América: «El lamento de los misioneros provocó leyes a favor de los indios»

Entrevista a José Sánchez Adalid, autor de un libro sobre las reducciones jesuíticas

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MADRID, 3 junio 2003 (ZENIT.org-VERITAS).- El éxito sorprendió a José Sánchez Adalid, sacerdote de la diócesis de Mérida-Badajoz, con «El Mozárabe», de la que ya van seis ediciones. Sus obras son leídas en Latinoamérica, alguna ha sido traducida al griego y otras esperan próximamente ser traducidas al italiano.

El autor, presentó este lunes en Madrid su última novela histórica «La tierra sin mal» (Ediciones B), situada en el ambiente de las misiones jesuíticas del
siglo XVII, de la que habla en esta entrevista concedida a la Agencia Veritas.

–¿Cómo se gestó «La tierra sin mal»?

–José Sánchez Adalid: Me enteré de la existencia de un personaje extremeño,
el hidalgo Tomás Llera, que había viajado a Paraguay buscando fortuna. Me gusta seguir a los personajes históricos a través de la documentación. Descubrí también la organización de las fundaciones de los jesuitas para librar a los indios de las reparticiones y las encomiendas. Decidí entonces viajar a Paraguay para documentarme.

–¿Hubo alguna sorpresa en los documentos que ha utilizado?

–José Sánchez Adalid: Si, varias. Encontré por ejemplo las «Ordenanzas de Alfaro» destinadas a sustraer a la población indígena de la servidumbre a cualquier encomendero, o una condena de la esclavitud formulada por el papa
Pablo III.

La «Utopía» de Tomás Moro era el proyecto de los jesuitas, un mundo en paz,
una democracia perfecta, totalmente participativa. Los indios entraron amablemente en el sistema que proponían los jesuitas.

La aventura que narra la novela enfrenta a Enrique Madrigal, el jesuita que encarna al misionero utópico que confía en un mundo armónico, con el hidalgo
que sólo busca enriquecerse. Son dos hombres totalmente opuestos. La novela
es la historia de ilusiones enfrentadas, de ambiciones totalmente opuestas.

–¿Trata de transmitir algún mensaje con sus novelas?

–José Sánchez Adalid: En primer lugar trato de divertir, que el lector viva una aventura que le lleve a conocer otros países, otras historias. Pero siempre está presente el fondo filosófico y humanista; siempre intento transmitir que la vida tiene sentido tanto en los momentos alegres como en los difíciles, todo tiene un sentido, nada sucede porque sí. Procuro destacar las grandes ilusiones de los hombres que dan su vida por los demás.

–¿Cómo aparecen los misioneros que trabajaron en América en la documentación que ha manejado?

–José Sánchez Adalid: Hay una posición inequívoca de los misioneros para evitar el sistema de esclavitud; se recoge «el lamento misionero» en cartas llenas de dolorosas lamentaciones, por ejemplo, las del padre Silva que describen algunas persecuciones violentas, o en escritos del padre Montesinos o de santo Toribio de Mogrovejo.

Si no hubiera hablado la Iglesia, nadie habría hablado. Gracias a ello, los reyes dieron el visto bueno a toda una legislación que cambió la suerte de los indios. No niego que hubiera una iglesia acomodaticia, pero sin duda también existió la Iglesia de compromiso.

–¿Cuándo descubrió su «vocación literaria»?

–José Sánchez Adalid: Empecé a escribir como «hobby», sin grandes aspiraciones literarias porque yo vivo integrado en mi parroquia; pero sobre todo después de «El Mozárabe» mi obra ha tenido un efecto en los lectores sin que se haya hecho ninguna difusión hasta ahora. Yo creo que los lectores están cansados de argumentos situacionales que se parecen unos a otros. Hay cierto existencialismo «pasado de rosca» tanto en la literatura como en el cine. Yo escribo aventuras que son ágiles de leer, entretenidas, al lector le gustan y uno se lo comunica a otro, en Latinoamérica son muy leídas.

–¿Por qué su preferencia por la novela histórica?

–José Sánchez Adalid: El pasado es un espejo del presente. Podemos descubrir muchas cosas a través del pasado. Las grandes ilusiones y temores han cambiado poco: la muerte, el más allá, las grandes preguntas filosóficas sobre el sentido de la vida del hombre… Las épocas pasadas nos hablan mucho de nosotros mismos. Además, el pasado es una constante fuente de inspiración.

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ZENIT Staff

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