CIUDAD DEL VATICANO, 25 octubre 2001 (ZENIT.org).- Juan Pablo II ha escrito un histórico mensaje en el que pide perdón al pueblo chino por los errores que los hijos de la Iglesia católica han cometido en ese país y propone normalizar las relaciones entre Pekín y Roma.
El documento del pontífice ha sido dirigido al Congreso internacional que se inauguró este jueves en Roma sobre Matteo Ricci (1552-1610), el misionero jesuita italiano que hace exactamente 400 años (en 1601) se hizo «chino con los chinos», para anunciar el Evangelio y transmitir el saber occidental de la época al imperio oriental.
El Santo Padre menciona en particular las disputas teológicas sobre la inculturación del cristianismo en China, así como los apoyos de las potencias europeas a la Iglesia católica enemistadas con Pekín.
Entre 1898 y 1900, por ejemplo, durante la revuelta de los Boxers, muchos cristianos defendieron la presencia extranjera en el país. En 1934 el Vaticano fue uno de los primeros en reconocer el Estado de Manchkuo, controlado por los japoneses.
«Mea culpa»
«Pido perdón y comprensión a quienes se han sentido heridos de alguna forma por estas maneras de actuar de los cristianos», afirma el Papa.
«La historia nos recuerda por desgracia –explica– que la acción de los miembros de la Iglesia en China no ha quedado siempre exenta de errores, fruto amargo de los límites propios del espíritu y de la acción humanos, y ha sido condicionada además por situaciones difíciles, ligadas a acontecimientos históricos complejos y a intereses políticos en contraste».
«No faltaron tampoco disputas teológicas, que exacerbaron los espíritus y crearon graves inconvenientes al proceso de evangelización», añade el pontífice.
El mismo padre Ricci, que hoy está en proceso de beatificación, fue objeto de estas disputas. Sus métodos como misionero crearon mucha controversia. Adoptó, por ejemplo, la forma china de vestirse y ciertas costumbres con las que se ganó tanto el favor de los intelectuales chinos como las críticas de exponentes de la Iglesia.
«En algunos períodos de la historia moderna –sigue reconociendo el Papa–, una cierta «protección» por parte de potencias políticas europeas implicó con frecuencia límites para la misma libertad de acción de la Iglesia y tuvo repercusiones negativas para China: situaciones y acontecimientos que influyeron en el camino de la Iglesia, impidiéndole desempeñar en plenitud la misión a favor del pueblo chino que le confió su fundador, Jesucristo».
«Siento profundo pesar por estos errores y límites del pasado –reconoce oficialmente el obispo de Roma– y me disgusta el que hayan generado en muchos la impresión de una falta de respeto y estima de la Iglesia católica por el pueblo chino, llevándoles a pensar que se mueve por sentimientos de hostilidad en relación con China».
La Iglesia no pide privilegios
Una vez pronunciado su «mea culpa», el pontífice plantea un nuevo futuro en las relaciones entre el catolicismo y China: «la Iglesia católica de hoy no pide a China ni a sus autoridades políticas ningún privilegio, sino únicamente volver a emprender el diálogo para llegar a una relación entretejida de recíproco respeto y de conocimiento profundo».
«China debe saberlo –afirma–: la Iglesia católica tiene el vivo propósito de ofrecer, una vez más, un humilde y desinteresado servicio para el bien de los católicos chinos y para el de todos los habitantes del país».
En su mensaje, Juan Pablo II rinde también tributo «al gran compromiso evangelizador de una gran serie de generosos misioneros y misioneras, y a las obras de promoción humana que realizaron a través de los siglos: emprendieron numerosas iniciativas sociales especialmente en el campo hospitalario y educativo que encuentran amplia y agradecida acogida en el pueblo chino».
Nueva era de relaciones
El sucesor de Pedro termina su mensaje mencionando la situación internacional provocada por los atentados del pasado 11 de septiembre en Estados Unidos: «el momento actual de profunda inquietud en la comunidad internacional exige de todos un apasionado compromiso para favorecer la creación y el desarrollo de lazos de simpatía, de amistad y de solidaridad entre los pueblos».
«En este contexto, la normalización de las relaciones entre la República Popular China y la Santa Sede tendría indudablemente repercusiones positivas para el camino de la humanidad», concluye.
En China se calcula que hay unos once o doce millones de católicos, de los cuales algo menos de la mitad forman parte de la Asociación patriótica china, una especie de Iglesia controlada por el régimen comunista. Los católicos fieles a Roma no gozan de plena libertad religiosa y en ocasiones son objeto de graves persecuciones.