CIUDAD DEL VATICANO, 10 enero 2001 (ZENIT.org).- El Jubileo que acaba de concluir debe dar frutos de libertad y justicia en el mundo de hoy. Este es el llamamiento que hizo Juan Pablo II esta mañana durante la audiencia general del miércoles.
Este compromiso a favor de la justicia que debe vivir todo cristiano, añadió, es intrínseco a la fe, pues, como explicó el pontífice citando tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, Dios rechaza «un culto aislado de la vida, una liturgia separada de la justicia, una oración apartada del compromiso cotidiano, una fe desnuda de las obras».
Ofrecemos, a continuación, la traducción del discurso pronunciado por el Papa.
* * *
1. La voz de los profetas –como la de Isaías que acabamos de escuchar– resuena constantemente para recordarnos que tenemos que comprometernos para liberar a los oprimidos y para hacer que reine la justicia. Si falta este compromiso, a Dios no le agrada el culto. Es un llamamiento intenso, expresado en ocasiones con tonos paradójicos, como cuando Oseas refiere este oráculo divino citado también por Jesús (cf. Mateo 9, 13; 12, 7): «Yo quiero amor, no sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos» (6, 6).
También el profeta Amós, con vehemencia tajante presenta a Dios apartando su mirada para no aceptar ritos, fiestas, ayunos, música, súplicas, cuando en las afueras del santuario se vende al justo por dinero y al pobre por un par de sandalias y se pisotea, como su fuese polvo, la cabeza de los pobres (cf. 2,6-7). Por ello, invita sin dejar lugar a dudas: «¡Que fluya, sí, el juicio como agua y la justicia como arroyo perenne!» (5, 24). Los profetas, por tanto, hablan en nombre de Dios, rechazan un culto aislado de la vida, una liturgia separada de la justicia, una oración apartada del compromiso cotidiano, una fe desnuda de las obras.
2. El grito de Isaías «desistid de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, abogad por la viuda» (1, 16-17), se hace eco en la enseñanza de Cristo, que advierte: «Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda» (Mateo 5, 23-24). En el ocaso de la vida de todo hombre y al final de la historia de la humanidad, el juicio de Dios será precisamente sobre el amor, sobre la práctica de la justicia, sobre la acogida de los pobres (cf. Mateo 25, 31-46). Frente a una comunidad lacerada por divisiones e injusticias, como la de Corinto, Pablo llega a exigir la suspensión de la participación en la Eucaristía, invitando a los cristianos a examinar antes su propia conciencia para no ser reos del cuerpo y de la sangre del Señor (cf. 1 Corintios 11, 27-29).
3. El servicio de la caridad, coherentemente unido a la fe y a la liturgia (cf. Santiago 2,14-17), el compromiso por la justicia, la lucha contra toda opresión, la tutela de la dignidad de la persona no son para el cristiano expresiones de filantropía motivada únicamente por la pertenencia a la familia humana. Se trata, más bien, de decisiones y de actos que tienen un alma profundamente religiosa, son auténticos sacrificios en los que Dios se complace, según la afirmación de la Carta a los Hebreos (cf. 13, 16). Es particularmente incisiva la admonición de san Juan Crisóstomo: «¿Quieres honrar el cuerpo de Cristo? No lo abandones si se encuentra desnudo. No le rindas honores aquí, en el templo, para después descuidarlo ahí afuera, donde sufre a causa del frío y la desnudez» («In Matthaeum hom». 50, 3).
4. Precisamente porque «el sentido de la justicia se ha despertado a gran escala en el mundo contemporáneo […] la Iglesia comparte con los hombres de nuestro tiempo este profundo y ardiente deseo de una vida justa bajo todos los aspectos y no se abstiene ni siquiera de someter a reflexión los diversos aspectos de la justicia, tal como lo exige la vida de los hombres y de las sociedades. Prueba de ello es el campo de la doctrina social católica ampliamente desarrollada en el arco del último siglo (Juan Pablo II, «Dives in misericordia», 12). Este compromiso de reflexión y de acción debe recibir precisamente un impulso extraordinario a partir del Jubileo. En su matriz bíblica, constituye una celebración de solidaridad: cuando tocaba la trompa del año jubilar, cada quien regresaba «a su propiedad y a su familia», como recita el texto oficial del Jubileo (Levítico 25, 10).
5. Ante todo, los terrenos expropiados por las diferentes vicisitudes económicas y familiares eran restituidos a sus antiguos propietarios. Con el año jubilar, por tanto, se les permitía a todos regresar a un punto de partida ideal, a través de una atrevida y valiente obra de justicia distributiva. Es evidente que esto tiene una dimensión que podría llamarse «utópica», presentada como remedio a la consolidación de los privilegios y de las prevaricaciones: es el intento de empujar a la sociedad hacia un ideal más elevado de solidaridad, generosidad y fraternidad. En las modernas coordinadas históricas el regreso a las tierras perdidas podría expresarse, como lo he propuesto en varias ocasiones, con la condonación total o al menos con la reducción de la deuda internacional de los países pobres (cf. «Tertio Millennio Adveniente», 51).
6. El otro compromiso jubilar consistía en hacer que el siervo recuperara la libertad y regresara al seno de su familia (cf. Levítico 25, 39-41). La miseria lo había arrastrado a la humillación de la esclavitud, ahora se abría ante él la posibilidad de construirse un futuro en libertad, dentro de su familia. Por este motivo, el profeta Ezequiel habla del año jubilar como «año de liberación», es decir, de rescate (cf. Ezequiel 46, 17). Y otro libro de la Biblia, el Deuteronomio, auspicia una sociedad justa, libre y solidaria con estas palabras: «Cierto que no debería haber ningún pobre junto a ti […]; si hay junto a ti algún pobre de entre tus hermanos…, no endurecerás tu corazón ni le cerrarás tu mano» (15, 4.7).
Nosotros también tenemos que buscar esta meta de solidaridad: «Solidaridad de los pobres entre sí, solidaridad con los pobres, a la que están llamados los ricos, solidaridad de los trabajadores con los trabajadores» (Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre «Libertad cristiana y liberación», 89). Vivido así, el Jubileo que acaba de terminar, continuará produciendo abundantes frutos de justicia, de libertad y de amor.
N.B.: Traducción realizada por Zenit.