CIUDAD DEL VATICANO, 23 octubre 2002 (ZENIT.org).- La confianza inquebrantable en Dios es la garantía que libra al creyente de la desesperación en medio de los avatares de la vida, afirmó este miércoles Juan Pablo II durante la audiencia general.
En su tradicional encuentro semanal, en el que participaron 16 mil peregrinos en la plaza de San Pedro del Vaticano, el Santo Padre continuó con su serie de reflexiones sobre los cánticos del pueblo judío en la Biblia, en particular sobre el Salmo 85, una oración ante los problemas de la vida.
El cántico se convierte para el que ora, constató, en una «alabanza al Dios misericordioso, que no le deja caer en la desesperación y la muerte, en el mal y en el pecado», pues es «clemente y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad».
«Sólo Dios puede ofrecer la liberación plena, pues de él dependen todos como criaturas y ante él es necesario dirigirse en actitud de adoración», constató el obispo de Roma, al comentar el Salmo que el pueblo judío entona en el el Yom Kippur o día de la expiación.
«Él, de hecho –añadió–, manifiesta en el cosmos y en la historia sus obras admirables, que testimonian su señorío absoluto».
Para alcanzar esta confianza en Dios, aclaró, es necesario pedir a Dios «el don de un «corazón entero», como el de un niño, que sin doblez ni cálculos confía plenamente en el Padre para adentrarse en el camino de la vida».
Citando a san Agustín, reconoció que la serenidad que transmite esta súplica se fundamente en el hecho de que la santidad (la fidelidad a Dios) del creyente y de la Iglesia misma no es mérito propio, sino don recibido de Dios.
El pontífice aconsejó por tanto elevar esta oración –«llena de abandono confiado y esperanza»–, al comenzar la jornada «que probablemente traerá consigo no sólo compromisos y cansancio, sino también incompresiones y dificultades».