Ana Wang, una santa mártir para China

Será declarada santa el próximo domingo en San Pedro

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ROMA, 28 sep (ZENIT.org).- Los 120 mártires asesinados en China que serán proclamados santos por Juan Pablo II el próximo 1 de octubre fallecieron entre los siglos XVII y XX. Son historias que ponen la piel de gallina.

Entre los testimonios más significativos y documentados, la agencia «Fides» ha destacado elo caso de Ana Wang (1886-1900), adolescente asesinada en Hebei durante la revolución de los Boxers.

Ana Wang nació en 1886 en Majiazhuang, en la zona del Weixian, al sur de la provincia del Hebei, en una familia cristiana. Perdió a su madre a la edad de 5 años. Muy pronto mostró su fuerte carácter: a 11 años es prometida como esposa, pero se opone vigorosamente a este proyecto.

El 21 de julio de 1900 una banda de Boxers penetra en Majiazhuang. Hacen una redada de cristianos y les advierten: «El gobernador ha prohibido practicar la religión occidental. En caso de apostasía, seréis liberados. En caso contrario, os mataremos».

La suegra de Ana se decide por la apostasía y quiere que Ana tome la misma decisión. Pero Ana se opone a seguirla gritando: «Creo en Dios, soy cristiana, no quiero renegar de Dios. Jesús, ¡sálvame!». Ana y sus compañeras se quedan rezando toda la noche. A la mañana siguiente, los boxers conducen a los cristianos que no quisieron renegar de su fe al campo de ejecución.

Ana asiste a la terrible escena de la ejecución del pequeño Andrés Wang Tianquing, de 9 años. Los no cristianos lo quieren salvar, pero su madre afirma: «Yo soy cristiana, mi hijo es cristiano. Tendréis que matarnos a los dos». Los jefes de la banda se hacen una mueca con la cabeza. El pequeño Andrés se arrodilla y dobla su pequeño cuerpo. Mira a su madre y su rostro se ilumina con una sonrisa. Después, el hacha del verdugo cae sobre su cabeza. En esa ocasión los Boxers asesinaron a mujeres y a sus hijos, uno de ellos de 10 meses. Uno de los torturadores tomó al niño por los pies, lo parte en dos y lo arroja a los pies de su madre, ya muerta.

Ana tiene la mirada fija en la iglesia de Weixian. Arrodillada, reza en voz alta con los ojos fijos en el cielo. Un militar se acerca y le dice: «Renuncia a tu fe y te salvarás». Pero Ana no responde e, insistiendo el militar, le dice: «No me toques. Soy cristiana. Antes que la apostasía, prefiero morir». El bandido entonces le corta el brazo derecho y repite su petición: «¿Reniegas ahora?». Nada que hacer. Le da otro golpe. Ana dice: «La puerta del cielo está abierta» y susurra por tres veces el nombre de Jesús, bajando la cabeza. El bandido le da el golpe final y, con un tajo, arranca su cabeza.

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ZENIT Staff

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