Dos ex terroristas se confrontan con el canto del Magnificat

Treinta páginas de correspondencia sobre el tema de la misericordia

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ROMA, 30 enero 2001 (ZENIT.org).- Dos ex terroristas que ahora trabajan para la organización italiana «Ninguno toque a Caín» contra la pena de muerte, han publicado un comentario a un versículo del Magnificat: «Su misericordia va de generación en generación».

La aportación literaria del matrimonio formado por Francesca Mambro y
Valerio Fioravanti se funde con otras de personas creyentes y agnósticas para coincidir sobre el tema de la misericordia cantado por la Madre de Jesús, en el momento en que visita a su prima, cuando el Hijo que espera le alegra las entrañas. También Francesca, la ex terrorista, espera en estos momentos la llegada de una hija.

Los dos formaron parte del grupo terrorista italiano NAR –en lo que los italianos llamaron los «años de plomo» (década de los setenta e inicio de los ochenta)–, están condenados a cadena perpetua por los delitos que han reconocido, y también por la matanza de Bolonia en 1980, un atentado en el que murieron 85 personas y en el que siempre han dicho que no participaron.

La editora del proyecto, Rosella Stella, explica que han escogido a los dos ex terroristas –ella con permiso temporal de maternidad, y él en libertad por el día y en la cárcel de noche– pues quien se ha manchado de sangre y quiere redimirse puede comprender mejor que nadie lo que significa la misericordia.

Cuando les propusieron esta colaboración, hace tres años, tuvieron que buscar la palabra «misericordia» en el diccionario. Ha sido un lento proceso de elaboración de sentimientos carteándose, el único medio para comunicarse entonces, porque Valerio no había conseguido todavía el permiso para trabajar de día fuera de la cárcel romana de Rebibbia.

«Ha sido una gran ocasión para reflexionar –dice Francesca–. Hay que dejar de pensar siempre en el pasado y empezar finalmente a mirar al futuro».

Mientras la joven ex terrorista habla con la entrevistadora, recibe la llamada de otra joven que quiere información sobre la asociación contra la pena de muerte.

Cuando se encuentran, la joven, Laura, descubre la verdad: «Soy la prima de uno que vosotros habéis matado hace muchos años. He crecido con el dolor de mi madre y de la familia por su muerte… pero no quiero hablar contigo para juzgarte. Ahora que sabes quién soy, quiero saber y mirar hacia adelante».

Francesca al concluir la conversación, se mira el seno, pleno de siete meses de vida, y añade: «El nacimiento de nuestra hija tiene también mucho que ver con la misericordia».

La niña vivirá con la madre hasta que tenga un año. En marzo de 2002, Francesca volverá a la cárcel.

«Reconocemos nuestros errores y el mal que han provocado y que nos hemos hecho –dice la joven en sus cartas a Valerio–. No sé si estas culpas nos serán perdonadas, pero hemos pagado por los sufrimientos verdaderos de los que somos responsables y nuestra pena sólo acabará con nuestra muerte».

Y responde Valerio: «…¿qué demonio se apoderó de mí en aquella época… qué cortocircuito cerebral haría pasar a segundo plano tu belleza respecto al resto del mundo… Idiotez, sólo idiotez podía ser».

Francesca añade: «¡Misericordia! Ha debido hacer falta tanta para no arrastrarnos por una suerte de la que no es posible guarecerse, pero quizá hay algo justo y misericordioso en el poder dar la vuelta juntos, ser todavía felices por una hora, un día o un mes, sin que esto quite nada al dolor… no deberíamos habernos avergonzado de nuestro amor, de un sentimiento que daba sentido a todo y podía prescindir de todo, también de aquella revolución-presunción que no era otra cosa sino la máscara de nuestros miedos».

Valerio: «…Se dice que los hombres son malos… quizá sí en el sentido de que hacen muchas cosas malas. Pero luego, en general, se dan cuenta de lo que han hecho y les viene la vergüenza».

No lo dicen, pues su camino espiritual es todavía incipiente, pero esto es lo que el cristianismo llama confesión para pedir el perdón de los demás y sobre todo de Dios. En otras palabras, Misericordia.

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ZENIT Staff

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