La prevención del divorcio ahorra gastos sociales

Algunas reformas parecen dar esperanzas

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WASHINGTON, 28 de septiembre de 2002 (ZENIT.org).- Una consecuencia de la reforma del bienestar de 1996 en Estados Unidos fue encauzar fondos a la educación para el matrimonio. La reforma tenía un motivo claro: a parte de los costes personales del divorcio, los matrimonios rotos estaban conduciendo a recortes cada vez más altos en los gastos sociales.

Seis años después, es normal que esas reformas tengan que ser renovadas, aunque algunos observadores piensan que el Congreso no tendrá tiempo de afrontar este tema antes de las elecciones de noviembre, por lo que la situación permanecerá un año más.

Al mismo tiempo, muchos estados han organizado cursos para consolidar los matrimonios. En Arizona, 517 parejas han tomado cursos de educación al matrimonio, informaba el Washington Times el 16 de septiembre.

Hace un par de años, los legisladores de Arizona decidieron gastar un millón cien mil dólares de los fondos sociales para subvencionar seminarios sobre matrimonio y publicar un folleto sobre temas relacionados con el matrimonio y la familia. “La ruptura de un matrimonio, o incluso la existencia de una matrimonio atormentado por el conflicto y la violencia, es una de las principales fuente de los problemas sociales. Es hora de actuar en la línea de la prevención”, afirmaba el representante del Estado, Mark Anderson, uno de los principales patrocinadores de la legislación.

El estado paga el 85% del coste de las clases de estos cursos para parejas (y el 100% en el caso de los padres con bajos ingresos). La mayoría de las parejas entrevistadas por el Washington Times calificaron positivamente estas clases.

Al menos una docena de estados han aprobado o están considerando leyes para respaldar la educación al matrimonio, informaba el 18 de julio el Christian Science Monitor. Uno de los programas más ambiciosos es el de Oklahoma.

Oklahoma es conocido por sus sólidos valores religiosos y familiares, con cerca del 60% de los votantes registrados que asisten regularmente al oficio religioso, mientras que el porcentaje nacional es de cerca el 40%. Sin embargo, un tercio de todos los habitantes de Oklahoma se han divorciado al menos una vez, contra el 21% del resto de la nación.

Investigaciones pasadas sobre las causas de divorcio han demostrado que casi todas las parejas –las que se divorcian, y las que permanecen unidas– tienen más o menos el mismo número de conflictos sobre los mismos temas: hijos, dinero, sexo, tiempo y otras personas. La gran diferencia estriba en cómo afrontan las parejas estos desacuerdos.

Así la Marriage Initiative en Oklahoma apunta a enseñar trucos matrimoniales. Cerca de un millón de dólares se ha gastado hasta ahora con el objetivo de reducir las tasas de divorcio en un tercio para antes del 2010. Además de los cursos, las iglesias han acordado instituir un periodo de espera antes de permitir que las parejas se casen, y ofrecer más asesoría prematrimonial.

Es demasiado pronto para decir si funciona el programa que lleva tres años funcionando en Oklahoma. Pero el Christian Science Monitor hacía notar que en Chattanooga, Tennessee, los funcionarios locales acreditan que un programa de base ha reducido el número de divorcios en más del 20% en los pasados cuatro años. Otro esfuerzo comenzado por el clero en Modesto, California, ha contribuido a reducir en un 50% los divorcios en los pasados 15 años.

Las familias monoparentales representan el 58% de todos los casos de asistencia social; y los hijos de un solo padre tienen cinco veces más de probabilidades de ser pobres. Por tanto, consideran estas asociaciones la más mínima ayuda para que estas parejas permanezcan unidas tendrá grandes ventajas.

Los costes de la cohabitación
Junto a los cursos de preparación matrimonial, otros factores también desempeñan un papel importante a la hora de reducir los divorcios. Un informe hecho público el pasado julio mostraba que las parejas que viven unidas antes del matrimonio pueden estar comprometiendo su futuro.

