La religión, ¿culpable de los ataques del 11 de septiembre?

La fe fomenta la violencia, afirman algunos críticos

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LONDRES, 17 noviembre 2001 (ZENIT.org).- Algunos observadores piensan que las religiones organizadas son culpables de los ataques del 11 de septiembre. Y no parece que les duela decirlo.

En el periódico «The Guardian» del 15 de septiembre, Richard Dawkins, profesor de ciencias en la Universidad de Oxford y autor de libros como “The Selfish Gene”, “El Gen Egoísta”, considera el suicidio de los terroristas como un gesto de gente con poco cerebro y acusa a la religión de ser un sistema de control mental.

“La elevada testosterona de los jóvenes demasiado poco atractivos para conseguir una mujer en este mundo podría desesperarlos lo bastante como para ir a buscar 72 vírgenes en el siguiente”, ha escrito, refiriéndose a los promesas de un paraíso islámico, hechas a aquellos que mueren mártires.

Dawkins piensa que la religión devalúa el significado de la vida porque “enseña el peligroso sin sentido de que la muerte no es el final”.

En el diario español «El País» del 27 de septiembre, “el teólogo laico” E. Miret Magdalena defendía que violencia y religión suelen ir juntas. Desde los relatos del Antiguo Testamento hasta los recientes conflictos en Yugoslavia, Magdalena considera que la historia está llena de ejemplos de violencia llevados a cabo en el nombre de Dios.

En el mismo periódico, Eduardo Haro Tecglen, el 30 de octubre, afirmaba que los “grandes asesinos” del mundo han inventado dioses para justificar sus crímenes, sus guerra y su acumulación de riquezas. Pedía el final de los dioses que habían causado dos mil años de derramamiento de sangre.

Para Paul Handley, profesor de filosofía de la Universidad de Cambridge, las principales religiones fomentan una forma de ver el mundo en la que los otros son malos y deben ser exterminados. En «The Independent» del 30 de septiembre, Handley opinaba que la religión es “la expresión simbólica y mítica de nuestra identidad tribal, y nuestro derecho de odiar a aquellos que son de otra tribu”.

Su solución: “estaría lejos, tan lejos como lograr que la gente se sintiera culpable con ciertas palabras comunes: palabras como fe y ortodoxia, o Dios, Alá y Yahvé”.

¿Un “monstruo”?
En el «Scottish Sunday Herald» del 7 de octubre, Muriel Gray escribía sobre “el feo monstruo de muchas cabezas, la religión”. Al comentar los planes del gobierno inglés para prohibir los odios religiosos, preguntaba: “¿Sería usted capaz de defender la opinión de que el catolicismo es culpable de una deliberada ingeniería social en el Tercer Mundo que amarga la vida de la mujeres con puntos de vista sobre la sexualidad y la contracepción propios de la Edad Oscura?».

Gray continuaba: “Odio de la manera más cierta y real a la religión, y uso la palabra odiar deliberadamente… la vana e infantil creencia en una vida futura disminuye la responsabilidad y el control en esta”.

En el «Observer» del 7 de octubre, Nick Cohen designa el Corán como “una enciclopedia de instrucciones de lucha y de asesinato de no creyentes, de cómo provocar el terror en sus corazones, aplastar sus cuellos y cortar las yemas de sus dedos”. Y a los “árabes seculares” que se encuentran en medio del conflicto judío-musulmán en Oriente Medio, Cohen los compara al destino de los “polacos, atrapados entre Hitler y Stalin”.

En la edición del 11 de octubre del «Age Newspaper» de Melbourne, Australia, Peter Singer, profesor de bioética en la Universidad de Princeton, defendía que el verdadero enemigo tras los ataques terroristas es el fundamentalismo religioso.

El presidente George W. Bush debería “ocuparse, con un esfuerzo continuado, en educar a la gente de todo el mundo en las razones por las que supuestamente trataríamos los textos sagrados religiosos como creaciones humanas, no menos falibles que otras creaciones humanas”, proponía Singer.

