NUEVA YORK, 8 mayo 2002 (ZENIT.org).- Publicamos la declaración del cardenal Alfonso López Trujillo, presidente del Consejo Pontificio para la Familia, en la reunión de líderes religiosos que se celebró este 7 de mayo como parte de la Sesión Especial de la Asamblea General sobre los Niños convocada por las Naciones Unidas en Nueva York.
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Hay ciertas verdades en el mundo a las cuales todos adhieren y que continúan siendo confirmadas por datos empíricos, tales como hechos matemáticos y certezas científicas. Estas verdades siguen dirigiendo el aprendizaje y el conocimiento, abriendo las puertas a mayores descubrimientos y secretos.
Simultáneamente hay ciertas verdades universales respecto a la humanidad y a la sociedad, reconocidas o determinadas como indiscutibles, que son el fundamento de las declaraciones de derechos humanos y de las leyes internacionales, y que han sido custodiadas en un documento que, por esta razón, ostenta el titulo de «Declaración universal de derechos humanos». Es sorprendente que esta universalidad después, no sea, de hecho, reconocida. Así, en el Articulo 3 de la Declaración, se afirma la defensa del derecho a la vida, pero luego, se rechaza de varias maneras, especialmente en lo concerniente al crimen del aborto.
En este diálogo, en el que los líderes religiosos están comprometidos, conviene preguntar por qué esas verdades sociales, verdades que son consideradas tan reales y concretas como cualquier prueba matemática o dato científico, son tan a menudo ignoradas, puestas en duda, o tergiversadas, especialmente en las actividades de las Naciones Unidas.
Por ejemplo, la Carta de las Naciones Unidas declara que: «Nosotros los pueblos de las Naciones Unidas hemos determinado… reafirmar la fe en los derechos humanos fundamentales, en la dignidad y valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de naciones grandes y pequeñas…». La Declaración Universal de los Derechos Humanos proclama en su primer Articulo: «Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos…», y, sin embargo, muchas delegaciones rechazan hablar de esta dignidad humana de la que todos hemos sido dotados y compartimos.
No se trata tan sólo de que esta verdad, este hecho, sea la verdadera piedra angular de los derechos humanos resaltados por las Naciones Unidas, sino de que es la piedra angular de la misma humanidad. El reconocimiento de nuestra dignidad humana contribuye a reunirnos y nos llama a cuidar a los demás y preocuparnos par ellos entonces, ¿por qué es ignorada?
La Declaración de los Derechos de los Niños reconoce que «…el niño, por su inmadurez física y mental, necesita especial salvaguardia y cuidado, incluyendo una apropiada protección legal, tanto antes como después del nacimiento» (Preámbulo) y «…cada niño tiene el derecho inherente a la vida» (Articulo 6). A pesar de ello, muchas delegaciones y gobiernos rehúsan reconocer, tanto este hecho y derecho a la vida, como la verdad de que la vida se inicia realmente en el momento de la concepción. Delegaciones y gobiernos se niegan a afirmar que todo niño tiene derecho a una protección y cuidado especiales, en virtud de aquella dignidad de la que Dios le ha dotado a él o ella, y que se debe dar al niño tal protección tanto antes como después de su nacimiento.
Es desconcertante que muchas delegaciones rechacen reconocer la dignidad humana de los niños por nacer, mientras claman al mismo tiempo en favor de la dignidad de los oprimidos a de quienes son victimas de discriminación. Este selectivo, superficial a distorsionado reconocimiento y comprensión de la dignidad humana supone una auténtica negación de una de aquellas verdades sociales que nunca deberían ser puestas en duda o tergiversadas.
La Declaración de los Derechos Humanos declara también que «La familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del Estado» (Articulo 16). El mismo sentir se halla en el Preámbulo de la Declaración de los Derechos del Niño, y ha sido repetido varias veces en Planes y Programas de Acción de las Naciones Unidas. Parece que en casi todos los debates en que se discute el rol de la familia, sin embargo, esta verdad básica y reconocida, tenga que ser tergiversada y muchas delegaciones intenten cambiar la interpretación del carácter y papel de la familia en la sociedad y en la vida del niño.
Los niños tienen el derecho a vivir en una familia, a ser protegidos y atendidos par unos padres o tutores que los quieren y cuidan. La importancia de la familia y del papel que los padres juegan en la vida de los niños es de todos conocida. Simultáneamente, se deterioran los derechos de los padres, y se daña su patrimonio religioso y social, así como su herencia cultural. En aquellas penosas situaciones en que se rompen las estructuras de la familia y el rol de los padres, los mismos que afirman profesar los mejores intereses de los niños, a menudo abandonan sus responsabilidades de proveer un desarrollo de los niños en amor, seguridad y alimentación conveniente, negando, en la práctica, el principio del bien superior del niño. En nombre del progreso, se aparta otra verdad fundamental, desmoronándose la tradición y comenzando el declive de la sociedad.
Todos tienen derecho de acceder a la educación, sin embargo vemos que sigue abierta la brecha entre ricos y pobres y entre los porcentajes de chicos y chicas que acceden a la escuela y terminan un curso, de educación.
Todos tienen derecho al nivel más asequible de salud, ¿puede el mundo decir que la gente goza de este derecho? Demasiada gente, demasiados niños, mueren cotidianamente por no tener acceso a las medicinas más indispensables o a la atención sanitaria. Demasiada gente sufre porque no tienen agua potable o porque viven en ambientes insalubres.
Todos tienen derecho a poder contar con un cobijo adecuado, y sin embargo muchos niños no tienen un hogar y mucha gente vive en habitaciones repletas de ciudades congestionadas. Este es otro importante derecho negado frecuentemente.
Éstos no son asuntos solamente religiosos sino más bien sociales, aunque sea deber de la religión, que trata de la relación espiritual que tenemos con Dios y unos con otros, el de señalar cuando y donde el campo político y secular se desvía de su verdadero camino.
El propósito de establecer la Organización de las Naciones Unidas fue claramente definido en su Carta. Durante estos cincuenta seis años, las Naciones Unidas han luchado para hacer de esa declaración fundacional una realidad en el mundo. Los principios enunciados en la Carta fueron más que simples ideales. Ellos siguen guiando las acciones concretas de la comunidad internacional en vistas a hacer del mundo un mejor lugar para los niños de hoy y del mañana.