía, el primer país de mayoría ortodoxa visitado por Juan Pablo II, que le ofreció una bienvenida estupenda, donde también existe una importante presencia de católicos de rito oriental. Parece que ahora también está dando buenos resultados en el caso de Ucrania, de lo contrario el viaje no podría haber sido anunciado, pues el Papa nunca visitaría ese país sin la aprobación de sus líderes ortodoxos. Pronto, aunque la fecha todavía no se conoce, debería reunirse la comisión mixta que analiza las relaciones entre Roma y el patriarcado de Moscú.

En este ambiente, el Papa será sometido a duras presiones durante su visita a Ucrania. Ahora bien, su actitud podría desempeñar un papel decisivo para el futuro de las relaciones con los ortodoxos, de modo que el viaje podría abrir (o cerrar) las puertas de Moscú a un viaje del pontífice.

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ZENIT Staff

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