Pero continuaba diciendo que Bush no sería capaz de luchar contra el extremismo religioso porque lee con frecuencia la Biblia y afirma que su fe le ayuda.

El profesor de Princeton recomienda invertir más en educación porque “resulta posible esperar que una nación altamente educada proporcionará un suelo menos fértil para las creencias religiosas”.

En la edición del 5 de octubre de “The Guardian”, el periodista Polly Toynbee meditaba sobre lo bien que iría el mundo con una religión debilitada. “La única religión buena es la religión moribunda: las creencias son tolerantes y pacíficas cuando son débiles” afirmaba Toynbee.

En el «Sydney Morning Herald» del 30 de octubre, el corresponsal de religión, Chris McGillion, tuvo ocasión de atacar a la Iglesia católica. McGillion afirmaba el fundamentalismo religioso de Osama bin Laden es “fundamentalmente una fijación mental”, que no es exclusiva del Islam.

McGillion continuaba informando sobre los comentarios de John D’Arcy May, un profesor de ecumenismo y pluralismo religioso en el Trinity College de Dublín, quien recientemente había hablado en Sydney. Según May, el fundamentalismo está también presente en “las tendencias centralista de la propia Iglesia católica”.

McGillion concluía: “Es fácil identificar a los fundamentalistas de otras religiones. Pero más que nunca es necesario identificarlos en la propia”.

En defensa de la religión
Los críticos de la religión no se han quedado sin rivales. En «The Guardian» del 22 de septiembre, la reverenda doctora Jane Shaw, capellán del New College de Oxford, replicó a Richard Dawkins, el defensor de las teorías del control mental de la religión.

Shaw admitía que la religión podía usarse para justificar la violencia, pero apuntaba que “todos los sistemas de creencias, todos los sistemas de valores, podían usarse para el mal o para el bien – incluyendo a la ciencia”.

Ella también descubría la manera en que, como consecuencia de los ataques del 11 de septiembre, los dos grandes mandamientos cristianos – “ama a tu Dios”, y “ama a tu prójimo como a ti mismo” – fueron ampliamente practicados por extraños que se ayudaron unos a otros.

Para el periodista y escritor Vincent Carroll, que escribía el 26 de septiembre en el «National Review Online», es “descabellado y engañoso etiquetar al cristianismo como una fe belicista”.

Carroll hacía notar que, mientras algunos han usado su fe cristiana para la agresión, “los más importantes detractores de la guerra, la persecución, la opresión y la esclavitud en la historia de Occidente se han movido también por convicciones religiosas”.

Es más, ideologías como el nacionalismo han sido con frecuencia responsables de la violencia. Detrás de muchos conflictos que parecen religiosos laten muchas veces divisiones étnicas, afirma Carroll. Y los causantes de las mayores matanzas del siglo XX, el comunismo y el nazismo, eran hostiles a la religión.

En cuanto a las relaciones entre la Iglesia y la sociedad secular, Juan Pablo II en su Carta Apostólica “Novo Millennio Ineunte” establecía: “las relaciones de la Iglesia con la sociedad civil deberían respetar la autonomía y áreas de competencia de esta última” (n. 52).

Al mismo tiempo, el pontífice advertía: “debemos rechazar la tentación de ofrecer una espiritualidad privada e individualista que mal concuerda con las exigencias de la caridad, sin decir nada de las consecuencias de la Encarnación y, en último análisis, de la tensión escatológica del cristianismo”.

El Papa es consciente de que lo que él llama “nuestra debilidad humana» nos vuelve en ocasiones opacos y llenos de sombras”. Pero en este nuevo milenio, los creyentes están llamados a ser el “reflejo” de la luz de Cristo para el mundo de hoy (cf. n. 54).

Lo que equivale a decir que la debilidad humana no debería confundirse tanto
con la naturaleza de la religión.

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ZENIT Staff

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