Un foro buscó en Roma liberar a los «nuevos esclavos»

700.000 personas caen al año en redes de traficantes

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ROMA, 16 mayo 2002 (ZENIT.org).- Unas 700.000 personas caen cada año en las redes de los traficantes de seres humanos, en gran parte mujeres y niños destinados a la explotación sexual, según ha denunciado una conferencia internacional celebrada en Roma.

Representantes de la Santa Sede y embajadores acreditados ante el Vaticano, junto a expertos de 35 países, han buscado entre el 15 y el 16 de mayo estrategias eficaces para acabar con la que han definido «nueva esclavitud» del siglo XXI.

Este macabro comercio, que incluye el tráfico de menores destinados al trabajo infantil en condiciones inhumanas o de muchachas de países pobres engañadas con falsas promesas de trabajo y forzadas a la prostitución, mueve en todo el mundo entre 5.000 y 7.000 millones de dólares anuales, ha revelado el foro.

En la Conferencia, que llevaba por título «La esclavitud del siglo XXI – La dimensión de los derechos humanos en el tráfico de seres humanos», han participado, además, representantes policiales, de organismos internacionales, de organizaciones no gubernamentales, y de instituciones religiosas unidas contra uno de los negocios ilegales de mayor crecimiento mundial.

La iniciativa ha sido promovida por miembros del cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, por la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma, por los Consejos Pontificios para la Justicia y la Paz y par la Atención Pastoral de los Migrantes, y por la revista «Inside the Vatican».

No faltó el testimonio, en ocasiones dramático, de las víctimas de este tráfico inhumano. Como Mikela, una joven de 18 años de Rumanía, quien perdió a sus padres a los 13 años y a quien su novio vendió en Milán (Italia) a una banda de la mafia albanesa.

Comenzó entonces el verdadero infierno de Mikela, que se vio obligada a prostituirse en un «night club», en el que ninguno de los centenares de clientes tuvo piedad de ella a pesar de que no era más que una niña.

Después fue vendida a un rumano y luego a un albanés que la pegaba. Tras caer enferma de anorexia fue comprada por un italiano por 3 mil euros (2.730 dólares) quien la segregó en una habitación donde recibía a los «clientes» día y noche.

«Durante dos años no vi la luz del sol», recuerda Mikela, hasta que alguien informó a la policía italiana de su situación. Los agentes la confiaron después a la comunidad Juan XXIII, fundada por el padre Oreste Benzi, que ahora le ha permitido reconstruirse una vida.

«Nadie es inmune a esta plaga. Todos estamos envueltos, como países de procedencia, tránsito o destino de estos nuevos esclavos», declaró el Embajador de EE. UU. ante la Santa Sede, James Nicholson, quien ha animado esta iniciativa.

El diplomático señaló que las nuevas formas de explotación no difieren mucho de cuando los africanos en el siglo XIX eran capturados para trabajar en plantaciones del continente americano.

Según los datos ofrecidos en el foro romano, en diversos países, como Liberia, Mauritania, Sierra Leona y Sudán perviven formas «clásicas» de esclavitud, en las que los menores son vendidos para el trabajo doméstico o reclutados para combatir a la fuerza.

En las plantaciones de la selva amazónica brasileña existen unos 25.000 trabajadores forzados, según las organizaciones católicas.

Miles de muchachas procedentes de Madagascar, Filipinas o el Magreb trabajan en casa de las familias pudientes de Kuwait o Arabia Saudí sin ningún tipo de protección.

La región del Sudeste asiático es batida sin cesar por traficantes sin escrúpulos en busca de «mercancía» barata para los prostíbulos de Bangkok, uno de los destinos favoritos del turismo sexual.

Datos del Congreso de Estados Unidos revelan que en ese país se «importan» cada año unas 50.000 mujeres destinadas a la prostitución, mientras que en Italia existen cerca de 70.000 prostitutas, en su mayor parte extranjeras, en un fenómeno que se ha visto acrecentado por el derrumbe del bloque soviético en Europa del Este.

Entre otras formas de explotación denunciadas figura el caso de Myanmar, en donde al menos un millón de civiles son obligados por el Estado a trabajar en la construcción de carreteras y puentes, o China, en donde los detenidos se utilizan también como mano de obra gratuita.

En su intervención en los debates, el secretario vaticano para las relaciones con los Estados, el arzobispo Jean Louis Tauran, advirtió ante el «pecado colectivo» que supone el pervivir de la esclavitud en el mundo de hoy, un hecho posible gracias a «la indiferencia y el silencio».

Tauran pidió a los líderes políticos «voluntad política para terminar con esta lacra» y el castigo para los responsables de las mafias organizadas dedicadas a este comercio.

En un mensaje a los participantes en el encuentro, Juan Pablo II solicitó a la comunidad internacional la creación urgente de instrumentos jurídicos «eficaces» para luchar contra
el tráfico de seres humanos (Cf. Zenit, 15 de mayo de 2002).

Más información en http://www.stoptrafficking.org/.

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ZENIT Staff

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