Arabia Saudita: El peligro de celebrar la misa

Una falta de libertad religiosa que nadie denuncia

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RIAD, 13 febrero 2002 (ZENIT.org).- En un lugar secreto, cada domingo por la tarde, un joven sacerdote católico hace algo muy peligroso. Celebra la Misa. En Arabia Saudita, los cristianos viven en las catacumbas sin que nadie denuncie su situación.

La descripción fue presentada este martes por The New York Times, quien seguía explicando: llega vestido de calle y saca sus indumentos, textos litúrgicos, crucifijo y cáliz de un armario. La discreción es crucial, dice, porque la Policía de costumbres empleada por el Reino, que patrulla las calles, ha tratado de seguirle la pista.

El periódico neoyorquino sigue constatando que ser testigo de la fe tiene un significado especial en esta teocracia real. Aquí, el Islam es la única religión oficial y los ciudadanos deben ser musulmanes. La Constitución se basa en el Corán y en las enseñanzas de Mahoma. El proselitismo es punible con la cárcel.

La conversión de un musulmán a otra religión es considerada apostasía, castigable con la muerte si el acusado no se arrepiente. Los no musulmanes que realizan una actividad religiosa abierta que atrae la atención oficial corren el riesgo del arresto y la deportación.

En su informe sobre la libertad religiosa de 2001 en Arabia Saudita, el Departamento de Estado de EE.UU es inusualmente franco: «La libertad de religión no existe».

La situación es especialmente dolorosa para las tropas estadounidenses. Tienen una serie de servicios religiosos con la ayuda de capellanes militares pero deben hacerlo en privado, incluso si muchos de ellos están protegiendo al Reino de amenazas externas. Y los soldados que llevan una cruz o una estrella de David deben esconderlas.

«Tenemos a todos estos buenos hombre y mujeres jóvenes estadounidenses aquí -­dice un capellán al «New York Times»–. Son grandes estadounidenses, grandes soldados. Se les pide que renuncien a sus prácticas religiosas cuando llegan».

Ni el presidente Bush ni ningún otro consejero de seguridad han criticado el rechazo de Arabia Saudita a permitir a los estadounidenses y otros extranjeros practicar su religión libremente.

En una tarde de domingo reciente, unos 200 católicos de al menos una docena de países se reunieron para rezar. Entre ellos había diplomáticos, empleados de empresas, conductores, del servicio doméstico, mujeres y niños.

Uno de los organizadores controla los nombres en una lista antes de dejarles entrar. Hay un altar improvisado con un crucifijo, velas y cestas de flores. Fuera, funcionarios de la policía regular saudí hacen guardia, aparentemente para evitar que el servicio sea interrumpido por la menos disciplinada
Policía de costumbres pero quizá también para conocer la identidad de los asistentes al culto.

«Yo la denomino una «iglesia de catacumbas» –dijo un diplomático católico–. Cuando nos preguntan qué estamos haciendo, decimos que el embajador ha organizado una reunión para los compatriotas».

Los servicios no musulmanes son tan peligrosos que los asistentes nunca hablan de ellos por teléfono.

El Reino prohibe al clero no musulmán entrar en el país para celebrar servicios religiosos, aunque a algunos se les permite entrar por otras razones. Hay algunos sacerdotes y ministros residentes pero los fieles a menudo dirigen ellos mismos sus servicios. Los servicios protestantes, mormones y judíos son también realizados en secreto.

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ZENIT Staff

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