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Feb 12, 2002 00:00
MILÁN, 12 febrero 2002 (ZENIT.org).- Publicamos a continuación la carta que el fundador de Comunión y Liberación, monseñor Luigi Giussani, dirigió el 3 de febrero al director del diario de mayor tirada de Italia, «Corriere della Sera» comentando la Jornada de oración de líderes de las religiones por la paz, convocada por Juan Pablo II en Asís el 24 de enero.
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Estimado director:
No podemos callar nuestra participación en el gesto de Asís con el que Dios, por medio del Papa y de muchos otros jefes religiosos, ha hablado con claridad inequívoca al hombre de hoy. «Justicia, en primer lugar, porque sólo puede haber verdadera paz si se respeta la dignidad de las personas y de los pueblos. Y también perdón, porque la justicia humana está expuesta a la fragilidad y a los límites de los egoísmos individuales y de grupo» ha dicho Juan Pablo II, con la certeza de que sólo Dios puede hacer justicia. En estas intenciones hemos participado con emoción gracias al empuje del Papa y a la adhesión de los demás representantes religiosos.
Que la petición de una educación que empiece por los padres y obtenga un éxito operativo y bueno pueda encontrar acogida en las manos del Papa, y que su humanidad ofrezca a todos una lectura satisfactoria de la Historia y, con ello, un consejo más grave que ablande la dureza de tantos corazones incluso creyentes. Que de este modo la misericordia de Cristo pueda alcanzar los corazones de todos los que creen: «Él es nuestra paz. Él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa, derribando con su cuerpo el muro que los separaba: el odio» (Ef. 2,14).
Está claro que aceptar una concepción de Dios como misericordia puede formar personas capaces de vivir eso que los cristianos reconocen bien expresado en el término que utilizan todos sus catecismos: caridad. Con ello no se pretende negar la actitud de otros, sino afirmar con sinceridad lo que es propio, en el respeto activo de toda alteridad. Que la presentación de las razones que emergen en la sensibilidad de los creyentes pueda encontrar un amplio consenso en el instinto educador que permanece en toda persona, en la enseñanza y en la prensa. De este modo, se podrá contrarrestar la fuerza destructiva, puesto que una actitud sincera permite participar en la verdad de la vida entera. Esa sinceridad que «no lleva a la contraposición y menos aún al desprecio del otro, sino más bien a un diálogo constructivo, en el que cada uno, sin condescender de ningún modo con el relativismo ni con el sincretismo, toma mayor conciencia del deber del testimonio y del anuncio». Que Dios, muerto en la cruz para resucitar, ilumine la razón que en este llamamiento del Señor deben hallar todos los corazones cristianos, especialmente los jóvenes y quienes ostentan el poder.
El Papa es realista y, por ello, ha invitado a todo el mundo a la oración: rezar, en efecto, no es como el último recurso al borde de un mar de hielo donde parece acabar toda búsqueda humana de la respuesta que anhela; «no quiere decir evadirse de la Historia y de los problemas que plantea». La oración, que es petición a Dios, es la avanzadilla del hombre que se lanza desarmado a su lucha cotidiana.
Doy las gracias al Santo Padre por darnos ejemplo continuamente en este lugar de batalla que es el mundo, para los cristianos y los no cristianos.