ROMA, 4 noviembre 2002 (ZENIT.org).- Los medios de comunicación social, como nuevo «areópago» del mundo moderno, no son sólo instrumentos de evangelización, sino también «lugar» de encuentro entre el mensaje cristiano y la vida de los hombres del siglo XXI. En esta nueva realidad, Internet ocupa un puesto central.
Comentando la Intención Misionera indicada por el Santo Padre para este mes de noviembre –«Para que la participación activa de los cristianos sostenga la difusión del Evangelio mediante los nuevos medios de comunicación social»–, Paola Bignardi, presidente de la Acción Católica en Italia, ha querido recordar también que el Concilio Vaticano II detectó la capacidad de los medios para «confortar y enriquecer el espíritu y difundir y consolidar el Reino de Dios».
«Pero difundir el Evangelio mediante los nuevos medios de comunicación –señala Bignardi–, significa también ponerlos al servicio de los valores del Reino, es decir, utilizarlos para acrecentar entre los hombres la verdad y la fraternidad, la justicia y la paz», recoge la agencia FIDES .
La evangelización de los propios medios de comunicación es por lo tanto un objetivo que no puede perder de vista la comunidad cristiana, sin que ello conlleve pretender cristianizarlos. Se trata más bien de humanizar sus finalidades, prácticas y modalidades de comunicación. De esta forma, la actuación de los creyentes se orientará a que los medios de comunicación «respeten a la persona y su dignidad, no escondan intereses ocultos ni fuertes poderes, tomen conciencia de su propio papel y de los necesarios límites, recuperen la función de conciencia crítica de la sociedad y no se conviertan, en cambio, en anestesia para las conciencias», sugiere Paola Bignardi.
«Para que todo ello suceda –continúa–, no basta con incrementar nuestra familiaridad con los medios de comunicación dentro de la Iglesia, sino que es necesario conocer esta realidad complicada, en la que rigen dinámicas y leyes propias».
Igualmente se requiere «desarrollar competencias e iniciativas educativas, utilizar sus medios sin que éstos nos utilicen, y acordarse de que no se trata sólo de instrumentos, sino de una cultura en la que estamos sumergidos».
«La atención a las tecnologías más avanzadas –observa finalmente–, no debe hacer que nos olvidemos del diálogo personal: ese tipo de comunicación «cara a cara», mirándose a los ojos, que caracterizó el inicio de la difusión del Evangelio, y que lo ha llevado «hasta los confines de la tierra»».