CIUDAD DEL VATICANO, 28 febrero 2002 (ZENIT.org).- El próximo domingo, 3 de marzo, se celebra en todas las diócesis de España el anual Día de Hispanoamérica, promovida por la Conferencia Episcopal del país. Con este motivo, la presidencia de la Comisión Pontificia para América Latina ha enviado un mensaje, que ahora publicamos.

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1. Las tierras de Iberoamérica, «que recibieron la luz de Cristo hace ya más de cinco siglos y acogen ahora cerca de la mitad del orbe católico, se distinguen por una identidad cultural profundamente sellada por el Evangelio y cuentan con una Iglesia viva y llena de dinamismo evangelizador». (Discurso a la Reunión Plenaria de la Pontificia Comisión para América Latina, 23 de marzo 2001, n. 1).

Con estas sugestivas palabras, Juan Pablo II evocaba la impronta católica del Continente de la Esperanza, así llamado precisamente por todo lo que representa para el futuro del mundo cristiano.

Las Iglesias hermanas de Hispanoamérica se sienten profundamente vinculadas a la Iglesia que está en España, por las incuestionables raíces históricas que las unen desde la primera evangelización de sus pueblos y por un verdadero afecto, que se traduce en continua y mutua caridad eclesial.

Esta comunión entre las diversas Iglesias hispanas se ha venido enriqueciendo aún más durante los últimos años, gracias a la ingente labor evangelizadora de tantos sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos españoles que han venido manteniendo vivo el empuje misionero y el espíritu de solidaridad con las Iglesias de América en el común afán de evangelizar.

2. Al comenzar el tercer milenio, no son pocos los desafíos que se presentan en España y que hay que afrontar juntos, incrementando en todos los campos la evangelización que se viene realizando desde siglos. Entre esos desafíos se encuentra la presencia cada vez mayor de millares de inmigrantes hispanoamericanos. No son pocos los que dejan sus hogares en busca de un porvenir mejor, movidos por la falta de oportunidades laborales causadas por la fuerte crisis económica en sus países de origen. Otros muchos huyen de situaciones de violencia o de la indigencia producida por desastres naturales. Un número considerable de ellos emigra hacia España, atraídos por los sólidos vínculos históricos, culturales y religiosos que unen los pueblos americanos con la nación española, donde encuentran una misma lengua, una misma mentalidad, una misma tradición católica.

Esta creciente inmigración reclama una acción pastoral generosa y decidida.

3. La Iglesia ciertamente ha de ser sensible al nuevo fenómeno. Los católicos ven en los inmigrantes el rostro de Cristo; saben que, cuando reciben y asisten a sus hermanos más necesitados, es a Cristo mismo a quien acogen y asisten.

Soy inmigrante «y me acogisteis» (Cf. Mt 25,35). Es precisamente éste el lema que la Comisión Episcopal de Misiones ha tomado este año para el Día de Hispanoamérica.

La hospitalidad y acogidas cristianas para con los inmigrantes han de ir acompañadas por la atención espiritual y sacramental, de modo que se vean cada vez más integrados en las Iglesias locales en las que se encuentran y participen en la vida eclesial de la diócesis.

Efectivamente, como señala Juan Pablo II en el Mensaje con motivo de la Jornada Mundial del Emigrante para el año 2002, «el servicio de la caridad, que los cristianos siempre están llamados a realizar, no puede limitarse a la mera distribución de ayudas humanitarias. De este modo se crean nuevas situaciones pastorales, que la comunidad eclesial no puede por menos de tener en cuenta. Corresponderá a sus miembros buscar ocasiones oportunas para compartir con quienes son acogidos el don de la revelación del Dios Amor, "que tanto amó al mundo, que dio a su Hijo único" (Jn 3,16). Junto con el pan material, es indispensable no descuidar el ofrecimiento del don de la fe, especialmente a través del propio testimonio existencial» (n. 4).

Así, pues la presencia de los inmigrantes hispanoamericanos en tierras españolas ha de ser asumida con verdadero espíritu evangelizador, «un campo nuevo y hermoso de testimonio y acción misionera» (La misión ad gentes y la Iglesia en España, p. 31).

4. América Latina, por su parte, ya evangelizada durante 500 años, ha de convertirse en continente evangelizador (cf. Pontificia Comisión para América Latina, Conclusión n. 15 de la Reunión Plenaria del 2001). Los católicos hispanoamericanos que llegan a España traen consigo ese invalorable patrimonio espiritual y ese tesoro de religiosidad popular que marca tan hondamente su identidad o fisonomía y que ha de ser no sólo respetado sino también visto como una verdadera riqueza, la cual puede resultar para los españoles testimonio y estímulo en orden a vivir la propia vida cristiana. Se trata del vigor y entusiasmo de una fe a veces perdida en Europa y que podrían constituir incluso fuente de vocaciones.

De ese modo, mediante el mutuo intercambio de dones, siempre en diálogo pastoral entre los Obispos de uno y otro lado del Océano, la vida cristiana se ve enriquecida como señala San Pablo: «Al presente, vuestra abundancia remedia su necesidad, para que la abundancia de ellos pueda remediar también vuestra necesidad y reine la igualdad» (2 Cor 8,13s).

Queridos católicos españoles, sobre todo vosotros sacerdotes, religiosos y religiosas, el inicio de un nuevo milenio llama a intensificar el compromiso de contribuir generosamente a la «globalización de la solidaridad» (cf. Ecclesia in America, 55) y, al mismo tiempo, a anunciar a Jesucristo, echando las redes para «remar mar adentro», con gozo y parresía, confiando en la ayuda de Dios y en la protección de la Virgen María, Estrella de la Evangelización.

Vaticano, 6 de enero 2002, Solemnidad de la Epifanía del Señor

Cardenal Giovanni Battista Re
Presidente

Cipriano Calderón
Obispo Vicepresidente