El objetivo del capítulo general consiste en renovar la vida de la congregación religiosa, tras 150 años de entrega a los más necesitados, siguiendo los principios exigentes del «ora et labora».
El «grano de mostaza» que constituyó la intuición de las dos hermanas fundadoras de esta congregación, María y Giustina Schiapparoli –en Italia, a mediados del siglo pasado— se ha convertido en un árbol de grandes ramas que cuenta con 82 casas y más de 400 religiosas esparcidas entre América Latina, África, Europa y Asia. Cuatro continentes en los que las religiosas benedictinas se dedican de manera particular a la atención de la infancia abandonada, de los adolescentes y de los jóvenes que sufren las lacras de la modernidad consumista o de la violencia.
«Para alcanzar este objetivo –observó el Papa– vosotras habéis encontrado en la mística, en la vida fraterna, y en la misión los caminos privilegiados para seguir siendo, siguiendo el ejemplo de vuestras fundadoras, la «presencia de la Providencia»». La renovación que busca esta familia religiosa, explicó el pontífice, tiene que estar fundada, por tanto, en la mística benedictina que exige una intensa vida de comunión entre las religiosas, antídoto ante el individualismo, y un compromiso apostólico vivido en la «misma senda evangélica» recorrida por María y Giustina Schiapparoli.
Juan Pablo II, deteniéndose en la atención a los primeros destinatarios de la caridad de las Benedictinas, los niños, constató las grandes plagas que hoy tienen que afrontar: el hambre, las guerras, «enfermedades tremendas como el sida y la perversión de adultos sin escrúpulos, que acechan contra su inocencia y comprometen gravemente su futuro». El Santo Padre pidió responder con gran confianza en Dios, es más, pidió a las religiosas que se conviertan en una especie de caricia de Dios para los pequeños a través de la caridad de su vida. Una respuesta de vida para buscar ya en la tierra el Reino de Dios y su justicia «con audacia profética».