Una amiga del Papa curada por intercesión del padre Pío

Entrevista con la catedrática Wanda Poltawska

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CIUDAD DEL VATICANO, 16 junio 2002 (ZENIT.org).- Cuando Karol Wojtyla era arzobispo de Cracovia, envió una carta al padre Pío de Pietrelcina para pedirle que rezara por una amiga suya, la psiquiatra Wanda Poltawska, gravemente enferma de cáncer en la garganta.

Así lo recuerda en esta entrevista concedida a la agencia de la Santa Sede Fides la profesora la señora Poltawska, que después experimentó una inexplicable curación. Hoy es catedrática de Medicina Pastoral en la Academia Pontificia de Cracovia.

Juan Pablo II visitó al padre Pío en su convento de San Giovanni Rotondo, sur de Italia, en 1947, cuando era un simple sacerdote polaco que estudiaba en Roma. Además, oró ante su tumba en 1974 cuando era arzobispo de Cracovia y, en 1987, ya como Papa. Algunos aseguran que al padre Pío profetizó que Karol Wojtyla sería obispo de Roma.

–¿Qué es lo que más le impresionó del padre Pío?

–Poltawska: Lo que me impresiona de la persona del padre Pío es ante todo su testimonio de vida interior, de vida unida a Dios. El padre Pío, con cada fibra de su ser, nos muestra que el verdadero nivel, la auténtica dimensión que tenemos que alcanzar es la vida espiritual: vivir en comunión de espíritu con el Señor Jesús para recibir su misma vida. En nuestro tiempo, muchos olvidan que la verdadera dimensión humana es la eterna, porque es Dios quien nos ha creado y Dios es eterno. El padre Pío, al igual que todo santo, testimonia al mundo que la vida no termina con la muerte, sino que, en realidad, después de la muerte inicia una vida más auténtica, pues está totalmente sumergida en Dios. El lenguaje de quien no cree en Dios se detiene en las pobres categorías psicológicas, sociológicas y corporales… El padre Pío nos habla de la verdadera dimensión del hombre, de la verdadera medida de la persona humana, porque nos habla de Dios: sí, Dios existe y el padre Pío lo testimonia.

–¿Podría contarnos, sin necesidad entrar en detalles, qué sintió después de haber recibido la gracia de la curación por intercesión de el padre Pío? Después del milagro, usted viajó a San Giovanni Rotondo a ver al fraile, ¿puede decirnos que probó al encontrarse con el padre Pío?

Poltawska: Ciertamente no es fácil decir lo que he vivido. Primero pensé que era una equivocación de diagnóstico de los médicos. Luego, al tomar conciencia de lo que me había sucedido, sobre todo después del encuentro con el padre Pío, me di cuenta de que era una intervención de la gracia de Dios que había obtenido gracias a las oraciones del padre Pío. Lo que me impresionó, cuando en mayo de 1967 viajé por primera vez a San Giovanni Rotondo, fue la mirada del padre Pío, sus ojos y sus palabras henchidas de fe, en particular durante la celebración de la santa misa. Yo no sabía nada de él, pero desde que le encontré no le he vuelto a olvidar. Ese día me encontraba en medio de la multitud. Asistía como todos a la misa. Después, el padre Pío, como de costumbre, aunque con mucha fatiga, pasaba en medio de la gente. Cuando se me acercó, sin decirme nada, me miró y me acarició paternalmente la cabeza. Las mujeres me preguntaron quién era yo. Les había impresionado el que el padre Pío se detuviera precisamente ante mí. Yo sólo les respondí: «soy de Polonia». Ese momento en que me miró sin decirme nada ha permanecido impreso para siempre en mi memoria. No es fácil para mí pensar que soy alguien que ha sido curada milagrosamente.

–¿Qué le impresionó del padre Pío?

Poltawska: Como ya he dicho, me impresionó su mirada y cómo celebraba la santa misa. La celebraba viviéndola; se veía que el padre Pío vivía un verdadero misterio y un verdadero sufrimiento. Nunca he visto algo similar en otra misa. Con un silencio tan henchido de temor de Dios y de devoción. Todos estaban silenciosos porque estaban muy impresionados por su manera de celebrar la misa. En aquella época el padre Pío sufría mucho, también físicamente. Casi no podía caminar: murió un año después.

–Usted conoce bien a Juan Pablo II, desde los tiempos de Cracovia. ¿En qué se parecen el padre Pío y el Papa?

Poltawska: En la profundidad de su fe. También el Santo Padre vive en esa dimensión espiritual, siempre en contacto con Dios. Está seguro de que Dios existe, que está aquí, que está presente y sabe todo y que lo domina todo. Esta profundidad de fe me ha impresionado muchísimo en ambos. Ellos viven una fe cierta, fuerte, por eso creen que todo es posible para Dios. Con la fe inquebrantable en el Señor Jesús se podemos lograrlo todo y ellos están convencidos de ello.

–¿Qué ha significado para Usted participar en la Plaza San Pedro en la canonización del padre Pío?

Poltawska: Pienso que esto es como un punto de llegada de un largo camino, el camino del reconocimiento de la santidad del padre Pío. El Santo Padre, antes todavía de ser Papa, estaba seguro de que el padre Pío era santo. Con esa disposición fue a ver al padre Pío y se confesó con él. La canonización es un cumplimiento, diría, natural, para el Santo Padre. Pone su sello sobre un itinerario iniciado hace tiempo, sopesado profundamente por la Congregación para las Causas de los Santos, estudiado bajo todos sus aspectos. El Papa ha dejado que cada uno cumpliera con su cometido, pero en su corazón, ciertamente, ha estado siempre seguro de que este hombre ha sido excepcionalmente amado por Cristo, con su vida llena de sufrimientos. Pienso que el Santo Padre ha rezado durante mucho tiempo por esta canonización. Él estaba seguro desde hace muchos años de que Padre Pío alcanzó una gran santidad. Yo también estaba segura.

–¿Quiere decirnos algo sobre la lo que nos está enseñando Juan Pablo II sobre el sufrimiento con su ejemplo en estos años de su vida?

Poltawska: Puedo repetir lo que ha dicho el Santo Padre: el sufrimiento es el mayor misterio de Dios, no se puede comprender, sólo se puede aceptar. Es ante todo un misterio y nosotros –los católicos– no tenemos que quedarnos simplemente en discusiones sobre el sufrimiento de los inocentes, no debemos preguntar «por qué», sino ofrecerlo al Señor, como hace el Papa. Uniéndolo a nuestro Señor Jesús, por la salvación del mundo. ¿No nos enseña esto el padre Pío? Todo está en manos de Dios. Es Dios quien tiene en sus manos la vida del Santo Padre; el Santo Padre se fía de Él y le encomienda todo, y todo lo espera de Dios; así ha sido hasta hoy, así será hasta el fin.

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ZENIT Staff

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