SANTIAGO DE COMPOSTELA, 21 noviembre 2002 (ZENIT.org).- El naufragio del «Prestige» es una verdadera tragedia, no sólo para los pescadores de Galicia, sino porque replantea el grave problema de las naves que viajan bajo «banderas de conveniencia», sin garantías de seguridad ni respeto a las leyes.

Es la llamada de atención de José Beobide, responsable del Apostolado del Mar en la Comisión Episcopal española que se ocupa de las migraciones. La pastoral del mar se mantiene en contacto directo con las personas involucradas en el desastre, informa la Agencia SIR .

Un auténtico desastre ecológico, de enormes proporciones también económicas: así ha sido el naufragio del petrolero. Más de 300 kilómetros de litoral gallego --un millón y medio de metros cuadrados, en los que se incluyen 90 playas, que ya no podrán enarbolar en muchos meses las banderas azules de que disfrutaban-- sufren ya las consecuencias de la marea negra provocada por los vertidos de la nave, hundida con 70.000 toneladas de carburante aún en sus depósitos.

En Galicia muchísima gente vive de la pesca y del marisco. El naufragio del «Prestige» representa un drama especialmente en este momento, porque el tiempo de Navidad es el período más favorable para la recogida y venta de marisco.

«Como Iglesia --afirma Beobide-- estamos expresando solidaridad a las familias y al mismo tempo estamos denunciando la situación de injusticia que se vive en estas naves, poco seguras y al margen de las leyes».

El petrolero, denuncia Beobide, «estaba en pésimas condiciones. Era una de las muchas naves que viajan con “bandera de conveniencia” –entre ellas Liberia, Malta, Singapur, Chipre, Bahamas--, con pocos controles en cuanto a la seguridad, salarios bajos y explotación de los marineros, quienes a menudo proceden de los países más pobres».

Muchos errores han confluido a la hora de afrontar este accidente, según José Beobide : «el hecho de que en esta zona no hubiera disponibilidad de remolcadores de alta mar; además no se tuvo en cuenta el hecho de que las corrientes y el viento vienen a menudo del oeste, así que la marea negra se dirigió inmediatamente hacia Europa».

«Otro problema de las “banderas de conveniencia” --subraya— es que nunca se llega a saber quién es el último propietario, motivo por el cual hay una grave falta de responsabilidad en la gestión de estas naves, a las que los marineros califican en jerga como “naves pirata”. Además la mayoría de los propietarios son europeos o americanos que optan por dichas banderas para poder reclutar personal poco cualificado a bajo coste».

El arzobispo de Santiago de Compostela, monseñor Julián Barrio Barrio, se pronunciaba en términos similares después del hundimiento del petrolero: «Son momentos en los que hay que abrirse a la solidaridad, valorando también las responsabilidades que han provocado tales consecuencias».

La región gallega y las numerosas familias que habitan sus costas se enfrentan a los efectos catastróficos del vertido de crudo. «Hechos de este tipo --recordó el prelado-- nos empujan a tomar conciencia de la tutela del medio ambiente, verdadera urgencia de nuestro tiempo».

«Dios nos ha puesto como custodios de la tierra, y ello implica el respeto de las reglas éticas y morales. La protección del medio ambiente exige un compromiso por parte de todos para lograr el bien común. Ecología y solidaridad están estrechamente unidas», afirmó.

En efecto, los ecosistemas no se pueden considerar únicamente como un recipiente externo de la condición humana, en opinión del arzobispo de la ciudad gallega. «Sólo en clave ética y antropológica podemos dar una solución a los problemas del medio ambiente».

La esperanza --concluyó-- «es que todos los perjudicados por este desastre ecológico puedan tener una respuesta rápida a sus problemas y que se adopten decisiones efectivas para impedir que se repitan tales sucesos».

Por su parte, monseñor Angel Galindo García, de la Comisión Episcopal de Pastoral Social, declaró: «Lo sucedido en las costas gallegas no afecta sólo a España, sino que es un problema internacional».

«Falta una regulación del comercio internacional, en el que las grandes multinacionales tienen una fuerza preponderante --denunció--, y una autoridad política internacional que sea capaz de poner reglas verdaderas en este sector».