ROMA, 8 noviembre 2001 (ZENIT.org).- El padre Giuseppe Moretti ha sido el último sacerdote en dejar Afganistán. Hasta hace pocos años, era el único sacerdote católico en el país como capellán de la comunidad internacional. Para el padre Moretti, esta no ha sido la primera vez que ha tenido que frontar la destrucción y la muerte.
«No logro habituarme al abismo de sufrimiento que el pueblo soporta desde hace más de veinte años. Con el miedo de las bombas, en cambio, se aprende a convivir», explica en una entrevista a la revista mensual «Mondo e missione».
Ya en 1994 el misionero barnabita fue herido por una esquirla y tuvo que regresar a Italia. Desde entonces, ha recogido una voluminosa documentación sobre la situación de Afganistán, país al que volvió poco después.
«Hoy todos hablan de los talibán y de Osama Bin Laden. Pero hasta ayer, ¿quién movió un dedo por las mujeres y los niños afganos? –pregunta– Un hecho es cierto: el pueblo ha sido olvidado y condenado a muerte. Las ciudades están ya reducidas a montones de ruinas».
«Los talibán son el peor enemigo del pueblo afgano», asegura.
El padre Moretti, cuando habla del fundamentalismo islámico pierde un poco su natural serenidad: «El pueblo afgano siempre ha sido tolerante, aunque estuviera en vigor la prohibición para toda religión de hacer proselitismo. Los talibán son un cáncer en el corazón del país. La cultura afgana se funda en una historia milenaria. Las raíces del zoroastrismo son afganas. Y también el budismo ha tenido durante siglos un papel de primer plano. Había una presencia del cristianismo nestoriano y comunidades judías. Creo que esta múltiple presencia religiosa dejóen el ánimo afgano un profundo respeto por los otros».
«La presencia de los talibán –añade– es impuesta desde el exterior y quizá tolerada por la debilidad provocada por decenios de guerra. Mientras estuve en el país, siempre he notado un sentido de profundo respeto y de gratitud por el empeño de la pequeña presencia cristiana, lo que yo llamo «pequeño rebaño», prodigado en favor del pueblo».
«En este sentido siempre he pensado que nuestra presencia ha sido y sigue siendo un anuncio, una profecía de paz», opina.
El padre Moretti desgrana en la entrevista los sufrimientos de los 17 millones de afganos. Los jóvenes no han conocido otra cosa que la guerra. Hay diez millones de minas antipersona. Un ciudadano de cada tres está mutilado. Ciudades destruidas, carestía, un terremoto hace dos años. Y seis millones de prófugos, entre oficiales y clandestinos.
Le preocupa el mañana, cuando los talibán sean expulsados del poder: «Tenemos que tener en cuenta las miras hegemónicas de Paquistán sobre la región, y el proyecto de un gran oleoducto que debería llevar el crudo desde Asia central hasta el océano. Son elementos de los que no pueden prescindir quien mañana tenga la tarea de guiar el país hacia la democracia».
El padre Moretti da gran importancia a los afganos de la diáspora, gente preparada, que podrían «dar una gran aportación para llevar al país a la aportación occidental sin imponer una «occidentalización» nociva y negativa».
El sacerdote cuenta cómo un funcionario estaba ya decidido a construir una iglesia para los cristianos y como la guerra ha parado todo. Otra obra soñada por él es la de una escuela de la paz: «Estaba preparando el proyecto de una escuela para niños y niñas en la que, además de las materias del curriculum escolar, se enseñaran los valores de la tolerancia y la convivencia pacífica. He recogido ya una cifra considerable para este fin. Y si la Santa Sede me confía todavía la misión, una vez aflorada la paz, estoy dispuesto a iniciar este proyecto».