CIUDAD DEL VATICANO, 27 febrero 2002 (ZENIT.org).- Juan Pablo II propuso este miércoles a los hombres y mujeres de la sociedades tecnológicas recuperar la conciencia de sus propios límites para experimentar en toda su intensidad la alegría de la dependencia de Dios.
«El Señor no se queda indiferente ante las lágrimas de quien sufre y, si bien por caminos que no siempre coinciden con nuestras expectativas, responde, consuela y salva», aseguró el Santo Padre ante varios miles de peregrinos reunidos en la sala de las audiencias del Vaticano.
En esta ocasión, continuando con la serie de meditaciones sobre los Salmos y Cánticos del Antiguo Testamento, que forman parte de las oraciones de los cristianos, reflexionó sobre el drama que vivió el rey Ezequías de Judá, en tiempos del profeta Isaías, a quien la enfermedad le había llevado hasta el umbral de la muerte.
Al experimentar la curación de Dios, el soberano elevó una conmocionada oración de acción de gracias (capítulo 38 de Isaías), en la que bien se puede identificar todo cristiano, ya sea «en las tinieblas de la noche y de la prueba, como en la luz del día y de la alegría».
«El canto del rey Ezequías nos invita a reflexionar sobre nuestra fragilidad de criaturas», afirmó el Papa. «La vida humana es descrita con el símbolo nómada de la tienda: nosotros somos siempre peregrinos, huéspedes sobre la tierra».
«Es necesario recuperar la conciencia de nuestros límites –aseguró–, saber que «aunque uno viva setenta años, y el más robusto hasta ochenta, la mayor parte son fatiga inútil, porque pasan aprisa y vuelan»».
Ahora bien, añadió, «en el momento de la enfermedad y del sufrimiento es justo de todos modos elevar a Dios su propio lamento», al igual que Ezequías, quien a pesar de que experimentó a Dios «como un adversario», no dejó de invocarlo: «Señor, estoy oprimido; ¡protégeme!».
El cántico del rey de Judá, según explicó el Papa Wojtyla, se convierte así en una invitación «a todos a esperar, a rezar y a tener confianza en la certeza de que Dios no abandona a sus criaturas».
«Nosotros permaneceremos siempre, después de la muerte, apoyados y protegidos por el Dios eterno e infinito», recordó.
Esta experiencia, concluyó, se hace aún más intensa tras la Resurrección de Jesús, quien permite al cristiano pronunciar las osadas palabras de san Pablo: «¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?».