MADRID, 14 junio 2001 (ZENIT.org).- Religión y Estado: dos realidades que recorren la historia de la humanidad y que siguen siendo protagonistas de situaciones de conflicto, alianzas, entendimientos y separaciones. A pesar del proceso secularizador de la sociedad occidental en los últimos años, la Religión sigue tendiendo un papel protagonista de primer orden en la vida pública y en la conformación de la acción política de los gobiernos en el ámbito estatal y supranacional.
Recientemente se ha publicado «Estado y Religión: textos para una reflexión crítica» (Editorial Ariel, Barcelona, 2000). Los autores del libro –Rafael Navarro-Valls y Rafael Palomino, profesores de la Universidad Complutense– han elaborado una recopilación de textos sobre veinte siglos de las relaciones entre Estado e Iglesias. La obra se abre y cierra con sendos comentarios que permiten una visión global de las relaciones entre el poder político y la religión en la historia de Occidente.
Entrevistamos a Rafael Navarro-Valls, Catedrático de la Universidad Complutense y Secretario General de la Real Academia española de Jurisprudencia, sobre su reciente publicación.
–ZENIT. Estado y Religión. Un título demasiado «explícito» para una mentalidad secularista. ¿Por qué un libro de estas características?
–RAFAEL NAVARRO-VALLS: Con este libro pretendemos cubrir un doble objetivo. Por un lado, dotar a la labor docente que se desarrolla desde disciplinas universitarias tales como la Ciencia Política, la Historia de las relaciones Iglesia-Estado o el propio Derecho eclesiástico, de un instrumento de análisis que permita contrastar las aportaciones teóricas y reflexionar directamente sobre el porqué de las distintas soluciones históricas. Por otro lado, la obra es el producto de una convicción muy arraigada en ambos autores: explicar la actual conformación de las relaciones entre los estados y los grupos religiosos requiere siempre la perspectiva histórica, particularmente de la que aportan las doctrinas y tesis nacidas al abrigo del cristianismo en Europa.
–ZENIT. Sin embargo, esa mirada a la historia parece arrojar un balance negativo: después de más de dos mil años de historia de una civilización, parece que la religión ha sido un factor de división, guerras e intolerancia…
–RAFAEL NAVARRO-VALLS: Sin lugar a dudas, lo ha sido. Pero no de un modo diferente a como lo han sido o podrían serlo otros sistemas de pensamiento, o bien las ideologías o las cosmovisiones. Los grandes desastres del pasado siglo XX no han sido precisamente causados por la religión… A veces, incluso, resulta interesante pensar de un modo diferente al usual, que se centra en algunos conflictos sociales causados por el cristianismo, e imaginarse precisamente qué habría sido de la humanidad, qué de la civilización occidental o de la actual conformación de los Derechos civiles, si no hubiera existido el cristianismo…
–ZENIT. Velos islámicos en las escuelas canadienses, guerra de crucifijos en Alemania, legislación anti-sectas en Francia, el latente peligro del fundamentalismo de diversos signo… ¿Pero no se había logrado reducir la religión al ámbito doméstico en pro de una sociedad igual y aséptica?
–RAFAEL NAVARRO-VALLS: Desde algunos sectores, eso se defendió y todavía se defiende. Pero la religión no ha abandonado el ámbito público. Es una dimensión presente de forma latente o explícita, y no necesariamente presente de forma violenta. Precisamente la represión de la presencia del factor religioso en la sociedad y en la política es una de las posibles causas de que se produzca una especie de «efecto rebote» que devuelve la religión a la arena pública, tal vez incluso con matices fundamentalistas; es un fenómeno bastante estudiado. Por otra parte, tal como hemos analizado en nuestro libro, la ausencia de la religión en el ámbito público no genera espacios de asepsia o neutralidad, sino que casi de forma inevitable (tal vez porque así se pretendía en el fondo) deja paso a una forma de pseudo-religión que solemos denominar «ideocracia», en ocasiones mucho más virulenta en la defensa de sus postulados dogmáticos que la propia religión. Algunas formas de ideocracias son bien conocidas.
–ZENIT. Volviendo sobre esos conflictos en materia religiosa, ¿dónde considera Usted que podría marcarse la frontera entre lo espiritual y lo temporal? ¿Es posible establecer una diferenciación competencial que evite los conflictos?
