NUEVA YORK, 10 sep (ZENIT.org).- El pasado viernes, 8 de septiembre, el cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado del Vaticano, tomó la palabra en nombre de Juan Pablo II ante la Cumbre del Milenio que reunió a 150 jefes de Estado y de Gobierno en el Palacio de Cristal de las Naciones Unidas en Nueva York. En el discurso, el purpurado italiano especificó cuál es, según la Santa Sede, la misión de la ONU, un tema que en ocasiones está ligado a candentes polémicas. Por su interés, ofrecemos a continuación el texto íntegro de su intervención.
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Señor Presidente,
Tengo el honor de traer a esta Asamblea el saludo cordial y el aliento del Papa Juan Pablo II a los Altos Representantes de los Países del mundo entero que han venido a Nueva York para reiterar su confianza en la obra de la Organización de las Naciones Unidas. La Santa Sede desea fervientemente que, al alba del tercer milenio, la ONU contribuya, por el bien de la humanidad, a construir una nueva civilización, la que ha sido llamada «civilización del amor».
1. La primera tarea de las Naciones Unidas es la de mantener y promover la paz en el mundo. Era éste el objetivo principal de los fundadores de la Organización y permanece actual. Con demasiada frecuencia todavía la guerra enluta y hace sufrir a los pueblos. De frente al aumento de los conflictos, en particular de las luchas civiles y étnicas, la ONU tiene el deber de intervenir en el marco de la Carta para obtener la paz.
En nombre del Papa, rindo homenaje a todo lo que la ONU ha hecho en este ámbito y saludo la memoria de los soldados y de los miembros del personal civil que han encontrado la muerte en el curso de las Operaciones por el mantenimiento de la paz.
La paz es siempre frágil y conviene velar para apagar los focos de guerra, así como para evitar su explosión; por esto la Organización tiene que desarrollar sus capacidades de diplomacia preventiva. Por su parte, la Santa Sede aprobará siempre las iniciativas a favor de la paz, entre otras las destinadas a consolidar el respeto del derecho internacional y a limitar los armamentos.
2. La segunda tarea de la ONU es la de promover el desarrollo. Hoy todavía, una parte importante de la población mundial vive en condiciones de miseria que son una ofensa a la dignidad humana. Esto es más inaceptable por el hecho de que al mismo tiempo, la riqueza aumenta rápidamente y la separación entre ricos y pobres se acrecienta, al interno mismo de las naciones.
Además, muy a menudo, a la pobreza son asociados otros males, como la guerra, la degradación del ambiente y las catástrofes naturales, así como las epidemias. ¿Cómo no subrayar que la mayor parte de estas plagas tocan en primer lugar el África y cómo no invocar para este Continente una atención especial y esfuerzos a la medida de sus necesidades?
La situación exige, por tanto, una movilización moral y financiera, que comprenda objetivos precisos para lograr una disminución radical de la pobreza, entre los cuales la cancelación de la deuda de los países pobres según modalidades más incisivas, una renovación de la ayuda al desarrollo y una generosa apertura de los mercados. Además, se deben lanzar programas para que el progreso social vaya a la par con el crecimiento económico. El desarrollo es una noción global, que tiene como objetivo la promoción del bien y de la dignidad de la persona, considerada de manera integral. Y los modos para llegar a ello se resumen en una palabra: solidaridad.
A este propósito, permítame recordar, Señor Presidente, que deben ser respetados los compromisos adquiridos en las conferencias y reuniones internacionales consagradas a estas cuestiones. Es decepcionante que sobre puntos fundamentales como la reducción de la deuda o el nivel de la ayuda pública al desarrollo, se haya realizado tan poco progreso.
3. La tercera tarea de las Naciones Unidas es la de promover los derechos humanos. Se han elaborado numerosos documentos, tanto para definir estos derechos como para garantizar su respeto mediante mecanismos apropiados. Estos esfuerzos deben continuar, pues el combate por los derechos humanos no terminará jamás. Citaré aquí la defensa del primero de ellos, el derecho a la vida, tan a menudo puesto en peligro.
El Papa Juan Pablo II expresa desde ahora su apoyo a la Conferencia mundial contra el racismo, la discriminación racial, la xenofobia y la intolerancia, que se celebrará el año próximo en África del Sur, y alienta a todas las iniciativas destinadas a evitar el racismo y la intolerancia.
Pero además de esta perspectiva concreta de los derechos humanos, es preciso reforzarlos dándoles una base ética sólida pues de lo contrario permanecerán frágiles y sin cimientos. A este propósito, es necesario reafirmar que los derechos humanos no son creados ni otorgados por nadie, sino que son inherentes a la naturaleza humana. Según la Santa Sede, la ley natural, inscrita por Dios en el corazón de cada ser humano, es un denominador común a todos los hombres y a todos los pueblos. Es un lenguaje universal, que todos pueden conocer y sobre la base del cual se pueden entender los pueblos.
4. Una cuarta tarea de la ONU es la de garantizar la igualdad de todos sus Miembros. En este sentido son necesarias ciertas reformas, para adaptar su estructura a las realidades actuales y reforzar la legitimidad de su acción. Es preciso, en efecto, que la ONU sea plenamente representativa de la comunidad internacional y no aparezca como dominada por algunos.
La escucha y el respeto de cada uno es imperativo cuando se trata de tomar decisiones comunes, pero en manera especial cuando se trata de definir orientaciones que tocan los valores morales y culturales fundamentales. En este ámbito, no es legítimo el pretender imponer, en nombre de un concepto subjetivo del progreso, ciertos modos de vida minoritarios. «Los Pueblos de las Naciones Unidas», mencionados en el Preámbulo de la Carta, tienen derecho al respeto de su dignidad y de sus tradiciones.
En esta óptica, me permito recordar la posición de la Santa Sede en relación con las sanciones impuestas por la Organización para obtener que un Estado cumpla con sus obligaciones internacionales. En cada caso debería ponerse en acto un procedimiento claro de examen y revisión, así como las modalidades oportunas para que estas medidas no pesen principalmente sobre las poblaciones inocentes.
Señor Presidente,
Los cristianos, que han recordado este año el nacimiento de Jesús en Belén, se sienten solidarios con los esfuerzos que la comunidad internacional emprende para que el mundo de mañana esté libre de la violencia, de las injusticias y del egoísmo. La Iglesia católica desea contribuir a esta obra inmensa, ante todo mediante el anuncio del Evangelio de Cristo pues, sin progreso espiritual, el progreso material de las naciones será vano e ilusorio. Esta convicción ha guiado a la Iglesia a lo largo de su historia y es también su compromiso para el tercer milenio.
Gracias, Señor Presidente.
N. B.: El discurso fue pronunciado en francés. Esta traducción ha sido distribuida por la Sala de Prensa de la Santa Sede.