El hermano Roger: «Los jóvenes nos sorprenden»

El fundador de Taizé hace un balance del encuentro de Barcelona

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TAIZÉ, 14 ene 2001 (ZENIT.orgAVVENIRE).- La Comunidad de Taizé es, sin duda, uno de los fenómenos más inesperados del cristianismo en la Europa de inicios de milenio. Desde hace 23 años organiza encuentros de oración en los últimos tres días del año que reúnen a cantidades sorprendentes de chicos y chicas católicos, ortodoxos, evangélicos, luteranos, anglicanos… La última edición, celebrada a finales de año en Barcelona, reunió a 80 mil jóvenes de Oriente y Occidente. Esta iniciativa ha surgido por inspiración del hermano Roger Schutz, de 85 años, fundador de la comunidad ecuménica. En esta entrevista hace un balance de la fe de los jóvenes

–Muchísimos jóvenes de todo el mundo llegan a Taizé, entre las colinas de Borgoña (Francia), y participan en los encuentros europeos. ¿Qué buscan?

–Frère Roger: Hoy, muchos jóvenes en el mundo experimentan el desánimo. Ven su futuro muy incierto. Los hay que, en su infancia y adolescencia, han quedado marcados por las heridas familiares. Al ver sobre nuestra colina de Taizé todos estos rostros de jóvenes, que no sólo vienen de los países del Norte, eslavos o mediterráneos, sino también de África, América Latina, Asia, comprendemos que llegan con interrogantes vitales: ¿Cuál será mi futuro? ¿Cómo encontrar un sentido a mi vida? Al acogerlos en Taizé, en nuestras fraternidades que viven en medio de los más pobres, en diversas partes del mundo, así como durante los encuentros europeos, querríamos sobre todo ir a las fuentes de la confianza de la fe.

–Muchos vienen del Este de Europa. ¿Son distintos de su amigos de Occidente?

–Frère Roger: Como todos nosotros, también los del Este esperan que se les comprenda y aprecie. Saben que provienen de países que han sufrido, que experimentan todavía tensiones y una economía frágil. Son muy distintos entre ellos: algunos traen tesoros de humanidad y tenemos mucho que aprender de ellos. Entre los jóvenes del Este, tratamos de estar muy atentos a los ortodoxos de Rusia, Bielorrusia, Ucrania, Rumanía, Serbia, Bulgaria, Macedonia. El secreto del alma ortodoxa consiste, sobre todo, en una oración abierta a la contemplación.

En medio de sus pruebas, muchos ortodoxos han sabido amar y perdonar. La bondad del corazón es para muchos de ellos una realidad vital. Son testigos vivos de la confianza en el Espíritu Santo.

–Frère Roger: Hay quien da emite juicio muy duros sobre esta generación: sin valores, ni responsabilidad, ni futuro. ¿Usted qué opina?

–Sí, es verdad que los jóvenes están inmovilizados por el desaliento, a veces por el escepticismo, pero lo que es todavía más verdad es que, en cualquier lugar de la tierra, algunos desbordan de iniciativa, son creativos. Son capaces de abrir a otros jóvenes a la vida interior y al mismo tiempo a la solidaridad con quien atraviesa dificultades económicas. Cuando oigo juicios duros, interiormente me viene el pensamiento del querido Papa Juan XXIII, y de algunas de las palabras que pronunció en la apertura del Concilio Vaticano II: «En la actual situación de la sociedad, los profetas de desventuras ven sólo ruinas y calamidades; dicen que nuestra época ha empeorado profundamente, como si el mundo estuviera a punto de acabarse».

–Jóvenes que piden encontrarse y hacer oración, en sencillez y libertad, poniendo en el centro la Palabra de Dios. ¿Es este uno de los secretos de Taizé? ¿Y los otros?

–Frère Roger: Desde hace casi cuarenta años, con mis hermanos, vivimos estupefactos. ¿Por qué vienen a Taizé los jóvenes europeos y de otros continentes? ¿Por qué sigue aumentando esta acogida? Nosotros deseamos ser sobre todo hombres de escucha y no tanto maestros espirituales. En esta acogida, nos ayudan religiosas incomparables. las hermanas de San Andrés están en Taizé desde hace 36 años. De espiritualidad ignaciana, están preparadas para el discernimiento y la escucha. Las hermanas ursulinas polacas están aquí desde hace cuatro años. Se dedican, sobre todo, a la acogida de aquellos que provienen de los países de la Europa del Este.

–En Taizé, los jóvenes se sienten acogidos. En algunas parroquias, lamentablemente, no. ¿Tiene algún consejo para que una «parroquia sea acogedora»?

–Frère Roger: En mi interior experimento siempre una gran reserva para dar consejos… Es verdad que, desde hace muchos años, con mis hermanos, nos hacemos esta pregunta: ¿por qué tantos jóvenes han dejado de ir a rezar a las iglesias? ¿Por qué tanta indiferencia entre ciertos jóvenes? En los largos períodos de preparación de los encuentros europeos, durante los cuales algunos de mis hermanos pasan varios meses en las parroquias de una gran ciudad, nos plantean interrogantes. Si los jóvenes pudieran descubrir que Cristo viene para sacarnos del aislamiento y para ayudarnos a descubrir este misterio de comunión que se llama Iglesia… Es importante apoyar lo que permite a la Iglesia ser lo que es o reinventar sobre todo una comunión de amor en la que cada uno se pregunta: ¿cómo quiero vivir día tras día en la bondad del corazón? Cuando la sencillez está íntimamente unida a la bondad, para los cristianos es más fácil estar en comunión entre sí. Muchos jóvenes dicen que en la iglesia se aburren y esto nos duele, cuando sabemos que tantos sacerdotes y laicos hacen lo imposible por acogerles.

La plenitud de una oración cantada y también un momento de silencio juntos pueden ayudar a la participación de todos. Por lo que respecta a nosotros, en Taizé, el canto y la música son esenciales para mantener una espera contemplativa y expresar el misterio de la fe. Desde los inicios de Taizé, me di cuenta de que el canto sería siempre un apoyo insustituible de la oración comunitaria. Es verdad que en una iglesia la calidad del sonido para difundir la música o los cantos de un disco compacto son de primera importancia. Dios no es visible y ni siquiera su Espíritu Santo. Sin embargo, a través del Espíritu Santo, Dios está siempre presente. La comunión con Dios se crea especialmente a través de la belleza del canto. Algunas palabras, pronunciadas lentamente o cantadas, pueden sostener nuestro deseo de comunión con Él: textos muy cortos, meditaciones breves, que los jóvenes pueden llevarse consigo.

Como, por ejemplo, estas breves palabras de San Agustín: «Jesucristo, Luz interior, no permitas que me hablen mis tinieblas, hazme acoger tu amor». Con la oración del canto, incluso en los momentos de prueba, Dios nos edifica.

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ZENIT Staff

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