ROMA, 12 ene 2001 (ZENIT.org).- Un año de silencio para aprender a escuchar palabras «esenciales» en el Jubileo. Esta es la iniciativa que ha adoptado durante el año santo la revista de las descendientes espirituales de Charles de Foucauld.
En efecto, durante el año 2000 se ha interrumpido expresamente la publicación de «Noticias de las Fraternidades», boletín de las Pequeñas Hermanas de Jesús, una de las ramas surgidas de la experiencia de aquel militar del ejército francés, que, al convertirse en 1886, se instaló en el Sahara, donde murió asesinado en 1896, víctima de un grupo de sinusitas y tuaregs disidentes que lo atacaron y mataron de un tiro en la cabeza, a la puerta de su ermita.
Ahora, terminado el Jubileo, las Pequeñas Hermanas han vuelto a publicar sus «Noticias». Narran historias del Jubileo en las periferias de la tierra.
La pequeña hermana Donata de Jesús, por ejemplo, habla del año 2000 visto desde Copiacó (Chile), donde vive entre obreros de estación agrícolas en los grandes latifundios.
«Las actividades jubilares –escribe– se han ido concretizando poco a poco, subrayando el hecho de «ponerse en camino» espiritual y materialmente. Aquí, la peregrinación es una expresión muy importante de la religiosidad popular. Me da la impresión de que el pueblo reza con los pies. Basta pensar en los más de sesenta grupos que con motivo de la fiesta de la Virgen bailan durante toda una semana».
El boletín narra también el Jubileo de los «que no tienen tiempo», los aborígenes de Australia, cuyo idioma no tiene significativamente términos temporales, a excepción de «el otro día».
¿Qué ha significado para ellos el Jubileo? La pequeña hermana Michel Edith narra el camino de reconciliación con los aborígenes. Incluso las Olimpiadas, para la gente de Yuendumu –escribe– han sido una antorcha para vivir el sentido jubilar del perdón.
Desde Niger, la pequeña hermana Daniela Chiara habla de la transición del milenio desde las dunas del desierto, entre los musulmanes atentos al llamamiento a la oración en uno de los días del Ramadán. «Son los compañeros de este año de júbilo que la Iglesia nos da, son las Puertas Santas que se nos han abierto para mostrarnos este tiempo habitado por Dios».
Cita el ejemplo de un anciano enfermo, Solimazen, quien dice: «Mirad, si no cayéramos enfermos de vez en cuando, no tendríamos tan frecuentemente el Nombre de Dios en los labios».