CIUDAD DEL VATICANO, 26 octubre 2001 (ZENIT.org).- En un mundo conmocionado por el terrorismo, la violencia, y las «estructuras de pecado», el Sínodo de los obispos ha lanzado un mensaje de esperanza al mundo para asegurar que el mal no tiene la última palabra.
Los 280 obispos procedentes de todo el mundo reunidos durante este mes de octubre en Roma, han «releído tanto las tragedias como las maravillas» de la hora presente, reconocen en su misiva conclusiva. En definitiva, aseguran, «nos hemos situado frente al "misterio de la iniquidad" y al "misterio de la piedad"».
El mensaje conclusivo de la Asamblea sinodal, que la Santa Sede distribuyó este viernes, fue aprobado por votación.
Ya desde sus primeras líneas, el texto demuestra cómo este Sínodo, que ha reflexionado precisamente sobre la figura del obispo a inicios del nuevo milenio, quedó profundamente conmovido por la nueva situación internacional que se ha creado tras los ataques terroristas del 11 de septiembre.
«Condenamos de modo absoluto el terrorismo, que de ninguna manera puede ser justificado», afirma el mensaje final, y asegura las oraciones de la asamblea y de Juan Pablo II por las víctimas no sólo de los atentados cometidos contra Estados Unidos, sino también «por todas las otras víctimas del terrorismo en el mundo».
Junto al terrorismo, el Sínodo denuncia también la existencia de «estructuras de pecado». En concreto, constata que «el 80% de la población del planeta vive con el 20% de los recursos». Al mismo tiempo, exclama «¡mil doscientos millones de personas deben "vivir" con menos de un dólar por día!».
«Algunos males endémicos, subestimados durante mucho tiempo, pueden conducir a la desesperación de poblaciones enteras --añade el mensaje conclusivo--. ¿Cómo callarse frente al drama persistente del hambre y de la pobreza extrema en una época en la cual la humanidad posee como nunca los medios de un reparto equitativo?».
«Quizá lo que más lastima nuestro corazón de pastores es el desprecio de la vida --sigue diciendo el texto colegial--, desde su concepción hasta su término, y la disgregación de la familia. El "no" de la Iglesia al aborto y a la eutanasia es un sí a la vida, un sí a la bondad radical de la creación».
«Se impone un cambio de orden moral --propone la asamblea--. La doctrina social de la Iglesia adquiere hoy una importancia que nunca podremos subrayar suficientemente. Nosotros, obispos, nos comprometemos a procurar que sea mejor conocida en nuestras Iglesias particulares».
El Sínodo se convierte de este modo en un llamado a la esperanza. «Si bien, desde un punto de vista humano, la potencia del mal muy frecuentemente parece estar por encima de la del bien --reconocen los obispos--, la tierna misericordia de Dios la supera infinitamente a los ojos de la fe».
«No podemos dejarnos intimidar por las diversas formas de negación del Dios viviente que, con mayor o menor autosuficiencia, buscan minar la esperanza cristiana, parodiarla o ridiculizarla --aseguran los cardenales, patriarcas, obispos y religiosos--. Lo confesamos en el gozo del Espíritu: «Cristo ha resucitado verdaderamente». En su humanidad glorificada ha abierto el horizonte de la Vida eterna para todos los hombres que aceptan convertirse».
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Oct 26, 2001 00:00