Associated Press informaba el 25 de julio que el National Center for Health Statistics, una parte del Centers for Disease Control and Prevention, llevó a cabo una encuesta teniendo en cuenta cerca de 11.000 mujeres. Descubrieron que a los 30 años, tres de cada cuatro mujeres estaban casadas y la mitad había vivido con su pareja fuera del matrimonio.

Catherine Cohan, profesora adjunta de desarrollo humano y estudios familiares en la Universidad estatal de Pennsylvania, explicaba: “Muchas personas empiezan una relación de cohabitación donde el plan es, ‘si esto no funciona, puede romperse y no será una gran pérdida porque no tenemos ningún compromiso legal’”. Pero, observaba, la desventaja es que “el compromiso es débil, y esta debilidad de compromiso podría persistir después, durante el matrimonio”.

El estudio reveló que el 70% de los que viven juntos por al menos cinco años, acabaron casándose. Pero es más probable que estos matrimonios se rompan. Después de 10 años, el 40% de las parejas que han vivido juntas antes del matrimonio están rotas. En comparación con el 31% de los que no han vivido juntos antes.

En la otra cara de la moneda, entre los factores que desempeñan un papel positivo para ayudar a las parejas a permanecer unidas se encuentran la posibilidad de tener padres que formen una fuerte comunidad y unos sólidos lazos religiosos, informaba el 12 de agosto el Boston Globe.

W. Bradford Wilcox, autor del estudio publicado por el Journal of Marriage and Family, observaba que los hombres están más dispuestos a estar en casa a la hora de comer y a pasar el tiempo con sus hijos si están arropados por la comunidad local, si pertenecen a una iglesia, o si están bien educados y viven en una familia unida.

Los padres con lazos religiosos, especialmente los pertenecientes a credos más conservadores, son calificados con frecuencia por los académicos como autoritarios, duros y remotos, dice William Doherty, un profesor de ciencia familiar social en la Universidad de Minnesota. Sin embargo, el estudio demuestra de hecho que los padres que se identifican a sí mismos como cristianos evangélicos o católicos se muestran particularmente atentos con sus hijos, afirmaba Doherty en su comentario sobre el estudio de Wilcox.

La importancia del padre en las familias también ha sido subrayada por un estudio publicado este mes en el Reino Unido, “Experiments in Living”.

Escrito por Rebecca O’Neill y distribuido por Civitas, grupo independiente de pensamiento, demuestra que las madres solitarias son más pobres, están más deprimidas y enferman más que las madres de las familias de dos padres. Y los padres “no-residenciales” tienen un porcentaje más alto de mortalidad, beben más, tienen más sexo “inseguro”, y se arriesgan a perder el contacto con sus hijos, según el comunicado de prensa sobre el estudio hecho el 16 de septiembre por Civitas.

David Green, director de Civitas, pidió al gobierno británico que diera más apoyo a la familia.

“Resulta irracional,” dice Green, “que el gobierno pretenda, como el gobierno de Tony Blair insiste en hacer, que la estructura familiar no es asunto de los políticos, y que toda estructura familiar sea igualmente aplaudida y apoyada. Necesitamos ver un cambio de política en el gobierno que favorezca y respalde el comportamiento más responsable de los padres, en vez de los opuesto, como ocurre actualmente”.

Debate en curso
El divorcio está siendo debatido en algunos países. En Suiza, los legisladores votaron este mes abrumadoramente a favor de relajar las leyes del divorcio, informaba el 17 de septiembre el periódico Le Temps. Por una votación de 131 a 18, los legisladores redujeron de cuatro a dos años el tiempo que deben estar separadas las parejas antes de poder comenzar los procesos de divorcio.

Y en Chile, el parlamento e
stá discutiendo de nuevo sobre la legalización el divorcio. En mayo, un comité del senado dio una aprobación preliminar a la introducción de la legislación del divorcio, recordaba El Mercurio el 12 de septiembre.

Los legisladores deben decidir ahora entre varias opciones. Una propuesta dejaría que las parejas eligieran entre casarse o no con la posibilidad de divorcio. Mientras los legisladores chilenos reflexionan sobre el divorcio, actuarían muy sabiamente si recordasen el precio que se ha cobrado en otras partes.

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ZENIT Staff

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