MADRID, 19 febrero 2002 (ZENIT.org).- Por su interés, publicamos el artículo de Rafael Navarro Valls, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, y secretario general de la Real Academia española de Jurisprudencia, sobre las relaciones entre los medios de comunicación y la Iglesia aparecido este martes en el diario El Mundo
La delgada línea roja
Entre lo temporal y lo espiritual hay una región fronteriza incierta. Una especie de delgada línea roja. Sólo un ingenuo puede desconocer que donde hay frontera es casi imposible que no haya incidentes. Piénsese, por ejemplo, en la tormenta político-social desatada en España como antes en Francia, Estados Unidos o Canadá por la pretensión de una niña musulmana de asistir a clase en un colegio público con el chador, foulard o hiyab islámico. Pero una cosa son los incidentes y otra las paradojas. Hoy se observa una curiosa tendencia de los media a intervenir y enjuiciar actuaciones exclusivamente religiosas de las autoridades eclesiásticas. Una tendencia que, en su forma extrema, enciende hogueras civiles en cuyas piras son lanzadas esas autoridades, a manera de nuevos herejes sociales. Veamos tres casos recientes: a una profesora de religión no se le renueva su contrato por la autoridad eclesiástica, determinadas canonizaciones son calificadas de «políticamente incorrectas» por algunos no creyentes, y un sacerdote que manifiesta ostensiblemente la ruptura de sus compromisos es amonestado por sus legítimos superiores. Tres acontecimientos confinados en una esfera de interés relativo, alcanzan resonancias inusitadas.Si estamos a los hechos en sí, los media te proporcionan los datos exactos, pero la interpretación no es siempre la acertada.
La interpretación más frecuente tiende a un cierto intervencionismo mediático en el campo de la privacidad y la autonomía religiosa. Precisamente lo contrario de los aires que vienen del Tribunal de Derechos Humanos. Efectivamente, esa tendencia a la injerencia ha sido frenada por dos recientes sentencias de esta Corte. Me refiero a los casos Serif contra Grecia (14/XII/99) y Hasán contra Bulgaria (26/X/2000). En ambas se refuerza la autonomía interna de los grupos religiosos, frente a las intervenciones de autoridades o poderes externos al propio grupo. Según Estrasburgo, el Estado o la sociedad civil «no están legitimados para interferir en las cuestiones meramente religiosas de una determinada Confesión».Incluso, aunque esa comunidad «se encuentre dividida por opiniones opuestas sobre el tema y pueda producirse una cierta tensión social». En el mismo sentido, la sentencia de 16 de junio de 1994 de la Corte constitucional italiana hace notar que el despido ideológico de un profesor de religión, aún rozando derechos constitucionales garantizados a todo trabajador (libertad de opinión, de religión o de cátedra) es admisible en la medida en que pudiera lesionar otros derechos, también constitucionales, como son la libertad para autoorganizarse de las confesiones religiosas, la libertad religiosa y la libertad de escuela, siempre que la adhesión ideológica constituya requisito para la prestación laboral. Doctrina que en términos casi idénticos extiende el Tribunal Constitucional italiano y alemán a los partidos políticos y sindicatos. De ahí la justificación del cese o suspensión en la militancia de los asociados por manifestaciones contrarias al programa del partido o del sindicato, o incluso por actividades privadas, que se entienden incompatibles con el ideario del partido.
El tema se complica si el hecho evaluado tiene resonancias sexuales. No hace mucho se publicó en Estados Unidos el trabajo Media Coverage of the Catholic Church. Era el resultado de un análisis del Center for Media and Public Affairs de Washington, una institución privada apolítica especializada en la investigación de cómo los medios abordan temas concretos. La dirige Robert Lichter, judío. Se trataba de analizar el tratamiento por los grandes medios de los temas conectados con la doctrina moral de la iglesia Católica. Se examinaron cuatro medios informativos: The New York Times, The Washington Post, Time y el informativo de la noche de la CBS. Conclusión: el resultado es un media drama de larga duración, que tiende a la interpretación sesgada de «enfrentar a una jerarquía chapada a la antigua con los reformadores del interior y del exterior». Los argumentos de las noticias «giran en torno a una autoridad sometida a asedio que lucha por imponer sus tradiciones y decretos con unas formas de control autoritarias y un enfoque anacrónico de la sociedad actual». Esto pasa especialmente, como hace notar Russell Shaw, en las noticias en que están implicados los gays. Aquí los medios aplican su propia versión de la discriminación positiva. Por ejemplo, hace falta mucha credulidad para pensar que cuando Arthur O. Sulzberger Jr., presidente del NYT, recibe a la National Lesbian and Gay Journalist Association, no se está enviando un mensaje a los periodistas y editores del Times, suponiendo que ellos necesitasen algún tipo de mensaje en este sentido. La confesión pública del vicario de Valverde del Camino, José Mantero, declarando abiertamente su condición de homosexual y el quebrantamiento continuado de su obligación de celibato, ha producido una cascada de declaraciones y contradeclaraciones, de artículos de columnistas, sesiones televisivas y editoriales de prensa. Todo un despliegue que hace sospechar que nos encontramos ante lo que los técnicos de la desinformación llaman un seudoacontecimiento, es decir, no tanto lo que se publica porque ocurre, sino lo que ocurre para que se publique. Para decirlo con palabras también técnicas: «ocasiones en que el cuarto poder esconde un quinto que aspira moldear la opinión pública». Lo cual no es recusable en sí mismo, siempre que pongamos el acontecimiento en su exacto puesto. De otro modo la cuestión pasa al baúl de los recuerdos en poco tiempo y sin dejar un poso evaluable sociológicamente.