–RAFAEL NAVARRO-VALLS: Entre lo espiritual y lo temporal hay una región fronteriza incierta. Sólo un ingenuo puede desconocer que donde hay frontera es casi imposible que haya incidentes. Ante estos incidentes la historia anota dos reacciones que no han sido infrecuentes. Para el Estado, la tentación extrema ha sido desembarazarse totalmente de la religión. Para el poder religioso, sofocar la necesaria e imprescindible autonomía del poder político. A la larga, ambas posturas le han costado caras tanto al Estado como a las Iglesias. Actualmente nos encontramos en un proceso de depuración de esas visiones desenfocadas. En este proceso, el papel de instituciones tales como el Tribunal Europeo de Derechos Humanos es importante, pues están marcando la silueta y los trazos que deben conformar una «laicidad positiva». Para llegar a esta laicidad, es conveniente que las Iglesias y los Estados redescubran sus propias naturalezas y el marco de sus relaciones. De modo que dejen de ser «mónadas sin ventanas» en aquellas sociedades en las que se ignoran mutuamente, o «hermanos siameses» en aquéllas en las que se confunden. Para llegar a este «núcleo duro» de lo que deben ser hoy las relaciones Iglesia-Estado –que necesariamente pasan por la libertad religiosa– todavía se dan retrocesos y ambigüedades, conflictos e incomprensiones sobre el modo de entender el bien común por uno u otro poder. De ahí la litigiosidad, que espero sea transitoria. Por lo demás, tales conflictos no siempre son negativos. Incluso a veces tales conflictos, también en la temática que nos ocupa, abren espacios de libertad para el individuo.
–ZENIT. Estamos asistiendo en el ámbito internacional a la proliferación de informes mundiales acerca del «estado de salud» de la libertad religiosa en el mundo entero. ¿Cómo valora estos trabajos internacionales?
–RAFAEL NAVARRO-VALLS: Resulta muy difícil intentar una valoración breve de informes tan heterogéneos. Quizá es común a todos ellos la conciencia de que la libertad religiosa resulta –también hoy, y no sólo en la historia del constitucionalismo– la libertad primera y primordial, una especie de banco de pruebas que certifica el «estado de salud» de los derechos humanos en un país o en una región del mundo. Al mismo tiempo, cada informe tiene sus propias peculiaridades y sus propios parámetros. El informe anual del relator especial de Naciones Unidas, por ejemplo, es modélico en el sentido de proponer una vez y otra una adecuada labor preventiva de la intolerancia, basada fundamentalmente en la educación. Por su parte, el Informe del Embajador Norteamericano para la Libertad Religiosa pone de manifiesto cómo el Estado de derecho y la libertad religiosa se requieren mutuamente en nuestros días. Por último, los informes especiales emitidos por Organizaciones No-Gubernamentales –necesario es mencionar por su novedad el tercer informe de «Ayuda a la Iglesia necesitada»– ponen de manifiesto el papel creciente que las ONG´s están cobrando en la defensa de la libertad religiosa, allí donde la actividad coercitiva del derecho estatal es ineficaz, inexistente o inútil.
–ZENIT. Europa camina hacia un proceso integrador que podría parecer completamente ajeno a la tradición religiosa común del pasado. Por otro lado, la llegada de una cada vez más intensa emigración de orientación religiosa diversa de la cri
stiana, podría poner en peligro los valores comunes que más o menos están presentes en el continente…
–RAFAEL NAVARRO-VALLS: Pienso que no puede afirmarse de una forma tan rotunda que el proceso de unificación esté marcado solo por elementos económicos. De hecho, resulta interesante leer en el Preámbulo de la Declaración de Derechos Fundamentales de la Unión Europea: «Consciente de su patrimonio espiritual y moral, la Unión se fundamenta en los valores indivisibles y universales de dignidad humana, de libertad, de igualdad y solidaridad». En estas palabras late la herencia judeo-cristiana europea. Este texto bien podría ayudar a constituir –como gráficamente ha sostenido el Cardenal Ratzinger– el «núcleo espiritual del cuerpo económico de Europa». Y en cuanto a la multiplicidad étnica que pone en peligro la comunidad de valores en Europa, pienso que es una cuestión todavía demasiado lejana al mundo del Derecho como para hablar de una desestabilización indiscriminada en los valores comunes que fundamentan la convivencia. Muy probablemente, más que el mundo del Derecho o de la Ciencia política, sea el mundo de la Educación –educando para la tolerancia y el respeto– y el de las propias confesiones y grupos religiosos –mediante el diálogo interconfesional–, el que deba elaborar una respuesta que ofrezca un futuro esperanzador.