CIUDAD DEL VATICANO, 14 sep (ZENIT.org).- El semanario español «Alfa y Omega» lo constata hoy en su última edición: el Jubileo de la Universidad, que se celebró del 3 al 19 de septiembre, constituye el acto académico más grande de la historia.

Los números lo confirman: diez mil profesores, nueve Premios Nobel, trescientos rectores de universidades de todo el mundo, cincuenta y nueve congresos internacionales, mil quinientos conferenciantes. Un acontecimiento de estas magnitudes, cuya primera fase se celebró en Oriente Medio (Israel y Líbano) e Italia, tendrá necesariamente una influencia decisiva en las relaciones entre la Iglesia y la investigación científica y universitaria, que no siempre han experimentado una «boda de miel».

Todos los congresos, simposios, conciertos y encuentros tenían un mismo objetivo: delinear las pistas del nuevo humanismo del tercer milenio a la luz de la experiencia cristiana.

Esta meta quedó ilustrada en detalle en un magistral discurso pronunciado por el pontífice en su encuentro con los profesores, alumnos, capellanes y personal universitario, que tuvo lugar en la sala de audiencias generales del Vaticano el sábado 9 de septiembre por la mañana. Se trata de una intervención del Papa que sin duda será recordada.

Después de haber escuchado las conclusiones de los casi sesenta congresos que se han celebrado con motivo del Jubileo de la universidad, Juan Pablo II constató: «Habéis querido afirmar la exigencia de una cultura universitaria realmente "humanista", ante todo en el sentido de que la cultura debe ser a medida de la persona, superando la tentación de un saber que se doblega al pragmatismo».

Un riesgo para la libertad
«Por eso habéis recalcado que no hay contradicción, sino más bien un nexo lógico, entre libertad de investigación y reconocimiento de la verdad. Es una faceta que merece ser subrayada, para no ceder al clima de relativismo que amenaza a buena parte de la cultura actual». Pues como el mismo pontífice consideró: «Una cultura sin verdad no es una garantía sino un riesgo para la libertad».

El Santo Padre agregó que «el humanismo cristiano implica en primer lugar la apertura a lo trascendental. Aquí radica la verdad y la grandeza del ser humano». Y subrayó que hay que estar alerta ante «una cultura que ponga en duda la capacidad de la razón para alcanzar la verdad. Siguiendo esta senda se corre el peligro de caer en el equívoco de una fe reducida al sentimiento, a la emoción, al arte, de una fe, en resumen, desnuda de cualquier fundamento crítico». Y con una fórmula plástica, afirmó: «¡La fe no germina sobre las cenizas de la razón!».

El gran desafío que planteó el Papa los diez mil participantes en el encuentro fue claro: «las ciencias del ser humano y las de la naturaleza tienen que volver encontrarse», pues «el progreso científico y tecnológico pone hoy en manos del ser humano posibilidades que al mismo tiempo son magníficas y terribles».

Para ello, Juan Pablo II invitó a cuantos se dedican a la investigación científica a «transformar las universidades en "laboratorios culturales" en los que se establezca un diálogo constructivo entre teología, filosofía, ciencias del ser humano y ciencias de la naturaleza, considerando la norma moral como una exigencia intrínseca de la investigación».

De este modo, el discurso del obispo de Roma culminó describiendo los rasgos del nuevo humanismo que la Iglesia propone a la Universidad en este año 2000: «una visión de la sociedad centrada en el ser humano y en sus derechos inalienables, en los valores de la justicia y de la paz, en una relación adecuada entre individuos, sociedad y Estado, en la lógica de la solidaridad y de la subsidiariedad».

Al día siguiente, al final del Jubileo de los universitarios, Juan Pablo II ofreció un regalo muy particular a los profesores y alumnos universitarios de todo el mundo: un icono de la Virgen, «Trono de sabiduría», que en esta semana se encuentra en la Universidad de Atenas y que ya en los próximos días llegará a Moscú. María recorrerá «en peregrinación», centros universitarios de todo el mundo. Esa mujer ha sido motivo único de inspiración para artistas, literatos, músicos, científicos, académicos en los últimos veinte siglos. De este modo, el Papa quiso dejar claro que este nuevo humanismo tiene que dejar espacio a ese «genio femenino» que muy poco tiene que ver con el humanismo materialista y consumista imperante.