BRUSELAS, 8 febrero 2002 (ZENIT.org).- El futuro de la política agrícola común en Europa ampliada ha sido el punto central de dos días (5 y 6 de febrero) de debate en Bruselas entre obispos y expertos de los países de Europa central y oriental, de exponentes de la Comisión europea y de representantes de la COMECE, la Comisión de conferencias epsicopales de la UE.
Preocupados por que la ampliación no se haga a expensas de los grupos sociales más débiles como los agricultores de Este europeo, los obispos de Bulgaria, Hungría, Polonia, República Checa y Rumanía han querido entrevistarse personalmente con los responsables de este proceso, el primero de ellos el comisario de la UE para la agricultura, el austríaco Franz Fischler.
Los obispos temen que la exigencia de adecuarse a las cuotas agrícolas pueda inducir a cambios tales en las costumbres de las poblaciones del este de Europa que incida negativamente sobre la identidad cultural. La preocupación es social pero también pastoral.
Los responsables de las políticas agrícolas han ilustrado a los obispos sobre las mismas y las grandes líneas del desarrollo futuro de una Unión Europea con 25 países.
Los obispos han expresado «sus esperanzas e inquietudes por los agricultores a los que en la actualidad faltan perspectivas y un porvenir seguro».
La mayor preocupación la han expresado los obispos de Polonia. Los agricultores polacos son los más numerosos.
Al final del encuentro, los obispos rezaron, junto al nuncio apostólico ante la UE, monseñor Faustino Sainz Muñoz, en la Capilla de Europa, una antigua iglesia del Renacimiento recientemente restaurada y situada en el corazón de la Bruselas comunitaria. El deseo que han expresado los obispos es que el debate sobre la ampliación de Europa «no se limite a una mera operación de ahorro».
Los obispos han estado de acuerdo con los políticos en que sólo los valores económicos no son suficientes para construir una comunidad duradera y esperan que el ingreso de nuevos países del Este europeo ofrecerá una aportación a la afirmación de los valores cristianos, es decir a la dignidad de la persona humana, a la solidaridad y a los principios de la doctrina social de la Iglesia, en especial el de la subsidiariedad.