Y vayamos al tercer ejemplo. Si hay algún caso en que un hecho eclesial pertenece al núcleo más duro de los autónomamente religioso es el de las canonizaciones. He ahí una típica cuestión interna de la iglesia Católica. Por eso no se llega a explicar bien que, junto a la natural satisfacción y piedad de millones de fieles, se dé a veces por parte de algunos no creyentes una sorprendente protesta. Por ejemplo, la elevación a los altares de un numeroso grupo de mártires chinos fue duramente criticada por el Gobierno de Pekin, para quien esos mártires eran «agentes del imperialismo». Un diario italiano (Il Manifesto), en cuya cabecera se lee «diario comunista», anunciaba la beatificación del padre Pío de Pietrelcina con este titular: «Personalidad marcada por la violencia, el autoritarismo y algunos aspectos demasiado espectaculares». Y La Repubblica, bajo el título El bussines, añade : «El fraile vale ahora un billón de liras y ni tan siquiera los frailes consiguen calcular las ofertas que recibe».
Un diario español no estrictamente confesional (El País) titulaba la beatificación del cardenal Stepinac así: «El Papa beatifica mañana a un cardenal croata condenado por ayudar a los nazis». Lo que no se decía era que el tribunal que dictó la sentencia fue comunista. Y que la acusación usó 48 horas para presentar testigos y a la defensa sólo se le concedieron veinte minutos. Como años después confesaba Josip Hrncevic, un juez de la causa: «Si hubiéramos escuchado a los testigos de la defensa se hubiera hundido el proceso». En fin, la propia existencia de Juan Diego, el vidente de la Virgen de Guadalupe, ha sido puesta en duda por alguna prensa, que lo ha calificado de «personaje ficticio».La finalidad real sería socavar el mismo origen histórico de la devoción de Guadalupe. Como concluye el autor del trabajo del que he recogido estos datos: «Bastan estas insinuaciones para
dibujar el conjunto con trazos tan humanos que se deja poco espacio a lo trascendente». De este modo, algo que requiere un enfoque espiritual y teológico es radiografiado desde una perspectiva no acorde con su verdadera naturaleza.
La conclusión de este inusitado interés mediático y la tendencia a enjuiciar desde un ángulo exclusivamente social acontecimientos eclesiales de baja intensidad civil puede ser doble. Cabe entender que, en realidad, «todos somos cristianos». Es decir, que en nuestro código genético no obstante la ola secularizadora se han insertado con fuerza inusitada claves cristianas. En este sentido, alguien ha dicho que Occidente nace sobre tres colinas: la de la Acrópolis, la del Capitolio y la del Gólgota. Pensamos con categorías mentales griegas, los esquemas jurídicos con los que nos manejamos son romanos, pero el sustrato ideológico y ético que empapa nuestro código genético es, sustancialmente, cristiano. De modo que nuestras raíces cristianas necesitarían seguir absorbiendo aspectos trascendentes del acontecer diario. También cabe otra explicación. Al igual que, intermitentemente, desde la sociedad eclesiástica se proyecta hacia la sociedad civil la tendencia al mangoneo de algunos clérigos (lo que se denomina mentalidad clerical), desde la sociedad civil se proyectaría sobre la eclesial un clericalismo a la inversa que pretendería revivir el viejo regalismo laico, es decir, someter la religión a los intereses ideológicos. Una suerte de confesionalismo ideológico de nuevo cuño. Tal vez la verdadera explicación de la paradoja radique en una mezcla de estas dos explicaciones.
Rafael Navarro Valls es catedrático de la Universidad Complutense de Madrid.