El Papa apuesta por un deporte de los valores y no del simple negocio

Jubileo de los deportistas en el Vaticano: el hombre, en el centro

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CIUDAD DEL VATICANO, 29 oct (ZENIT.org).- El panorama que ofrecía ayer por la tarde la Basílica de San Pedro era realmente sugerente: miles de atletas jóvenes y no tan jóvenes, campeones o desconocidos, cruzaban la puerta santa en signo de conversión.

Era uno de los momentos más importantes del Jubileo del deporte que se ha celebrado este fin de semana en Roma. En la mañana de ese sábado Juan Pablo II se encontró con los deportistas en la sala de audiencias generales del Vaticano. Entre los presentes se encontraba el presidente del Comité Olímpico Internacional, Juan Antonio Samaranch.

El encuentro llevaba por lema «En tiempos del Jubileo: el rostro y el alma del deporte». Y el Papa, en su intervención, indagó sobre el auténtico rostro del deporte en una época en la que la exagerada comercialización corre el riesgo de asfixiar los valores del deporte.

Escuchaban al Papa varios campeones deportivos italianos de todos los tiempos, mezclados en un auditorio de más de 5 mil jóvenes atletas.

Los valores del deporte
«El deporte es, sin duda, uno de los fenómenos relevantes que, con un lenguaje que todos entienden, puede comunicar valores muy profundos –dijo sin embargo el Papa–. Puede ser un vehículo de elevados ideales humanos y espirituales cuando se practica en el pleno respeto de las reglas; pero puede también perder su auténtico objetivo cuando deja espacio a otros intereses que ignoran el carácter central de la persona humana».

De hecho, continuó diciendo el obispo de Roma, el deporte no sólo pone de manifiesto las posibilidades físicas del hombre, sino también sus capacidades intelectuales y espirituales: «No es mera potencia física y eficiencia muscular, sino también un alma y tiene que mostrar su rostro integral –añadió–. Por este motivo, el auténtico atleta no tiene que dejarse arrastrar por la obsesión de la perfección física, ni dejarse subyugar por las duras leyes de la producción y del consumo, o por consideraciones puramente utilitarias y hedonistas»

Entre los valores que puede promover el deporte, el Santo Padre mencionó «el sentido de la fraternidad, la magnanimidad, la honestidad y el respeto del cuerpo –virtudes indudablemente indispensables para todo buen atleta–», que como él mismo reconoció, «contribuyen a la edificación de una sociedad civil, en la que el antagonismo sea sustituido por la sana competencia, donde se privilegie el encuentro al enfrentamiento, la confrontación leal a la contraposición rencorosa».

Las tentaciones del deporte
El deporte en estos momentos no está libre de tentaciones, constató: «se están haciendo cada vez más evidentes los signos de un malestar que en ocasiones pone en discusión los valores éticos que cimientan la práctica deportiva», constató el pontífice. «Junto a un deporte que ayuda a la persona, hay otro tipo de deporte que la daña; junto a un deporte que exalta el cuerpo, hay otro que lo mortifica y lo traiciona; junto aun deporte que persigue nobles ideales, hay otro que persigue sólo el lucro; junto a un deporte que une, hay otro que divide».

Se trataba de una referencia implícita al recurso al dopaje o a la exagerada comercialización de deportes que ha inmolado la competencia en el altar de sueldos estratosféricos de los deportes con más seguimiento de público.

La clave está, por tanto, según Juan Pablo II en promover un deporte «que sepa conciliar con espíritu constructivo las complejas exigencias requeridas por los cambios culturales y sociales que tienen lugar en estos momentos y las exigencias inmutables del ser humano».

Los partidos y la misa
Cuando el Papa pronunció estas palabras, los presentes se levantaron en un grito de estadio. Pero antes de despedirse Juan Pablo II quiso tocar un asunto que preocupa a numerosos obispos en el mundo: «Los ritmos de la sociedad moderna y de algunas competiciones deportivas podrían hacer olvidar al cristiano la necesidad de participar en la asamblea litúrgica del Día del Señor», aseguró. De hecho, buena parte de los partidos de fútbol y de otros deportes se celebran en domingo o en importantes fiestas cristianas. «Las exigencias de un justo y merecido descanso –concluyó el Papa– no deben ir en detrimento de la obligación del fiel de santificar la fiesta». En definitiva, el deporte debe integrarse «en un contexto de sereno reposo, que favorezca el estar juntos y crecer en la comunión, especialmente en familia».

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ZENIT Staff

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