ROMA, 25 octubre 2001 (ZENIT.org).- ¿Por qué ha sido tan importante a través de los siglos para los cristianos las representación del rostro de Jesús? Esta es la pregunta a la que respondió el cardenal Joseph Ratzinger al intervenir en el congreso internacional «El rostro oculto y transfigurado de Cristo», organizado en Roma entre el 20 y el 21 de octubre.

Para dar una idea de la importancia de la cuestión, el prefecto de la congregación para la Doctrina de la fe comenzó planteando las petición de unos de los discípulos de Cristo, Felipe: «Señor, muéstranos al Padre y esto nos basta». Jesús le respondió con estas palabras: «Quien me ve a mí, ve al Padre».

«El antiguo destino del hombre de ver a Dios --explicó el cardenal al intervenir en el congreso organizado por el Instituto Internacional de Investigación del Rostro de Cristo-- había asumido en el Antiguo Testamento la forma de búsqueda del rostro de Dios. Los discípulos de Jesús son hombres que buscan el rostro de Dios y por ello en la búsqueda del rostro de Dios se han encontrado con Jesús y lo han seguido».

«Si queremos comprender la teología del Nuevo Testamento del cuerpo de Cristo --indicó Ratzinger-- debemos echar una mirada atrás, al viejo testamento, sólo así se hace comprensible en toda su profundidad».

El término «rostro» aparece en el Antiguo Testamento cerca de 400 veces. Partiendo de este dato, el cardenal Bávaro planteó una pregunta decisiva: «¿Cómo es posible interpretar esta nostalgia de la visión (de Dios), en una religión en la que al prohibir la imagen parece excluir totalmente la visión? ¿Qué pretende el israelita cuando busca el rostro de Dios y sabe que no puede existir ninguna imagen de él?».

Ratzinger explicó que en el Antiguo Testamento la idea «de la imagen se abandona pero la búsqueda del rostro permanece».

«La forma objetivada, la reducción de la divinidad a objeto desaparece pero Dios conserva su rostro», aclaró.

«La antigua forma cultural que había materializado y reducido a Dios a una realidad concreta se abandona y emerge su orientación más profunda, Dios tiene un rostro, es persona --concluyó--. Podemos decir que en el abandono de las imágenes se ha formado el concepto de persona y más precisamente como concepto relacional».

Esta es precisamente la aportación que ha hecho la filosofía cristiana a través de los siglos, reconoció.