ROMA, 30 de noviembre de 2002 (ZENIT.org).- Ha vuelto a aflorar el debate sobre la seguridad de los alimentos genéticamente modificados. Zambia rechazó aceptar una entrega de alimentos desde Estados Unidos que podría estar genéticamente modificados. El presidente del país, Levy Mwanawasa, era citado el 4 de septiembre por el New York Times diciendo que tales alimentos eran «veneno» e «intrínsecamente peligrosos».
Como parte de sus análisis semanales, Zenit ofrece la opinión de Jim Nicholson, embajador de Estados Unidos ante el Vaticano. El artículo apareció en el periódico italiano Avvenire el 17 de noviembre.
Hay disponible más información sobre el debate de los alimentos genéticamente modificados en un documento de preguntas y respuestas publicado por la Organización Mundial para la Salud (OMS), --ver la página 8 del documento PDF en http://www.who.int/fsf/GMfood/q&a_sp.pdf). O contacte con foodsafety@who.int para más información--.
Por James Nicholson
Embajador de Estados Unidos ante la Santa Sede
El hambre ha vuelto a golpear el continente africano. ¿Quién se ocupa de ello? Los Estados Unidos sí lo hacen. El Programa Mundial de Alimento sí lo hace. Las Naciones Unidas dicen que también. ¿Pero quién más?
Acabar con el hambre es una responsabilidad moral de las naciones del mundo. Con ocasión del Día Mundial de la Alimentación en octubre del 2000, Juan Pablo II recordaba al mundo que «cuando el cristiano pide a Dios ‘danos hoy nuestro pan de cada día’, en plural, está asumiendo la responsabilidad de las necesidades de los demás».
Ésta es una responsabilidad que los Estados Unidos se han tomado muy en serio. Es por lo que proveemos con más del 63% de los alimentos del Programa Mundial de Alimentos. Es por lo que nos hemos implicado en la creciente crisis alimentaria del sur de África y hemos dado ya este año el 60% de la asistencia alimentaria para las personas que pasan hambre en esta región.
Pero hay un problema, simple de enunciar. Algunos países no quieren alimentar con estos alimentos a su población hambrienta –incluso en presencia de la gente que clama por ellos- porque alegan, con motivos infundados y poco científicos, que puede que no sean seguros para el consumo.
Los alimentos con los que provee Estados Unidos a la población hambrienta en todo el mundo son los mismos que comen cada día americanos, canadienses, australianos, argentinos y algunos europeos. Son los mismos alimentos que exportan los granjeros americanos a los mercados de todo el mundo. Cada pedazo de ellos es tan seguro, sano y nutritivo como los alimentos producidos de manera convencional. Ahora mismo, decenas de miles de toneladas de estos alimentos están sobre el terreno en el sur de África, alimentando ya a hombres, mujeres y niños que padecen hambre.
Las Naciones Unidas, que comparten nuestra preocupación con respecto a esta crisis alimentaria, hicieron pública una declaración el 23 de agosto que subrayaba su opinión de que, «el consumo de alimentos que contienen genes modificados, que ahora se está dando como ayuda alimentaria en el sur de África, no es susceptible de presentar riesgos para la salud humana». La declaración de las Naciones Unidas reafirma lo que el gobierno de Estados Unidos lleva diciendo años: no hay evidencia científica de que estos alimentos planteen un riesgo para la salud humana. Doscientas personas mueren cada año en Italia por comer setas venenosas, pero no ha habido ni un solo incidente fatal – ni siquiera se ha informado de un caso de indigestión estomacal- por comer alimentos genéticamente modificados. Incluso los representantes de la Comisión Europea en Lusaka, Zambia, hicieron pública una declaración el 28 de agosto, indicando que estos alimentos genéticamente modificados son seguros de comer.
¿Por qué entonces todavía siguen en los almacenes sin tocarse estos alimentos? Parece que una combinación de intereses económicos contrapuestos y grupos con intereses especiales opuestos a los alimentos biotecnológicos han logrado su propósito de sembrar miedos a que estos alimentos pudieran tener efectos imprevistos para la salud, y parece que los granos alimentarios, de sembrarse en África, podrían dar como resultado una pérdida de mercados potenciales para Europa.
Quienes cultivan tales miedos no se van a la cama hambrientos. Quienes tienen el lujo de debatir si alimentos biotecnológicos o regulares u orgánicos, mientras millones corren riesgo de morir de hambre, están cargando sobre sí mismos con un verdadero problema moral. Están diciendo que puede ser aceptable que los americanos o australianos los coman pero no los hambrientos africanos. A quienes hacen este tipo de llamamientos, el ministro de agricultura de Nigeria les decía que «negar a personas desesperadas y hambrientas los medios para controlar sus futuros, presumiendo de saber qué es lo mejor para ellos no es sólo paternalista sino moralmente incorrecto».
Gracias a Dios, algunos, incluyendo a la Santa Sede, están ahora revisando sus concepciones anteriores sobre los alimentos biotecnológicos a la luz del hambre real en África, pero se necesita más para actuar con urgencia de cara a más de 14 millones de almas que pueden morir de hambre.
Como embajador de Estados Unidos ante la Santa Sede, soy profundamente consciente de la gran fuerza moral de la Santa Sede en el mundo. En su "Populorum Progressio," el Papa recordaba las palabras de Santiago, quien enseñaba a los primeros cristianos que si hubiera un hermano o una hermana carentes del sustento diario, y uno de vosotros les dijera: «vete en paz, caliéntate y aliméntate», sin darles lo que es necesario para el cuerpo, ¿qué bien hace? Todavía hoy debemos prestar atención a estas palabras, y ver cómo aquellos que están arruinados por el hambre logran el alimento que necesitan para vivir, y vivir con dignidad, como el resto de nosotros que tenemos la fortuna de hacerlo.
Así pues, ¿quién se ocupa de ello? Todos nosotros debemos hacerlo.