NUEVA YORK, 9 febrero 2002 (ZENIT.org).- La enseñanza de la Iglesia contra el juego puede parecer contradictoria. Después de todo, muchas asociaciones de caridad católicas consiguen fondos por la venta de billetes de lotería, y el bingo parroquial nocturno es muy común en muchas zonas.

En años recientes se han flexibilizado las leyes sobre el juego, y las cantidades de dinero dedicadas a esta actividad han aumentado. Hacia finales del 2001, el estado de Nueva York dio luz verde a la legislación que autorizaba seis nuevos casino, máquinas «tragaperras» y lotería Powerball.

Las razones que se hallan detrás de estas medidas no son secretas. Se espera recaudar cerca de 1.000 millones de dólares con los ingresos anuales de tres años, informaba el New York Times el 25 de octubre. En toda la nación, se han abierto más de 200 casinos en la última década, según el Times del 17 de diciembre. Los dos con más éxito, en Connecticut, tienen unas ganancias estimadas de 1.900 millones de dólares al año.

El editorial del Times del 29 de noviembre criticaba la difusión del juego, diciendo que el coste social sobrepasará cualquier beneficio económico. Los casinos conducen a un aumento del crimen, suicidio, asaltos a bancos y divorcios, hacía notar el editorial.

En Australia, las ganancias de los 13 casinos del país subió 537 millones de dólares australianos (273 millones de dólares US), en el año financiero 2000-2001, hasta alcanzar cerca de los 3000 millones de dólares australianos por primera vez (1520 millones de dólares US). Si se reparten las pérdidas en el juego en partes iguales entre la población, el pasado año cada australiano perdió 71 dólares australianos (36$ US) en el póquer y en las máquinas tragaperras, y en las mesas de juego 59 (30$ US), informaba el Sydney Morning Herald el 8 de diciembre.

Los casinos no son el único lugar donde la gente puede jugar en Australia. En el estado más poblado, Nueva Gales del Sur, el pasado año los clubs y hoteles lograron más de 4.000 millones de dólares australianos (2.040 millones $US) de beneficios de cerca de 100.000 máquinas tragaperras activas, informaba el Morning Herald el 28 de diciembre.

Los problemas que el juego puede crear los presentaba un artículo del Washington Post del 25 de noviembre. El informe sobre Sudáfrica hablaba de que en estos últimos años el gobierno había levantado la prohibición sobre los casinos y otras formas de juego. Desde 1996, se habían abierto 24 casinos y se habían concedido otras 16 licencias más.

Se comenzó una lotería nacional hace dos años que atrae largas filas para la compra de los billetes, a pesar de la posibilidad de ganar el gordo de casi medio millón de dólares es una contra 14 millones.

En un país donde cerca de la mitad de la población es considerada pobre y un tercio de la fuerza de trabajo está desempleada, la atracción de ganar el gordo lleva a muchos a malgastar un dinero que apenas pueden permitirse perder. El artículo del Post hacía notar que muchos pierden el dinero que necesitan para pagar el alquiler, educar a sus hijos y comprar comida.

“En un país con tanta pobreza, jugar puede fomentar fantasías que están virtualmente fuera del alcance de todos”, decía Peter Collins, director ejecutivo del Centro Nacional para el Estudio del Juego en la Universidad de Ciudad el Cabo.

En Argentina, el juego en los casinos ha subido un 25% en el año que terminaba el pasado junio, según un información del periódico La Nación del 2 de septiembre. El periódico citaba a una psicoanalista, Susan Epstein, que decía que la crisis económica ha llevado a algunas personas a volverse hacia el juego para buscar una solución a sus problemas. Jugadores Anónimos de Argentina calcula que cerca de 3 millones de los 37 que pueblan el país son adictos al juego.

México está reconsiderando levantar su prohibición contra los casinos de 1934. Las apuestas en las carrera son ahora la única salida para los jugadores, hacía notar el Financial Times el 3 de enero.

La comisión para el turismo del congreso ha recomendado la legalización de los casinos en destinos turísticos, tales como Cancún y Acapulco, y a lo largo de la frontera de Estados Unidos y México. La comisión afirma que se podrían obtener cerca de 3.000 millones de dólares al año y crear 98.000 puestos de trabajo permanentes.

Hay preocupación, sin embargo, de que los casinos podrían también atraer prostitución, tráfico de drogas y blanqueo de dinero, observaba el Financial Times. Raúl Escamila del Centro de Rehabilitación de Mexicali comentaba: “Los propietarios de casinos serán los ganadores en este juego, pero serán nuestros hijos los que perderán”, en referencia al miedo de que los casinos lleven a la población local a gastar su dinero en el juego.

Lo que dice la Iglesia
El Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2413), dice lo siguiente sobre el juego: “Los juegos de azar (de cartas, etc.) o las apuestas no son en sí mismos contrarios a la justicia. No obstante, resultan moralmente inaceptables cuando privan a la persona de lo que le es necesario para atender a sus necesidades o las de los demás. La pasión del juego corre peligro de convertirse en una grave servidumbre. Apostar injustamente o hacer trampas en los juegos constituye una materia grave, a no ser que el daño infligido sea tan leve que quien lo padece no pueda razonablemente considerarlo significativo”.

¿Cómo distinguir cuándo el juego es moralmente aceptable o no? Leon J. Suprenant ofrece algunas orientaciones en esta materia, en la entrega de julio-agosto del 2001 de la revista Lay Witness.

Su artículo hacía referencia a las virtudes de la templanza y la justicia. La templanza, a la que se hacía referencia también como moderación, cuando se aplica al juego significa que “se debe actuar moderadamente y no dejarse llevar por la pasión y la excitación del momento, que puede llevar a hacer apuestas con cantidades que son un exceso para el estado de vida de algunos”.

En cuanto a la justicia, se aplica tanto a la forma en cómo se organiza el juego como a los que toman parte en él, observaba Suprenant. El juego mismo debería ser limpio, evitando el fraude y el engaño. Y los participantes deberían arriesgar solamente la cantidad de dinero que pudiera considerarse justificada para un pasatiempo legítimo, y que no se necesite para necesidades personales importantes, la familia o los acreedores.
Estas dos virtudes deberían aplicarse al examinar cuánto tiempo se pierde en el juego. Así, una persona normal no debería descuidar las responsabilidades familiares mientras gasta su tiempo desordenadamente en las mesas de juego. Aquellos que tienen mucho dinero para gastar deberían recordar que el dinero gastado en el juego podrían gastarse también en ayudar a los pobres.

Puede justificarse una noche en el bingo parroquial, afirmaba el artículo. No sólo porque las apuestas sean bajas, sino también porque es una oportunidad para las relaciones sociales y da apoyo a la parroquia. De todas maneras, para evitar posibles problemas, el artículo recomienda unos pasos: limitar la cantidad que puede apostarse, prohibir las bebidas alcohólicas, y promover una amigable atmósfera cristiana.

Suprenant también advierte a las parroquias contra el hecho de llegar a ser dependientes económicamente de este tipo de actividades. Un paso positivo podría ser buscar otros medios para recaudar fondos, y dar a aquellos que no están interesados en el juego una vía alternativa de apoyo a una buena causa.

El entusiasmo reciente con el que los gobiernos promueven todas las formas de juego se debe principalmente al descubrimiento de una nueva forma para recaudar dinero, sin el coste político de subir los impuestos. Los gobiernos deberían también beneficiarse de una sana aplicación de las virtudes d e la moderación y la templanza.